Madama Butterfly en Barcelona
Diciembre 11, 2024. Madama Butterfly volvió a aparecer de nuevo con tres repartos para los papeles principales, siempre con mucho éxito, aunque no con localidades agotadas. Tendré que repetirme también sobre la puesta en escena, ya que en un teatro que a veces gasta en inútiles Tosca (por ejemplo), aquí no salimos del conocido espectáculo en su origen firmado por Moshe Leiser y Patrice Caurier del que cada vez queda solo la escenografía sencilla y despojada y el excelente vestuario.
Por suerte esta vez —no vi las dos primeras compañías pese a algún nombre de campanillas— la protagonista fue el mejor rol en que he visto a Ailyn Pérez, plenamente convincente en lo vocal y lo escénico, con una voz de lírica ideal, que lamentablemente sufrió los embates de una orquesta que sonaba bien, pero desatada por la batuta de Paolo Bortolameolli, que así debutó en el Liceu.
Semejante desborde causó problemas a casi todos menos a Celso Albelo, que en este nuevo repertorio parece decidido a cantar tan fuerte como le sea posible a su bella voz (escénicamente no fue nada del otro mundo, pero ese personaje de Pinkerton resulta cada vez más insoportable en sí mismo). Bien, el cónsul de Gerardo Bullón (ocasionalmente se notó alguna tensión el registro agudo) y encomiable, la Suzuki de Gemma Coma-Alabert, muy empática en su actuación.
De los demás, Juan Noval-Moro fue un discreto Goro, Carlos Cosías un correcto Yamadori, y el Bonzo de David Lagares también pagó las consecuencias del vendaval orquestal. Montserrat Seró causó excelente impresión como Kate Pinkerton. Correctos, los demás roles menores en los que se alternaban dos artistas en cada uno, sin que sepamos a ciencia cierta a quién vimos.
La única ovación durante el transcurso de la ópera fue tras la gran aria de la protagonista a principios del segundo acto. Al final, mucho aplauso para todos.