Maria Stuarda en Madrid
Diciembre 19 y 20, 2024. Un triunfal estreno tuvo Maria Stuarda, segunda ópera de la “trilogía de las reinas Tudor” del italiano Gaetano Donizetti, título que por estos días viste de excelencia la escena del máximo coliseo lírico madrileño.
Compensando con creces la incomprensible ausencia de este fundamental título del repertorio belcantista del repertorio de la casa de ópera madrileña, el elenco vocal no pudo ser mejor servido. A cargo de la parte protagonista, la americana Lisette Oropesa bordó una reina católica de apabullante belleza vocal y maestría lírica, con una voz dúctil, homogénea, brillante y una seguridad técnica que, con naturalidad y desparpajo, le permitió ofrecer pianísimos, filados, agilidades y agudos de abrumadora perfección. En la escena, su caracterización de Maria Stuarda fue más frágil, melancólica y doliente que fiera o vengativa.
Alternando la parte, no se quedó atrás la soprano española Yolanda Auyanet quien, con una voz de buen cuerpo, potente, de agudos cumplidores y efectiva técnica, planteó una reina combativa de gran temperamento y profundidad dramática que le sacó fuego a cada de sus frases y ante la que fue difícil no caer rendido a sus pies.
Ambas, cada cual a su modo y con sincera pero diferente expresión, se hicieron de un merecido triunfo personal en la escena de la plegaria del último acto. ‘Deh! Tu di un’umile preghiera’ es una de las más conmovedoras partes escritas por el compositor bergamasco. ¡Chapeau para ambas!
Sin amedrentarse por el listón altísimo que dejaron ambas intérpretes de la prisionera Stuardo, tanto la mezzosoprano rusa Aigul Akhmetshina como la española Silvia Tro Santafé fueron dos magníficas intérpretes que tanto en lo vocal como en lo escénico retrataron con contundencia y profundidad los complejos estados psicológicos de la despiadada soberana anglicana Elisabetta I.
Akhmetshina le dio a la parte bravura, intensidad y carácter con un voz efectiva y ágil en todo el registro y un canto matizado y expresivo, mientras que Tro Santafé delineó una antipática monarca de gran personalidad y canto aterciopelado, noble y virtuoso en el más puro estilo belcantista. La famosa confrontación entre las reinas ‘Figlia impura di Bolena’ fue, en ambos elencos, excepcionalmente expuesta y celebradísima por el público.
Como Roberto, el tenor jerezano Ismael Jordi concibió la ingrata parte del favorito de la reina con un canto refinado, elegante y bien resuelto en las agilidades pero que, demasiado atento en sonar bonito y ofrecer el mejor efecto vocal, resultó algo falto de testosterona y no logró convencer de su desesperación por el destino de la reina. Todo lo contrario sucedió con el tenor tinerfeño Airam Hernández quien, alternado la parte, trazó con unos impecables medios vocales un excelente Conde de Leicester, desbordante de pasión y entrega.
Tanto el bajo italiano Roberto Tagliavini, como el polaco Krzysztof Baczyk brillaron con luz propia al poner al servicio del consejero real Giorgio Talbot sus destacados capitales vocales y buenas presencias escénicas. Aún en las pocas líneas que les tocaron, los barítonos polacos Andrzej Filonczyk y Simon Mechlinski cumplieron sobrados las exigencias que les impuso la parte del malvado tesorero real, Lord Guillermo Cecil.
Completaron el elenco con adecuados desempeños la soprano norteamericana Elisa Pfaender y la argentina Mercedes Gancedo encarnando a la nodriza de Maria, Anna Kennedy.
Conducido por el argentino José Luis Basso, el coro de la casa, al que la partitura le otorga momentos de gran lucimiento, volvió a mostrar el buen desempeño vocal en el que ofreció una prestación de estratosférica calidad. Desde el foso, el director español José Miguel Pérez-Sierra brindó una lectura inteligente, delicada y ritmos contrastantes que supo sacar buen partido de la riqueza melódica y la elegancia de la partitura, sin olvidar el trabajo de los cantantes, a los que acompaño y cuyas voces respeto, pero sin apartarse un ápice del estilo donizettiano.
La tradicional, sobria y oscura puesta en escena que firmó el escocés David McVicar, ya presentada con éxito en varios importantes teatros líricos del mundo, sedujo por su sencilla pero elegante línea y su eficaz teatralidad, que permitieron llevar a buen puerto el desarrollo de la acción, ayudado por los indispensables aportes de Lizzie Powell (iluminación), Brigitte Reiffenstue (vestuario) y Hannah Postlethwaite (escenografía).