
L’heure espagnole y Gianni Schicchi en Valencia

Escena de L’heure espagnole de Maurice Ravel en el Palau de les Arts de Valencia © Miguel Lorenzo-Mikel Ponce.
Mayo 4, 2026. Pocas veces coinciden en un mismo escenario dos mundos tan distintos y complementarios como los que nos proponen Maurice Ravel y Giacomo Puccini en L’heure espagnole y Gianni Schicchi. Compositores contrapuestos en casi todo —desde el color musical hasta la intención dramática— y, sin embargo, hermanados aquí por una feliz decisión escénica y programática: la de unir estas dos óperas breves, chispeantes y prodigiosamente escritas en una velada que celebra el humor, la teatralidad y la inteligencia musical.
Ambas obras confluyen en esta coproducción del Palau de Les Arts y el Teatro de la Maestranza, dirigida escénicamente por Moshe Leiser y Patrice Caurier y musicalmente por el joven maestro Michele Spotti. Lo que podría parecer una pareja improbable, ha resultado un maridaje explosivo: el refinamiento francés y el verismo italiano, el vodevil sugerente y la sátira descarnada.
L’heure espagnole (La hora española), con libreto de Franc-Nohain, es un enredo sensual y juguetón ambientado en una relojería toledana, donde la voluptuosa Concepción aprovecha la puntual ausencia de su marido para recibir —y esconder en los relojes del taller— a sus múltiples amantes. La comicidad es sutil, elegante, con un ritmo que recuerda a las comedias de salón. Ravel elabora aquí una partitura tan sofisticada como teatral, rica en colores orquestales y excelentemente adaptada al fraseo francés que por momentos parece hablada más que cantada. Sus guiños españoles, entre lo tópico y lo irónico, hacen que la partitura vibre con un sabor exótico y fascinante.
En contraste, Gianni Schicchi, con texto de Giovacchino Forzano y basado en un episodio de La divina comedia de Dante Alighieri, despliega un humor más directo, más cáustico, más italiano en esencia. La codicia de una familia florentina ante la muerte del adinerado Buoso Donati sirve de pretexto para una ópera coral y endiablada, con personajes que se atropellan por interés y un protagonista —el astuto Gianni— que orquesta el engaño con una brillantez teatral que roza el delirio. Puccini, en plena madurez artística, construye una partitura enérgica y refinada, heredera de la commedia dell’arte, pero dotada de una modernidad que aún hoy sorprende.
El espectáculo —vibrante, cuidado al detalle y de gran ritmo— tuvo en la dirección de Spotti una lectura brillante en ambas obras, y en la propuesta escénica del tándem Leiser–Caurier un enfoque cómplice que nunca trivializa el humor. Si Ravel dibuja sus personajes con pinceladas impresionistas, Puccini los esculpe con trazo grueso pero preciso. Entre ambos, nos regalan una noche de ópera distinta: inteligente, deliciosa y divertida.
Moshe Leiser y Patrice Caurier hacen en este díptico operístico una propuesta que destila cultura, sensibilidad y una gran pericia teatral. Ambos directores se han dejado guiar con inteligencia por la fuerza de los libretos y la música, abordando las obras con una literalidad medida y respetuosa, sin forzar conceptos ni imponer lecturas ajenas a su espíritu original. Lo que se ofrece al espectador es claridad, humor bien dosificado y una narración que fluye con soltura. Aunque no se plantea un nexo escénico explícito entre L’heure espagnole y Gianni Schicchi, hay una sutil unidad de enfoque: ambas acciones se trasladan a una actualidad reconocible, y en ambas el humor emerge de forma natural, sin alharacas innecesarias. Los directores saben cuándo intervenir con toques personales y cuándo dejar que sea la propia dramaturgia la que lleve el peso.
En L’heure espagnole, la puesta en escena se muestra especialmente ambiciosa y traviesa. El espacio —una habitación-relojería colorida y gozosamente kitsch— se convierte en un verdadero parque de atracciones escénico, donde los personajes se esconden y aparecen entre los grandes relojes de pie en un vaivén coreográfico tan disparatado como eficaz. El simbolismo del gran toro que rompe la realidad y preside el escenario añade una nota visual potente —aunque algo tópica— que refuerza el tono entre castizo y surrealista de la ópera de Ravel.
En Gianni Schicchi, la acción se traslada a una habitación de hospital, donde el moribundo Buoso Donati expira entre peleas y rifirrafes familiares. El espacio cerrado funciona como un microcosmos de hipocresía y ambición. Leiser y Caurier no se empeñan en reinventar lo que ya funciona: el humor surge con naturalidad de la situación, el texto y la música, reforzado por la iluminación precisa de Christophe Forey, que subraya el tono a medio camino entre lo grotesco y lo hilarante. Aun así, algunas situaciones, quedan colgando de los hilos de la imaginación (el final, con el falso Buoso Donati echando a empellones a sus familiares ante la presencia de los enfermeros del hospital). En definitiva, un trabajo escénico riguroso, creativo y muy efectivo, que potencia las virtudes teatrales de estas dos óperas breves con una mirada contemporánea, sin traicionar jamás su esencia.
La dirección de Michele Spotti, al mando de la estupenda Orquesta de la Comunitat Valenciana, fue clave para destacar la brillantez de las dos obras. Aunque Gianni Schicchi era un terreno más familiar para Spotti, quien supo dar un pulso dinámico y eficaz a la obra, fue en L’heure espagnole donde brilló especialmente. La dirección musical de Spotti fue minuciosa, con una sensibilidad que permitió a la música de Ravel expresarse en toda su sensualidad, con momentos picarescos y de gran viveza, sin perder el alma francesa de la obra. En cambio, el tratamiento musical de Puccini fue más tumultuoso y quizá menos meditado, pero igualmente eficaz, reflejando la complejidad del humor y las emociones de la obra.

Escena de Gianni Schicchi de Giacomo Puccini en Valencia © Miguel Lorenzo-Mikel Ponce
El reparto vocal fue un lujo absoluto. En la ópera de Ravel la mezzosoprano suiza Eve-Maud Hubeaux se lució en un canto expresivo, apoyado en un timbre hermoso y el buen manejo de su instrumento, que sin alardes vocales convenció como Concepción con una magnífica unión de la palabra y la música, amén de una presencia escénica magnífica. Los cuatro hombres que la acompañaron estuvieron a muy buen nivel, destacando el tenor Mikeldi Atxalandabaso (Torquemada), bien timbrado y punzante en lo canoro y estupendo trabajo actoral; y el barítono argentino Armando Noguera como Ramiro, el despistado arriero que también es sumado al club de amantes de Concepción.
El tenor peruano Iván Ayón Rivas (Gonzalve) y el bajo alicantino Manuel Fuentes (Don Iñigo) también participaron en la ópera de Puccini, el primero como un hiperactivo Rinuccio que desplegó las alas en la bella ‘Firenze è come un albero fiorito’, redonda y luminosa; y Fuentes como Betto di Signa, que se hizo notar con el caudal de su voz. El bombón ‘O mio babbino caro’ encomendado por Puccini al personaje de Lauretta fue cantado con corrección por la soprano Marina Monzó, muy aplaudida pero lejos del brillo que he visto en ella en otros personajes, como el de Ismene en el reciente Mitridate, rè di Ponto en el madrileño Teatro Real.
En el largo elenco de personajes que requiere Gianni Schicchi, en el que participaron varios becarios del Centre de Perfeccionamiento de Les Arts y otros conocidos cantantes ya en circuito (Tomeu Bibiloni, Javier Agudo y el ya mencionado Atxalandabaso,) se hizo notar la presencia del bajo Giacomo Prestia (el viejo Simone), un tanto disminuido de la contundencia sonora de tiempos pretéritos, y la veteranísima mezzosoprano Elena Zilio (Bolzano, 1941), aún con fuerza dramática para sacar adelante un personaje como el de Zita.
El protagonista absoluto de esta ópera coral es Gianni Schicchi y en el barítono Ambrogio Maestri lo tuvimos. Con su energía casi inagotable y su dominio de la voz y la escena, Maestri demostró, una vez más, por qué es uno de los barítonos más requerido por los grandes teatros en este personaje. Cada gesto y palabra de su interpretación estuvieron medidos, llevando al público a carcajadas, mientras su ‘Addio Firenze!’ se convirtió en uno de los momentos más celebrados.
La velada en el Palau de Les Arts fue un viaje de contrastes y una celebración de la ópera más refinada, divertida y emocional, gracias a una estupenda unificación de lo teatral con lo musical. El público se entregó a la magia de la ópera y el resultado fue una velada inolvidable.