L’uomo femmina en Madrid

Anas Séguin (Gelsomino) y Eva Zaïcik (Crétidea) en L’uomo femmina de Baldassare Galuppi, en el Teatro Real de Madris © Javier del Real

 

Abril 3, 2025. Le Poème Harmonique, orquesta apasionada por el repertorio de los siglos XVII y XVIII y que desde su creación en 1998 no ha dejado de sorprender con su poderoso y delicado sonido, hizo honor a su nombre. Bajo la dirección de Vincent Dumestre, quien es uno de los intérpretes más renombrados hoy en día, la orquesta francesa ofreció una interpretación poética e impecable que cautivó a todos los asistentes del Teatro Real durante el estreno de la versión en concierto del dramma giocoso per musica L’uomo femmina (El hombre mujer), compuesto por Baldassare Galuppi (1706-1785) y estrenado en Venecia el año 1762.

El compositor, que poco a poco va siendo redescubierto por especialistas y llevado a los grandes teatros, crea una partitura de delicadeza barroca y atisbos de un clasicismo temprano en perfecto equilibrio con un drama en todo momento divertido. A diferencia de otras de sus obras, este drama cómico no tiene como libretista al mítico Pietro Metastasio, sino a un escritor mucho menos conocido: Pietro Chiari. La ópera, descubierta en una biblioteca de Lisboa en 2006, tuvo su estreno en forma de concierto este 3 de abril en el Teatro Real, durante una velada que sin duda alguna cautivó a todos los asistentes, arrancándoles carcajadas que fueron contagiosas mientras más se desarrollaba la trama.

Si bien podemos encontrar temas de roles, enredos e intercambios de género a lo largo de la historia de la literatura y la ópera, no había sido de mi conocimiento un argumento como el que Baldassare Galuppi y Pietro Chiari proponen en esta ópera, al menos en la historia de la literatura y la música: dos hombres naufragan en un país gobernado y dominado por mujeres, donde los papeles se invierten y son los varones los sometidos, delicados, veleidosos y todas aquellas características de género que les son propias a las mujeres, según la visión de aquel siglo. 

Hoy en día este tema resultaría escandaloso de no ser porque el Teatro Real lo ha presentado de manera sinceramente inocente y enfocada a lo musical y a lo dramático dentro de su contexto histórico. No hay en este formato de concierto y bien llevado a escena, con apenas dos sillas en escenario, intenciones de contemporaneidad reivindicativa, y eso se agradece. Aunque son loables los esfuerzos por interpelarnos con otras propuestas, en ésta, el divertimento es constante sin dejar de hacernos pensar, caricaturizando, como el drama lo expone y como toda comedia hace, las características de cada uno de los sexos y géneros. El público divertido es muestra de que aún podemos reírnos sin comprometer nuestras convicciones. Un humor argumental que funciona bien hoy en día y que incluso llega a replantearnos los roles hoy día, pero dentro de un marco de comicidad que se sostiene durante los tres actos.

La orquesta en escena, con instrumentos de la época y una sonoridad plena, incluso llega a ser cómplice in situ de algunas de las líneas expuestas por los personajes. Cabe destacar la perfecta afinación de los violines y la inmejorable sincronía de sus músicos. Pocas veces es escuchada tal claridad en una orquesta, sobre todo en un repertorio pleno de escalas demandantes y pasajes de contrastes en tempi y carácter. Las maderas y metales fueron asimismo ejemplares de principio a fin: muestra de ello fue la ovación otorgada por el público. El bajo continuo, con su sedosa sonoridad y preciso control del tiempo, otorgó unidad a la partitura dirigida magistralmente por Dumestre.

 

Elenco de L’uomo femmina en concierto en Madrid, con el ensamble Le Poème Harmonique bajo la dirección de Vincent Dumestre © Javier del Real

 

El reparto conformado por seis personajes brilló con una frescura desenfadada que restó seriedad y aumentó el deleite de la representación. Vestidos a manera de concierto, sus actuaciones fueron aun así convincentes. Roberto, interpretado por el barítono Víctor Sicard, fue vibrante y humorístico. Su voz, de vibrantes notas medias y bajos potentes, dio vida a un personaje dispuesto a luchar por el mutuo amor entre él y Crétidea, interpretada por la mezzosoprano Eva Zaïcik, quien convence no solo por la belleza de su voz, sino por el histrionismo que contrasta tan eficaz con Sicard. 

Es aquí donde vemos esta lucha de roles de manera más marcada y divertida: aunque se aman, cada uno desea amar a su manera, desde su propia perspectiva de género, de tal suerte que los gestos de uno y otro resultan divertidísimos para el público. En este romance se interpone también el personaje de Cassandra, quien resultará ser la hermana perdida de Roberto, de tal manera que aquel incipiente amor era mero reconocimiento de la sangre que los une. Victoire Bunel, quien se presenta de tiempo atrás con la orquesta, fue sin duda una de las grandes voces de la noche, con un dominio técnico evidente. La audiencia pudo disfrutar de su riqueza tímbrica y su divertida interpretación. 

Como su compañera de aventuras, Ramira, la también mezzosoprano Lucile Richardot estuvo al nivel de todos sus compañeros de escena. Si bien en algunos momentos sus agudos perdían fuerza, ganaba en interpretación y compromiso musical cuando el registro se encontraba dentro de su dominio, regalándonos una sonoridad franca y robusta. Como pareja de Crétidea, que pronto es relegado al olvido por el amor naciente hacia el varonil náufrago Roberto, el personaje de Gelsomino fue interpretado magistralmente por el barítono Anas Séguin, femenino personaje que no deja de intentar manipular a su ama y señora mediante falsos achaques y constantes cuidados de su apariencia. Fue sin duda alguna la mejor voz de la noche. Voz vibrante, sonora, robusta y delicada cuando lo requiere; precisa, en perfecto equilibrio con la orquesta y con las demandas histriónicas del personaje, la entrega de Anas Séguin ha sido un rotundo éxito, siendo el cantante más aplaudido de la noche. 

Por último, el personaje compañero de Roberto, Giannino, cuyo papel fue interpretado por  el tenor Paco García, es el equilibrio entre la rudeza varonil de su peor y mejor amigo: mientras Roberto se afirma sobre sus propias ideas de cómo debe ser un hombre, Giannino, divertido y hasta inocente, disfruta de estos cambios de roles, pues se siente más relajado. El papel otorga esa liviandad propia de los personajes cómicos como Leporello. Compañero fiel, pero indiscreto por momentos, Paco García fue divertido, aunque tuvo notables dificultades en los agudos en alguna de sus arias, donde se le escuchó apretado. Sin embargo, su desfachatez y complicidad ganó con mucho. 

Cabe resaltar que, una vez expuesto el drama durante el primer y segundo actos, el tercero se convierte en un desfile de arias, duetos, tercetos y más, en los que no paramos de deleitarnos con las bellas voces que conformaron este reparto. Al final, el equilibrio de género, propio del siglo que vio nacer esta ópera volvió a su lugar, evitando vuelcos de tuerca, pero haciéndonos partir del recinto con una sonrisa en los labios y desenfadas mas no parcas reflexiones.

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