L’elisir d’amore en Rovigo

Escena de L’elisir d’amore de Gaetano Donizetti en el Teatro Sociale di Rovigo © Loris Slaviero

 

Marzo 28, 2025. Se dice que la provincia podría salvar el mundo de la ópera; y volver a proponer el retorno a una teatralización del género lirico fuera de los psicodramas inventados y de las fugas oníricas dentro de la provocación, devolviendo la dramaturgia a un género museístico (la ópera es, precisamente, un género de museo, pero vivo y vivaz) es su significado indiscutible. 

La provincia, se dice, representa a la inmensa mayoría de los melómanos —cualquiera que considere este sustantivo (melómanos) un término ofensivo, o incluso un atributo de una categoría de «queridos cadáveres» enamorados de notas altas que se elevan más allá del Do del pecho, es presa de sustituciones irritantes— y por esta verdad estadística se puede decir que la provincia es la muestra representativa del universo: si esto es cierto (y en verdad que lo es) escenarios como el Teatro Sociale de Rovigo o el Luglio Musicale Trapanese, así como el Teatro Sociale de Como o el Teatro Pergolesi de Jesi, y muchos otros pequeños teatros, analizados por la reacción del público ante un montaje operístico, valen tanto como los grandes templos de la ópera italiana y del extranjero. 

Con la diferencia de que representan —como provincia— a la mayoría de los amantes de la ópera, que son en definitiva los que contribuyen a dar vida al género museístico fuera del museo y dentro de la vida cotidiana. Esta reflexión, expuesta aquí como prólogo, maduró durante la representación de L’elisir d’amore de Gaetano Donizetti representada en Rovigo, en un teatro abarrotado de butacas de todo orden y durante mucho tiempo aclamando a todo el elenco y al director al final del espectáculo. 

Fue un testimonio de que la ópera, cuando se escenifica en su veracidad esencial, toca los sentimientos de la gente. Sí, porque la ópera no es solo el ejercicio de una actividad cultural, sino también el ámbito de la pasión popular. En todo tiempo y en todo lugar, en todos los regímenes y en todas las democracias, en todos los entornos donde hoy toma forma (teatro, cine, radio, televisión, streaming por internet, etcétera), desde que se «inventó». Pero, sobre todo, el teatro conserva (y debe preservar) su ámbito de pasión popular, animando al público en lugar de desalentarlo con producciones que distorsionan sus contenidos cuando toleran —sí, toleran es la palabra justa— la música, pero deforman la actuación que le pertenece como inseparable. 

Ahora, hablemos de este Elixir de amor de Rovigo, que hizo vibrar al público: se trató de la puesta en escena histórica del director veneciano Bepi Morassi, concebida para el Teatro La Fenice de Venecia en 2003, y que luego fue renovada con algunos “injertos escénicos” pero originales en 2010, como Morassi quiso señalar en la presentación del espectáculo realizada en el Ridotto del Sociale una hora antes del espectáculo. Una puesta en escena que ha conservado los trajes históricos, aunque ficticios, realizados por Gianmaurizio Fercioni, y aunque tal vez no era el ambiente rural del siglo XVIII, como en el libreto de Felice Romani, tomado de la obra francesa Le philtre de Eugéne Scribe musicalizada por Daniel Auber un año antes que Donizetti; pero, en cualquier caso, sugería el ambiente de una aldea rural y un ambiente militar del siglo XVIII. 

Las escenografías fueron sobrias y esenciales, y en ocasiones mostraban fondos pintados, retomados y rehechos de acuerdo a la puesta en escena original del Teatro Cannobiana de Milán cuando L’elisir d’amore se representó por primera vez en 1832 (Gaetano Donizetti tenía entonces 35 años). Las acertadas luces de Andrea Benetello contribuyeron de manera notable a la sugestión escénica. Los movimientos coreográficos de Bárbara Pessina daban esa vivacidad propia de la commedia dell’arte y de la mejor opereta tradicional. En resumen, fue un espectáculo ameno, fresco, y en línea con el tema de la obra, tan a menudo divertido y cómico, e igual de sentimental y (por decirlo en francés) larmoyante. 

En este escenario ideal todos los cantantes dieron lo mejor de sí mismos: empezando por el tenor armenio Liparit Avetisyan (Nemorino) que resultó ser un excelente actor, o un caratterista (actor de carácter) igualmente notable y, sobre todo, un tenor belcantista que sabe destacar en la zona aguda sin desafinar ni desentonar. Su interpretación del personaje principal de la ópera fue asombrosa, tanto que por el furor popular tuvo que repetir el aria de ‘Una furtiva lagrima’. 

Además del tenor estuvo la talentosa soprano palermitana Giulia Mazzola (Adina) que se reveló como una belcantista pintorescamente vivaz y creíble. Su interpretación fue digna de elogio, sobre todo por el canto mostrado en el aria ‘Prendi per me sei libero’… ‘Ah! fu con te verace’, donde el final se convirtió en una deslumbrante serie de vocalizaciones —casi un sillabato— sobre la frase “il mio rigor dimentica”: una verdadera cima del virtuosismo sopranil de todos los tiempos. Mazzola estuvo soberbia, y obviamente fue abrumada por los aplausos y ovaciones del público.

Óptimo estuvo el Belcore del barítono costarricense William Hernández, con una voz potente y oscura que, con el tiempo, con la práctica y en los años venideros, sin duda dará como resultado registros graves dramáticos, porque la voz y el cuerpo se prestan. Vivaz escénicamente y muy musical fue el canto del calabrés Matteo Torcaso como Dulcamara, llamado veinticuatro horas antes de la función para sustituir al anunciado Daniel Giulianini que se enfermó: Torcaso es un basso cantante de color claro, que ha demostrado que puede adaptarse bien a los papeles de carácter o ruoli di carattere como (Don Bartolo, Don Basilio, Don Pasquale, tal vez incluso Falstaff): como intérprete de bel canto, de hecho, posee una voz que, en mi opinión, nunca resultará dramática, como la que puede predecirse para su colega Hernández. 

Por último, pero no menos importante, la joven suiza Judith Maria Duerr tiene una importante voz de soprano que debe cultivar: ella dio a la figura de Giannetta el aspecto de un personaje no de acompañamiento, sino de protagonista de las escenas que le conciernen; también para ella pronostico que en su futura carrera estarán Tosca y Aida. 

Muy bien estuvo el Coro Lirico Véneto preparado por Matteo Valbusa. Por su parte, el director Morassi también se encargó de los figurantes y mimos que de vez en cuando invadían el escenario, contribuyendo al efecto de alegría que impregnaba toda la puesta en escena. Óptima fue la concertación del maestro Gerardo Felisatti genius loci (ya que es de Rovigo) en el podio de una buena Orchestra Regional Filarmonia Veneta. El público, como dijimos, estuvo en éxtasis, gracias a Donizetti y (si se nos permite) a Bepi Morassi.

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