Manon Lescaut de Auber en Turín

Escena de Manon Lescau de Daniel Auber en Turín © Daniele Ratti

 

Octubre 27, 2024. El tercer título, y conclusivo, de la estimulante trilogía “Manon, Manon, Manon” presentada en el mes de octubre por el Teatro Regio con un notable esfuerzo de producción, se refiere a un título que generalmente es poco representado, y que en el escenario de Turín se montó por primera vez: Manon Lescaut de Daniel Auber (1782-1871). 

La ópera de Auber, que trata libremente sobre la célebre novela del abbé Prévost, se puso en escena por primera vez en la Opéra-Comique de París en febrero de 1856, y después de haber sido inicialmente exitosa, cayó en el olvido cuando fue desplazada por las obras maestras de Massenet y de Puccini sobre el mismo tema.

La ocasión de poder escuchar en Turín una ópera rechazada, diría injustamente olvidada, era, por tanto, apetecida. Porque Manon Lescaut de Auber quizás no sea una grandísima obra maestra, pero se mantiene como una preciosa gema del repertorio francés que presenta páginas de óptima manufactura, bien escrita para las voces y agradable de escuchar. Además de las arias y los duetos que atrapan inmediatamente al público, vale la pena mencionar el sorprendente e inesperado final trágico ¡este si que es una obra maestra! 

Esta Manon Lescaut es una opéra-comique (por lo tanto, posee diálogos hablados) estilísticamente en deuda con la música de Rossini, Donizetti, como también de Offenbach, donde la protagonista tiene una vocalidad inesperada, para los que estamos acostumbrados a Massenet y a Puccini, de soprano coloratura. De hecho, Auber, con la ayuda del libreto de Eugène Scribe, esbozó una Manon de una manera mucho más ligera y frívola respecto de lo que fue hecho a continuación por los dos compositores más célebres. Por ello, en la obra de Auber esta tipología vocal se apega perfectamente al papel principal; además de tener presente que la cantante para quien fue pensada esta parte fue Marie Cabel, una soprano dedicada a las acrobacias vocales más temerarias. 

Cabe mencionar el interesante hecho que Auber tuvo también a su disposición a uno de los más grandes barítonos del siglo XIX: Jean-Baptiste Faure. En consecuencia, fue amplio el papel del rico protector de Manon (aquí llamado Marchese d’Hérigny), en detrimento del papel tenoril de Des Grieux, que pasa aquí un poco a segundo plano: D’Hérigny tiene tres arias contra ninguna de Des Grieux que, sin embargo, redime a su personaje en el memorable dueto final. 

Arnaud Bernard recurrió de nuevo al cine para dar unidad estilística a las tres producciones. Pero esta vez fue al otro lado del océano, a los Estados Unidos, con la película fue When a Man Loves, una película perteneciente a la época del cine mudo, dirigida por Alan Crosland y estrenada en 1927 con Dolores Costello en el papel de Manon. Bernard limitó esta vez las proyecciones de video, trasladando literalmente el cine al escenario, que se convierte en un verdadero set de cine y donde el público fue prácticamente catapultado al pabellón acristalado del padre del cine mundial, Georges Méliès, en Montreuil. El cuidado de la puesta en escena estuvo a la par de la cuidada actuación. Todos los elementos del elenco parecían estar teatralmente bien preparados y, por lo tanto, contribuyeron a una representación creíble de la acción. 

Específicamente desde el punto de vista vocal, el papel de la protagonista le fue confiado a Marie-Eve Munger. La soprano canadiense no posee una voz muy voluminosa, pero sabe estar en escena y, sobre todo, mostró una buena preparación técnica, interpretando a Manon con verve, exuberancia, soltura, facilidad en la coloratura y en los sobreagudos, también con fines expresivos, a pesar de alguna aspereza. Edward Nelson en el papel del Marchese d’Hérigny mostró un timbre noble y pleno, con un fraseo refinado y musical, aunque pareció estar también un poco forzado en la zona aguda. Marco Ciaponi prestó su voz a un Des Grieux creíble, de buena proyección vocal, incisivo y de timbre expansivo, in crescendo durante la función que culminó con el conmovedor dueto con el que termina la ópera cantando con doloroso envolvimiento. Francesco Salvadori fue un Lescaut monolítico, la Marguerite de Lamia Beuque fue confiable además de estar atenta, mientras que fue un lujo tener a Manuela Custer como Madame Bancelin. 

Pero todo el elenco contribuyó al óptimo resultado de esta producción, como Guillaume Andrieux (Renaud), Anicio Zorzi Giustiniani (Gervais), Paolo Battaglia (Monsieur Durozeau), así como Tyler Zimmerman, Juan José Medina y Albina Tonkikh, estos tres jóvenes pertenecientes al Ensemble del Regio. 

La batuta le fue confiada a Guillaume Tourniaire, quien evidenció un conocimiento detallado de la partitura al imponer una dirección ágil, burbujeante, tal vez no muy imaginativa, pero el todo fue logrado con mano ligera, seguridad y precisión. Al final, como siempre, estuvo a sus anchas el Coro del Teatro Regio que dirige Ulisse Trabacchi.

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