L’equivoco stravagante en Pésaro

Escena de L’equivoco stravagante con Pietro Adaíni, Maria Barakova, Nicola Alaimo y Carles Pachon © Amati Bacciardi

Agosto 8, 2024. Pasar del enorme escenario de la Arena (que de momento sigue y seguirá en activo) al más íntimo Teatro Rossini “a la italiana” (ocho metros de diferencia) era un desafío para esta producción que vio la luz hace dos años. 

Absolutamente ganado por la famosa pareja de directores de escena que forman Moshe Leiser y Patrice Caurier, que han dado prueba de la bondad de su aproximación sofisticada, moderna sin excesos y sobre todo inteligente y sobria, pero no fría o “elegante”, que llega incluso a “coreografiar” los saludos finales, abrumadores, como en algunos otros momentos de la función. 

Sin duda, este fue el más equilibrado como espectáculo de los tres que he visto. Pensar que esta es la segunda incursión en el género del jovencísimo Rossini (estrenado en 1811 en Bolonia) provoca vértigos. Para empezar, ante la falta de obertura propia, se ha optado, como casi siempre, por recuperar la de La cambiale di matrimonio (estrenada en 1810 en Venecia). Y si es cierto que en algunos momentos se advierte que el genio se apoya en el pasado, hay otros en que la voz ya es suya. 

No se trata, además, de una de esas farsas en un acto como las que produjo al principio de su trayectoria, y cuenta con un estimulante libreto de Gaetano Gasbarri, que fue el origen de las vicisitudes censorias que hicieron que finalmente el título se retirara tras tan solo tres representaciones. Jugosos juegos de palabras y equívocos (como ya sugiere el propio título), algunos subidos de tono (imaginemos para la época, y en un estado papal como era la Bolonia de entonces), sátira inmisericorde de los nuevos ricos, de las veleidades intelectuales de la protagonista (con relativa creatividad lingüística, de una modernidad y humor sorprendentes), y de los castrati (aquí el equívoco es, justamente, que para reunir a los amantes en contra del rico pretendiente, el criado astuto hace creer a este último que la tal Ernestina en realidad es un eunuco, para evitarle el servicio militar). 

Una velada deliciosa llevada con muy buen pulso por Michele Spotti al frente de una voluntariosa (ay, esas trompas) Orquesta Filarmónica Gioachino Rossini, bien secundada (también en el aspecto interpretativo) por el Coro del Teatro della Fortuna (preparado por Mirca Rosciani). 

Dos gustosos servidores, perfectamente servidos a su vez por la soprano Patricia Calvache (Rosalia) y el tenor Matteo Macchioni (un Frontino delicioso), rodearon a la protagonista de Maria Barakova, una verdadera mezzo aunque probablemente habría sido mejor encontrar a una contralto para la parte, excelente cantante y fantástica actriz y al esforzado (y a veces forzado en el agudo, que cambia de color, mientras que las agilidades no son su fuerte) Ermanno del tenor Pietro Adaíni, que forman la pareja romántica. Pero si el interesado y ridículo pretendiente del barítono Carles Pachón (Buralicchio) es excelente por todo concepto, el Gamberotto, padre padrone, del barítono Nicola Alaimo logra interrumpir la función con sus dos arias (en particular la segunda) con una creación escénica y vocal (un par de agudos de verdad temibles) fuera de serie.

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