Marina en Madrid

Escena de Marina de Emilio Arrieta en el Teatro de la Zarzuela en Madrid © Gemma Escribano

 

Octubre 17 y 18, 2024. Único título del periodo romántico que ha permanecido en el repertorio musical español, la ópera Marina del prolífero compositor navarro Emilio Arrieta (1823-1894) fue el título escogido por el Teatro de la Zarzuela madrileño para la apertura de su prometedora temporada 2024-25. 

Estrenada como zarzuela en 1855, modificada posteriormente por el propio Arrieta para darle la categoría de ópera y reestrenada en el Teatro Real en 1871, este título —no obstante, sus italianizantes transformaciones belcantistas— ha sabido conservar buena parte de los elementos folclóricos españoles que han cimentado su enorme popularidad. 

La versión musical ofrecida en esta ocasión restituyó la ópera en su integralidad, tal y como se estrenó en 1871, y ha sido el producto de un minucioso trabajo de investigación llevado a cabo por María Encina Cortizo y Ramon Sobrino del Instituto Complutense de Ciencias Musicales (Iccmu). La fresca y juvenil historia narrada en el libreto original de Francisco Camprodon para la zarzuela, así como el de Miguel Ramos Carrión para la ópera posterior, fue otro atractivo que explica claramente la razón por la cual este título ha sabido gozar, ya desde sus inicios, de un enorme favor del público.

En lo estrictamente vocal, los dos elencos propuestos brillaron por igual en un estratosférico nivel de calidad. En perfecto dominio vocal de la huérfana protagonista, tanto las sopranos Sabina Puértolas como Marina Monzó tuvieron un desempeño magistral. La primera, de caracterización demasiado aniñada, lució una voz de bello esmalte, dúctil y muy correcta tanto en las coloraturas como en los agudos, alcanzando su zénit vocal en un ‘Pensar en él’ sin mácula que fue celebradísimo por el público. Por su parte, Monzó concibió una protagonista más adolescente y caprichosa e hizo gala de una voz de rico timbre, emisión fluida y virtuosa en las agilidades que coronó con un rondó final ‘Iris de amor y bonanza’, en la versión más larga y aguda, no apto para cardiacos.

Como el joven marino Jorge, enamorado secretamente de la protagonista, fue difícil no sucumbir ante la elegancia y el refinamiento del canto del tenor Ismael Jordi, quien convirtió en oro cuanta nota cantó. No se quedó atrás el tenor alternativo, Celso Albelo, que hizo las delicias del público con una voz bien timbrada, caudalosa y de unos agudos imponentes. 

El barítono Juan José Rodríguez delineó un contramaestre Roque vocalmente impecable, reconfirmando ser uno de los más importantes cantantes españoles de su generación. Alternando la parte, una grata sorpresa resultó el desempeño del italiano Pietro Spagnoli, quien con sólidos recursos vocales y mucho oficio escénico trazó su personaje con gran humanidad y variedad de acentos. 

Completaron el cuarteto protagónico tanto el bajo Rubén Amoretti como su colega Javier Castañera, quienes resultaron muy efectivos en sus caracterizaciones de Pascual, el propietario del astillero y enamorado no correspondido de la protagonista. El primero destacó por la sonoridad de su voz y su canto intencionado; y el segundo, por su autoridad musical y su arrogancia escénica. 

El coro, al que la partitura ofrece gran lucimiento, supo aprovechar cada ocasión para presumir de su buena salud y su preparación. A cargo de la dirección musical, el madrileño José Miguel Pérez-Sierra, quien demostró conocer en profundidad la obra de Arrieta, ofreció una lectura equilibrada, detallista y atenta a las necesidades de los intérpretes. 

Al frente de la nueva producción escénica, la directora catalana Barbara Lluch hizo un gran trabajo marcando teatralmente las emociones, la incertidumbre, los miedos y las inseguridades de cada uno de los personajes de la trama. La minimalista escenografía de Daniel Bianco dio el marco ideal para el desarrollo de la acción, apuntalada por el cuidadísimo tratamiento lumínico de Albert Faura y los bellísimos videos de Pedro Chamizo, quienes recrearon a la perfección el ambiente marítimo de los atardeceres de Lloret de Mar, donde transcurre el argumento de la ópera. El esmerado vestuario de Clara Peluffo Valentini aportó calidad al exitoso resultado final. El numeroso público que colmó la sala, aplaudió a rabiar y casi hubo que sacarlo por la fuerza del teatro.

 

Rubén Amoretti (Pascual), Sabina Puértolas (Marina) e Ismael Jordi (Jorge) © Amílcar Farías

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