L’elisir d’amore en Turín

Paolo Bordogna como Dulcamara en L’elisir d’amore de Gaetano Donizetti en Turín © Mattia Gaido

 

Febrero 1, 2024. Todos conocemos a Pinocho, la célebre novela italiana para jóvenes escrita por Carlo Collodi, entre 1881 y 1883. La nueva producción de L’elisir d’amore de Gaetano Donizetti (1797-1848), con un nuevo montaje del Teatro Regio de Turín coproducido con el Teatro Regio de Parma (que fue ya representada en la ciudad emiliana el año pasado) está justamente inspirada en la propia historia de la marioneta conocida en todo el mundo, sobre todo por el desmesurado alargamiento de su nariz de acuerdo a sus mentiras, y que es, al final, una marioneta que se convierte en un verdadero joven de carne y hueso, prácticamente una historia de formación.

El director escénico Daniele Menghini situó la historia de Nemorino —el tontillo que se hace embaucar por el bribón charlatán de Dulcamara para hacer que se enamore de la voluble Adina, a quien pretende también el vanaglorioso soldado Belcore— al interior de un universo de fantasía en el que todos los personajes con los cuales interactúa son en realidad sus proyecciones mentales. 

De hecho, Nemorino muestra una incapacidad de comunicarse en la vida cotidiana real con quien se le para enfrente. Tiene la necesidad de construirse un mundo onírico hecho de títeres y marionetas: un mundo, fruto de su fantasía, en el que pueda finalmente expresar de la mejor manera su propia naturaleza. Pero al final permanece alicaído. La idea de fondo es interesante y el espectáculo es vivaz y espirituoso, aunque por momentos las interrelaciones con el libreto parecen un poco forzadas. Sin embargo, hoy en día estamos desafortunadamente acostumbrados a esta forma de situaciones forzadas. 

Sin embargo, este espectáculo funciona visualmente, con las apropiadas escenografías de Davide Signorini, los muy cuidados vestuarios de Nika Campisi, la iluminación de Gianni Bertoli, las marionetas y títeres maniobrados por Augusto Grilli, además de las fundamentales coreografías curadas por Andrea Dionisi; y así, el público participó y se divirtió. 

Recuerdo además que L’elisir d’amore llegó a Turín pocos meses después de su estreno milanés en 1832, y desde entonces en un título presente regularmente en las temporadas del teatro piamontés. En esta ocasión, la batuta le fue confiada al experto Fabrizio Maria Carminati, quien condujo a la Orquesta del Teatro Regio con escrúpulo, acompañando a los cantantes de manera sobria, sin nunca abrumarlos, proveyéndoles un tejido ideal orquestal que expresó de la mejor manera sentimientos y emociones. 

La frívola Adina recayó en Federica Guida, que mostró indudable seguridad para afrontar el papel, evidenciando una buena proyección vocal y nitidez en la línea musical, aunque el fraseo pareció por momentos un poco genérico y el personaje no ha hecho emerger todas sus facetas. Convincente fue la prueba de Valerio Borgioni, llamado a sustituir al indispuesto tenor mexicoamericano René Barbera. El joven tenor romano mostró desenvoltura y afabilidad interpretando el papel de Nemorino, haciéndolo simpático y extrovertido, aunque también poético. Borgioni, tenor lírico de timbre claro, mostró saber darle claroscuros a la línea de canto, evidenciando también un grato squillo cuando fue necesario. Las partes más elegiacas de la partitura fueron aquellas que lo vieron desenvolverse a sus anchas. Por lo tanto, fue muy apreciada su interpretación de la pieza más célebre de la ópera ‘Una furtiva lagrima’ y la suya fue una prueba in crescendo.

Dulcamara fue esbozado por un divertido Paolo Bordogna, con exuberancia y argucia, pero sin excesos o vulgaridad. Su dicción fue neta, precisa, con perfecto canto sillabato, sana vocalidad y una fina musicalidad que caracterizó su desempeño. Fue notable el Belcore de Davide Luciano, carismático y explosivo. Luciano cantó con timbre rotundo, viril, esculpido, con el que mostró una voz incisiva y robusta. En las escenas de seducción, su Belcore hizo resaltar varios puntos de contacto con el Don Giovanni mozartiano (papel que conoce muy bien el barítono de Campania, que ya ha cantado en el Festival de Salzburgo). 

Completó el elenco la avispada Giannetta de Yulia Tkachenko. Al final, como siempre, estuvo confiable el Coro del Teatro Regio de Turín dirigido por Ulisse Trabacchin y un aplauso va para Paolo Grosa, quien en el piano sazonando los recitativos con citas musicales que iban de Bach a Wagner (del más allá, la bebida amorosa de la reina Isolda fue una tentación muy fuerte).

Compartir: