L’Orontea en Milán
Septiembre 28, 2024. En el ámbito del probado proyecto de montar en escena cada año una ópera barroca, el Teatro alla Scala vuelve al siglo XVII proponiendo uno de los títulos más importantes y representados en su época: L’Orontea de Antonio Cesti (1623-1669), cuyo estreno tuvo lugar en Innsbruck en febrero de 1656.
L’Orontea, a diferencia de muchas otras obras contemporáneas de aquel periodo, nacidas con una finalidad alegórica y celebrativa para magnificar o enaltecer a príncipes o monarcas (es un poco complicado recuperar hoy el contexto por el que fueron pensadas) es puro entretenimiento, puro ocio, como también diversión, con un libreto novelesco, que es por momentos licencioso, en que la seducción y el amor son los verdaderos protagonistas.
Es por ello que, abandonando los esquemas encomiásticos de muchas otras obras del siglo XVII, y mostrando en cambio ese dinamismo, aquella vena dramático-teatral que logran hacerla tan actual, L’Orontea es un título del todo apetecible. En la Scala, precisamente en la Piccola Scala, se había representado en 1961 bajo la conducción de Bruno Bartoletti con Teresa Berganza como la protagonista. En la última parte de la temporada scaligera 2023-2024, Robert Carsen, como el director de escena que es, no le huyó a la ocasión de montarla en escena revistiéndola naturalmente con un nuevo vestido.
En el libreto de Giacinto Andrea Cicognini, revisado por Giovanni Fillippo Apolloni, Orontea es la reina de Egipto, una mujer fuerte y libre que declara su intolerancia hacia los dolores del amor. Ella rechaza todo tipo de pretendientes, solo para ser víctima de un inesperado golpe de suerte, que la hará perder completamente la cabeza por el humilde pintor Alidoro, una especie de Don Giovanni pero un poco despistado, un poco aburrido, a cuya fascinación ninguna parece resistirse, y que al final, para gran satisfacción de todos a través de una inevitable escena de reconocimiento, se descubriría su noble origen.
Las historias amorosas se entrelazan a una velocidad vertiginosa entre cambios de personas, giros imprevistos, disfraces, enamoramientos inesperados, todo aderezado de alegría e ironía, en un clima de puro divertissement, sin embargo, cubierto de un sutil velo de melancolía. Todo esto se encuentra perfectamente en el inteligente y espumeante espectáculo firmado por Carsen. El director de escena canadiense actualizó la historia del libreto ambientándolo en el Milán de hoy, en una prestigiosa galería de arte moderna, cuya propietaria, capaz y ambiciosa, es Orontea.
El espectáculo fue muy disfrutable y las tres horas y media de duración se pasaron volando con emocionante ligereza. Es el mérito de una gran labor de equipo entre el director de escena, el director de orquesta y los cantantes, todos preparados y óptimamente insertados en el dispositivo perfecto de este montaje. La actuación fue precisa y la interacción entre los personajes fue espontánea y creíble, pero, sobre todo, la comprensión del texto de parte de los intérpretes y su consecuente ejecución en el escenario mostró un dinamismo y una vitalidad muy teatral. Por lo demás, hay cosas que pertenecen a muchas obras de aquel período histórico, que es un verdadero cofre del tesoro que valdría la pena abrir más a menudo.
Giovanni Antonini dirigió con gran cuidado y precisión a la Orquesta del Teatro alla Scala (que tocó con instrumentos históricos) y creó un tejido ideal para valorizar de la mejor manera los matices, fraseos y ritmos, pero sin mostrarse nunca predominante y autorreferencial. Se podría afirmar que Antonini se puso al servicio de la partitura manteniendo el canto con intención y el transporto sin sobrecargarlo con inútiles folclorismos filológicos (presuntos como tales) que desafortunadamente se escuchan en las ocasiones en las que se encuentra uno con este repertorio. Con mucha frecuencia había tal concentración y atracción por lo que sucedía en el escenario que la orquesta casi desaparecía porque estaba tan compenetrada con lo que ocurría sobre la escena. Fue por tanto una delicia para los ojos y para los oídos, y la compañía de canto respondió de la mejor manera a las exigencias del director de escena y el concertador.
Stéphanie d’Oustrac fue una Orontea altiva pero también frágil, dotada de un importante instrumento vocal, quizás no muy dúctil, pero con un timbre bruñido y bastante cautivador. Carlo Vistoli personificó a Alidoro con voz plena y bien timbrada, dando al personaje vigor y pasión, sabiendo también tocar las cuerdas de la ternura con un canto mórbido y espontáneo. Francesca Pia Vitale interpretó a Silandra con un toque de coquetería, pero también de suavidad. Gustó la pureza de su timbre y su capacidad de llevar las frases con naturalidad y comunicación.
Convicente estuvo Hugh Cutting, un Corindo muy musical de color vocal agradable y homogéneo en toda la gama. Fue en verdad una grata sorpresa. Luca Tittoto, con voz potente, rotunda y profunda, se desempeñó con extroversión dibujando un Gelone intrusivo, descarado y también muy divertido. Brillante y muy atractiva en escena estuvo Sara Blanch en el papel de Tibrino, como luminosa y persuasiva estuvo el canto de Maria Nazarova en el rol de Giacinta, mientras que la Aristea de Marcela Rahal fue con razón vivaz, evitando caer en lo caricaturesco. Al final, estuvo confiable el experto Mirco Palazzi en el papel del austero Creonte. Al final, resultó ser ¡un éxito para todos!