Mosè in Egitto en Piacenza

Escena de la producción de Pier Francesco Maestrini de Mosè In Egitto de Gioachino Rossini en Piacenza © Rolando Paolo Guerzoni

 

Octubre 27, 2024. Compuesta por Gioachino Rossini en 1818, Mosè in Egitto es una ópera que merece especial atención por su valor histórico y musical. En un período de transición de su carrera, Rossini creó esta obra maestra que entrelaza el drama sagrado y la ópera seria. Basada en un episodio bíblico del Éxodo, Moisés en Egipto representa un punto de inflexión en la producción lírica del compositor de Pésaro y marca un paso significativo en su camino hacia el desarrollo de la ópera romántica.

El título fue encargado por el Teatro San Carlo de Nápoles para estrenarse el 5 de marzo de 1818. Inicialmente, fue concebida como una obra sacra destinada a representaciones de Cuaresma, donde estaban prohibidas las representaciones teatrales de carácter profano. De hecho, la obra contiene muchos elementos de devoción religiosa que, combinados con la grandeza escénica del melodrama italiano, dan vida a una obra que destaca por su profundidad espiritual y su poder dramático. Es por ello que en 2024 el Teatro Comunale de Módena, el Teatro Municipale de Reggio Emilia y el Teatro Municipale di Piacenza concibieron una coproducción de este particular título.

En 1818, la primera versión de la ópera fue muy criticada por una escena clave: la división de las aguas del Mar Rojo. La puesta en escena no estuvo a la altura de las expectativas pues tuvo problemas técnicos que, en vez de impresionar al público, generó risas y descontento por parte de la crítica. Desde el punto de vista escénico, el desafío de representar el milagro del Mar Rojo y otras maravillas descritas en el libreto constituye una oportunidad para experimentar con nuevas tecnologías teatrales y ofrecer al público una experiencia visual extraordinaria.

Para la coproducción italiana que nos ocupa, Pier Francesco Maestrini propuso una versión tradicional en extremo ingeniosa que logró con creces el efecto deseado por Rossini y el empresario Domenico Barbaja en su momento. El regista florentino utilizó la tecnología, la inteligencia artificial y naturalmente del talento de su equipo creativo para sorprender y emocionar a la audiencia, recreando las plagas bíblicas, pero sobre todo con el imponente y tan riesgoso final de la abertura del mar para exterminar a los egipcios.

La escenografía y proyección de videos fueron la pieza clave de la producción, ambos realizados por Nicolás Boni. El escenógrafo argentino realizó un escenario en tercera dimensión, posicionando animaciones en un backwall que ocupaba todo el fondo del escenario, mientras en un ciclorama transparente posicionado en el proscenio se proyectó el complemento de lo que sucedía en las animaciones traseras, creando así un espacio tridimensional en donde se llevaba a cabo cada escena.

El oscuro diseño de iluminación del milanés Bruno Ciulli ayudó a que las animaciones de Boni lucieran; aunque momentos de gran luminosidad acontecían cuando uno de los milagros de Moisés tenía lugar, haciendo una dupla perfecta. Por su parte, los vestuarios diseñados por Stefania Scaraggi fueron de gran ayuda para diferenciar a los egipcios de los judíos, una banalidad que no siempre es tan evidente en algunas puestas convencionales y que es muy útil para el espectador.

 

Mariam Battistelli (Amaltea), Andrea Pellegrini (Faraone), Michele Pertusi (Mosè) y Matteo Mezzaro (Aronne) © Rolando Paolo Guerzoni

 

El personaje de Mosè, símbolo de autoridad divina y moral, fue interpretado por el experimentado Michele Pertusi. El bajo parmesano dio vida al héroe bíblico con impecable maestría y un profundo conocimiento del bel canto serio. Su interpretación de ‘Tu di ceppi m’aggravi’ —aria utilizada originalmente por Rossini para el personaje de Mustafà en L’italiana in Algeri (1813)—, exhibió una forma vocal envidiable, arrancando ovaciones por su gallarda ejecución.

Andrea Pellegrini encarno al Faraone, cuya resistencia a la inevitable liberación de los judíos representa una de las tensiones centrales de la obra. El joven bajo ofreció una ejecución actoral mucho mejor que la vocal. Por su parte, la soprano italiana y nacida en Etiopía Mariam Battistelli, con una cristalina, fresca y ágil voz dio vida a una aguerrida Amaltea, la esposa del faraón que intenta proteger a los judíos porque se convirtió en secreto a su religión.

Si bien Rossini se ciñó al marco bíblico, también exploró en la partitura temas de conflicto interno, amor prohibido y redención, añadiendo elementos típicos de la naciente ópera romántica. La pareja de enamorados, Osiride y Elcia, que ven su amor obstaculizado por divisiones religiosas y políticas, ofrece un paralelo con los clásicos amantes desventurados de la tradición lírica, como Romeo y Julieta. El tenor italiano Dave Monaco, con una ligera pero agraciada y elegante voz, dio vida a Osiride, el heredero al trono egipcio. Con bellos agudos y una correcta línea de canto, ofreció una óptima actuación escénica y vocal. En contraste, la soprano rumana Aida Pascu como Elcia resultó una amarga desilusión. Aunque su registro central poseía cierto encanto, conforme se aventuraba al registro agudo su voz se iba engolando; al llegar a los sobreagudos, un desagradable sonido calado arruinaba los icónicos concertantes rossinianos.

El tenor Andrea Galli dio vida a Mambre, el sumo sacerdote que considera a Moisés un charlatán y sus prodigios trucos triviales. El tenor, a pesar de tener una pequeña voz, dio lo mejor de sí, sobre todo en la parte escénica. Por su parte, los hermanos de Moisés fueron interpretados con convicción por el tenor Matteo Mezzaro como Aronne y la mezzosoprano Angela Schisano como Amenofi.

La partitura de Rossini, con su intrincada mezcla de armonías y estilos, plantea un desafío considerable para quien se sitúa en el foso de la orquesta. En esta producción, el maestro Giovanni Di Stefano, al frente de la Orchestra Filarmonica Italiana, quien ha dirigido ya un repertorio de 50 óperas, brindó una interpretación fiel y académica, sin grandes innovaciones, pero siempre respetuosa del texto rossiniano. Con un control preciso de la orquesta, llevó en extremo bien los tempi y cuidó el volumen en todo momento. Cabe destacar el cuarteto ‘Mi manca la voce, mi sento morire’, que fue de antología gracias a las románticas dinámicas del veterano concertador.

El magistral uso del coro por parte de Rossini requiere una interpretación de alto nivel, cosa que el Coro Lírico de Módena cumplió con creces, bajo la dirección de su titular, Giovanni Farina. Fue tan apreciada la parte del coro que sucedió algo inusual: tras la hermosa ejecución de la preghiera coral: ‘Dal tuo stellato soglio’, el público piacentino gritó ‘¡Bis! ¡Bis! ¡Bis!’ Desde el foso, Di Stefano no tuvo más opción que complacer al público y bisar la parte coral.

Proponer hoy en día esta extraordinaria obra significa honrar la tradición de la ópera italiana en un viaje que entrelaza el legado con la innovación. Cuando la tecnología y la creatividad humana se conjugan, como en esta impecable coproducción, la experiencia se eleva y el homenaje se transforma en un acto de pura magia escénica.

 

Aida Pascu (Elcia) y Dave Monaco (Osiride) © Rolando Paolo Guerzoni

Compartir: