Madama Butterfly en Madrid
Julio 1, 2024. Para concluir la temporada 2023-2024, el Teatro Real subió a escena la convocante Madama Butterfly pucciniana, representaciones que dedicó a la soprano española Victoria de los Ángeles en el centenario de su nacimiento (1923-2023) y cuyo principal atractivo giró en torno a su interesante propuesta vocal.
En su debut a cargo de la exigente parte protagónica, la soprano méxico-americana Ailyn Pérez puso mucho esfuerzo por sacar adelante una parte que vocalmente la puso contra las cuerdas. Brilló con luz propia en la entrada ‘Ancora un passo or via’ y el dueto de amor del primer acto, donde su voz de rico lirismo destacó por su calidad, su flexibilidad y su siempre cuidada proyección. Su emotivo fraseo y la intencionalidad que imprimió a su decir fueron dos cualidades que la acompañaron durante toda la noche.
Su personalidad artística dúctil, sus grandes dotes de actriz y su entrega escénica también llevaron mucha agua a su molino en el resultado final de su caracterización. Salió airosa, aunque con lo justo, en la famosa aria ‘Un bel di vedremo’, donde fue generosamente celebrada por el público. En el resto de la ópera, su rendimiento fue irregular y convenció poco, en buena medida debido a que su voz resultó aún demasiado lírica para los requerimientos de la parte. Su centro poco robusto y sus débiles graves le impidieron que pudiese darle el necesario desarrollo dramático a su personaje.
Perfecto en su cometido, el tenor americano Charles Castronovo retrató un cínico, antipático y arrogante B. F. Pinkerton con un timbre solar, unos agudos de acero y un canto siempre matizado. Su aria ‘Addio fiorito asil’ le dio a la noche uno de sus mejores momentos vocales.
Una muy destacable labor llevó a cabo el barítono español Gerardo Bulló, quien bordó con gran autoridad y clase un cónsul americano Sharpless pleno de madurez, humanidad y elegancia, con una voz homogénea, cálida y bien conducida, remarcables condiciones de intérprete y muy buena presencia escénica.
Impecable, la mezzosoprano georgiana Nino Surguladze delineó una Suzuki humilde y sensible de atractivo timbre, generosos graves y gran nobleza expresiva. El dueto de las flores del segundo acto, donde unió su voz a la de la protagonista, fue de antología.
Un gran acierto fue convocar al tenor Moisés Marín para la parte del casamentero Goro, de la que extrajo intención y más de los parlamenti, y en cuya composición exhibió una enorme variedad de recursos histriónicos. De los personajes secundarios, dejaron una muy grata impresión el príncipe Yamadori del barítono Toni Marsol, el tío Bonzo del bajo georgiano George Andguladze y la Kate Pinkerton de la mezzosoprano Marta Fontanals-Simmons.
El coro de la casa estuvo perfectamente preparado, bajo la siempre atenta dirección del argentino José Luis Basso. Inspiradísimo, el director italiano Nicola Luisotti, habitual invitado a la casa, hizo maravillas al frente de la orquesta, brindando una lectura de altísima calidad sonora, detallista, de tiempos justos y de perfecta concertación.
La realista producción escénica proveniente de la ópera de Turín y que firmó el Damiano Michieletto dio mucha tela que cortar. Sin kimonos, ni abanicos, ni tatamis, ni cerezos en flor, el director italiano reinterpretó el drama pucciniano ofreciendo un espectáculo desangelado, grotesco, violento y cruel, alejado años luz del libreto original y en donde, en no pocas ocasiones, lo que se cantó no tuvo nada que ver con lo que se vio sobre el escenario.
La acción se trasladó de Nagasaki a finales del siglo XIX a la actualidad en alguna zona roja en la periferia de una metrópolis asiática. Abundaron las situaciones ridículas, como por ejemplo el dueto de amor del primer acto donde los protagonistas, uno aferrado a una botella de whisky y el otro subido en el techo de su casa, intercambiaron diálogos amorosos a varios metros uno del otro; o bien, el interludio del acto III donde el pequeño hijo de Butterfly es víctima de bullying por parte de los niños del vecindario, lo que además de resultar desagradable, distrajo de todo aquello que el compositor dice en ese importante momento orquestal.
La escenografía de Paolo Fantin recreó a la perfección el ambiente violento y mercantilista propio del submundo del turismo sexual al que apela Michieletto, colocando a la protagonista en una vitrina de plexiglás en medio de carteles publicitarios donde se ofrecía sexo, juego y comida chatarra. En la misma línea, tanto el vestuario diseñado por Carla Teti como la iluminación de Marco Filibeck exacerbaron con sus trabajos la idea del comercio sexual y recrearon la atmósfera lupanar donde se desarrolló la acción. Una vez más, un espectáculo para disfrutar con los ojos bien cerrados.