Orfeo ed Euridice en el Teatro de las Artes

Escena de Orfeo ed Euridice de Christoph Willibald Gluck en el Teatro de las Artes

 

Diciembre 14, 2024. En el marco del 30 aniversario del Centro Nacional de las Artes, el Teatro de las Artes recibió una propuesta lírica refrescante que reimaginó por completo un clásico de la mitología para sintonizarlo con las complejas realidades de nuestro tiempo: la ópera Orfeo ed Euridice (1762) de Christoph Willibald Gluck (1714-1787), que cuenta con libreto de Raniero di Calzabigi (1714-1795), en una producción invitada de la Compañía de Ópera de la Universidad Texas Tech, bajo la dirección artística de Alan E. Hicks.

Esta puesta en escena transportó al público hacia un contexto contemporáneo, donde la ancestral historia de amor y pérdida de Orfeo y Eurídice adquirió una nueva dimensión sobre el escenario, lo que de entrada hilvanó lo clásico, lo reformista y la posmodernidad. La audaz propuesta de Hicks, quien también se encargó del diseño de proyección, trazó la tragedia de Orfeo (Avery Corder) y Eurídice (Ana Paola Vergara) rumbo a un campo de refugiados en la actualidad, transformando el mito milenario en un poderoso reflejo de la realidad que configura la guerra: sus estragos de violencia y miseria, así como la desesperada búsqueda de una vida mejor.

La imagen de la pareja protagonista como migrantes que ansían un futuro más seguro y esperanzador es potente y se enfrenta a la de la muerte de Eurídice (como la de tantos desplazados) en ese camino difícil y riesgoso que, no obstante, debe tomarse con urgencia; un éxodo que resonó con profundidad en el público. En ese nuevo contexto, los refugiados lloran junto a Orfeo su luto, compartiendo la doble tragedia de anhelar alejarse de la pesadilla y solo acumular más pérdidas en el intento.

La escenografía minimalista (diseñada igual que la iluminación por Andrea Bilkey) aprovecha algunos paneles en columna para proyectar sobre ellos la precariedad de ese mundo urbano en el que destacan grafitis diversos, muros de tabique desnudo, cielos nocturnos nubosos y otros símbolos de la destrucción y la esperanza. La idea no solo armonizó con la propuesta de vestuario grunge de Mallory Prucha, sino que proyectó con fuerza la recontextualización de los personajes, sin alterar sus motivaciones. Prendas holgadas y con desgaste como camisas de cuadros, chaquetas, suéteres o pantalones sueltos subrayaban la rebeldía, pero también la vulnerabilidad de los tiempos.

 

Avery Corder (Orfeo)

 

En lo que podría ser una escena noventera del ámbito musical encabezado por Nirvana o Pearl Jam, Orfeo, con tatuajes y apariencia de rockstar, se convirtió en el emblema de la resistencia y de fidelidad a su sentir. Su transformación —desde que porta una abrigadora camisa leñadora oversize hasta que luce, más que armadura, una chamarra platinada con estoperoles y estampados múltiples, además de pantalón táctico camuflado y con parches—, reflejó su viaje interior y la lucha por recuperar a su amada, vestida, en cambio, con un delicado y virginal chitón griego. 

En esa aventura al inframundo —si es que la actualidad no lo es ya—, la figura de Amor (Abigail York) es fundamental, como de hecho lo fue en esta puesta en escena, que la mostró en pordiosero conjunto rojo y rosa (entre pants y pijama, gorro skate con gafas, tenis de plataforma) con la imagen múltiple de la Virgen de Guadalupe estampada en la playera. Esa poderosa representación de fe, que atraviesa lo sacro y la cultura pop, contrastó la oscuridad opresiva del entorno, en la que incluso hurga en un tambo de basura, al ofrecer un trascendental rayo de esperanza.

La presencia de este símbolo religioso en el outfit de Amor o un Orfeo del impacto musical de Kurt Cobain (que atraviesa una morgue donde los cadáveres, frescos y aún en bata hospitalaria, son las terribles pero conmovidas furias), pareció subrayar no solo la búsqueda de un refugio espiritual en medio del sufrimiento, sino también el sincretismo cultural que vincula a México con Estados Unidos, tanto como la sensible agenda migratoria y la emergencia humanitaria que acarrea.

 

Ana Paola Vergara (Euridice)

 

Conceptualizada así, es claro que esta historia estandarte del luto pero también del poder de la lírica y el amor, puede conectar con el público de nuevas generaciones. La música y el canto de Orfeo es capaz de recuperar a su anhelada Eurídice y en esta ocasión, en la función del sábado 14, las interpretaciones de Avery Corder y Ana Paola Vega resultaron muy destacadas; Corder con una línea musical fluida y transparente de sintonía estilística que resultó climática en su lamento ‘Che farò senza Euridice’, y Vergara con una aproximación doliente y dramática, pero en general libre de excesos.

Como Amor, Abigail York fue un complemento asertivo al exponer las reglas de los dioses para el descenso de Orfeo al Inframundo, lo que en sí resulta una prueba de su convicción, pero al final no es sino cómplice de la pareja y sus afectos, como lo argumentó York a través de su canto y actuación. Para el domingo 15, el terceto de solistas será distinto e incluso alterna algún cantante que en la primera fecha estuviera en el coro.

Quizá resulta obvio decir que los participantes son jóvenes que se consolidan en su formación profesional, y no superestrellas operísticas aún, pero en conjunto hicieron un trabajo muy digno y de nivel apreciable. Lo mismo puede apuntarse sobre la Orquesta Sinfónica de la Universidad Texas Tech (una docena de instrumentistas) bajo la dirección concertadora de Lanfranco Marcelletti Jr. Aun cuando en algunos puntos —los acelerandi, por ejemplo— pudieron contener mayor pulcritud y firmeza de conjunto, la ejecución —como la batuta— fue clara, de ritmo ágil y con una sonoridad transparente que realzó la belleza musical del Gluck reformista, que libera el sonido de la ornamentación gratuita, lo que de ninguna forma significa facilidad o simpleza. 

La traslación contemporánea de esta puesta en escena, orgánica y respetuosa con la música —sin estorbarla pese a su atractiva relectura—, logró establecer un diálogo entre la diversidad generacional y de apetencias del público, que respondió en buena cantidad al llamado de festejo del Cenart, a tres décadas de abrir sus puertas. Volver a temas intemporales como el amor, la lucha ante la pérdida y la esperanza de una vida más próspera siempre será motivo de fiesta, sobre todo en tiempos desastrosos.

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