Peter Grimes en Roma
Octubre 15, 2024. El fundamental espectáculo de Deborah Warner, nacido en Madrid y ya conocido en París y Londres, ha llegado por fin a Roma y, además de haber afinado su ya excelente puntería inicial, consiguió ser el más completo gracias a la dirección de Michele Mariotti, que se ocupó por primera vez de un título de Benjamin Britten.
El aun joven maestro italiano mostró una preparación y compenetración envidiables no solo en los famosos interludios, sino que, justamente, salvo los que comenzaban un acto tras las pausas, parecían ser una prolongación o un comentario de lo que se acababa de ver o una preparación de lo por venir. La orquesta del Teatro Costanzi le respondió con entrega y calidad. El otro puntal de la institución fue el coro, no solo por su canto (para el que lo preparó muy bien, como siempre, Ciro Visco). Mérito especial, la pronunciación inglesa.
El reparto fue, en su mayor parte, el ya conocido en ocasiones anteriores y con semejante trabajo escénico es lógico que así sea, aunque cambien coro y comparsas (por ejemplo, el niño, aquí un Giacomo Milesi sumamente expresivo). Allan Clayton volvió a ofrecer su retrato del protagonista, cada vez más matizado en lo vocal y escénico, definitivamente más en la línea de un Jon Vickers que de un Peter Pears. Esta vez su cuota de enajenación y desesperación pareció mayor, y su monólogo final fue aún más estremecedor.
Sophie Bevan fue una nueva Ellen. El personaje es difícil también en todos los aspectos y acertó más en la zona aguda pese a que en algún momento forzó sin necesidad. Simon Keenlyside no necesita presentación. Quien puede, solo con gestos, traducir los sentimientos contradictorios de Balstrode (por ejemplo, al abandonar tras los demás la cabaña de Grimes), no necesitaría ni cantar. Además, lo hace como siempre de modo natural y perfecto como para hacer desear que Britten le hubiese dado más parte.
Los varios roles secundarios —pero importantes— tuvieron también a algunos habituales, como Clive Bayley en Swallow, Jacques Imbrailo en Keene (ambos magníficos), John Graham-Hall (un Boles esta vez más presente en lo actoral que en lo vocal), Catherine Wyn-Rogers, cuya Auntie fue menos interesante que su anterior Mrs. Sedley, ahora muy bien encarnada por Clare Presland. Hobson fue un amenazador Stephen Richardson, y los demás estuvieron adecuados en sus respectivas partes. El teatro tuvo muy buena entrada, aunque no se llenó, y hubo alguna defección tras los dos intervalos, pero los aplausos sonaron muy convencidos, sobre todo en los saludos finales.