Rigoletto en Los Ángeles

Escena de Rigoletto de Giuseppe Verdi con la Ópera de Los Ángeles © Cory Weaver

 

Junio 12, 2025. Es imposible ser un melómano y permanecer indiferente al disfrutar y deleitarse musicalmente con las notas de Rigoletto cada vez que se tiene la oportunidad de escucharla en vivo en cualquier teatro. 

Aunque no ha pasado tanto tiempo desde 2018 —cuando fue visto por última vez en el escenario del Dorothy Chandler Pavillion, sede de la Ópera de Los Ángeles—, no es un título que haya frecuentado este recinto con regularidad, más allá de las producciones vistas en las temporadas de 1993, 2000 y 2010.

Sin embargo, esta ópera en tres actos con música de Giuseppe Verdi (1813-1901) y libreto de Francesco Maria Piave, basado en la obra de teatro Le roi s’amuse de Víctor Hugo (una de las primeras obras maestras de la etapa media del compositor), se enfrentó a la censura austriaca que controlaba los teatros del norte de Italia la época de su estreno, que ocurrió en La Fenice de Venecia el 11 de marzo de 1851. Sin embargo, las razones de su censura —que en su momento se atribuyeron a que mostraba la inmoralidad, la corrupción y la trivialidad obscena de gobernantes y gente en el poder—parecen hoy algo “normal” en la sociedad.

Rigoletto fue el título elegido para concluir esta temporada 2024-2025 de la LA Opera. La próxima temporada marcará el adiós del maestro James Conlon como director musical después de 20 años al frente del teatro, posición para la que ya fue nombrado su sucesor, el venezolano Domingo Hindoyan.

De acuerdo con diversas crónicas de representaciones de Rigoletto vistas en este teatro en el pasado, muchas coinciden en señalar que se ha adolecido de puestas en escena convincentes y, al parecer, haber recurrido al cercano mundo de Hollywood no ha sido la mejor solución. En esta ocasión, pienso que tampoco se ha logrado el objetivo en la parte escénica del espectáculo. 

La producción a la que se recurrió en esta ocasión, fruto de la colaboración entre los teatros de Atlanta, Houston y Dallas, pareció no hacerle justicia tampoco esta vez a la trágica historia que gira en torno al licencioso duque de Mantua, a su jorobado bufón Rigoletto y a su hija Gilda. El montaje, creado por Ernhard Rom, consistió en unos amplios muros con pilares de diseño dórico que rodeaban la parte trasera y los lados del escenario, y en el centro una enorme construcción que rotaba sobre el escenario, mostrando de cada lado una enorme pintura y amplios escalones que representaban el palacio ducal, y en otra de las caras el balcón y la fachada de la casa de Rigoletto, que fue utilizada también para mostrar el interior de la guarida de Sparafucile. El tiempo en que se desarrollaron los eventos era alrededor de los años 20 del siglo pasado, con cortesanos vestidos de esmóquines negros y máscaras, para esconder y exaltar la perversión y el libertinaje con el que se conducían, con una iluminación muy tenue de Robert Wierzel, que hacía pensar en un psicodrama o una escena de cine negro.

Rigoletto, aquí, no fue el típico jorobado que indica la historia, sino que —por sus coloridos vestuarios de arlequín, su maquillaje facial blanco y sus pelucas era un payaso de circo, al igual que el maquillaje utilizado en las cejas de Gilda, intención que se complementó con bailarines y malabaristas— por momentos nos hizo pensar en una escena de Pagliacci. Las inconsistencias e incoherencias estuvieron en la dirección escénica de Tomer Zvulun, quien abusó del comportamiento libertino de los cortesanos y del duque, con crudas e innecesarias escenas de violencia, como el apuñalamiento de Monterone, rematado por el duque (en el tercer acto, aparece el fantasma ensangrentado del personaje, mientras que un cortejo carga su ataúd), y en la última escena Rigoletto, pensado que el cuerpo que le entregó Sparafucile es el del duque, igual lo apuñala la acuchilla varias veces, sin saber que se trata de su propia hija. La interacción final entre Rigoletto y Gilda mostró al espíritu de su hija cantando a un lado de su cuerpo… Ocurrencias de los directores que buscan protagonismo imponiendo ideas absurdas que francamente no aportan nada a la historia ni a la función. 

Incluso me atrevería a decir que desentonó con un cierto clima de tensión que se vivió durante la función en las calles aledañas al teatro. Las autoridades de la ciudad impusieron un toque de queda a la mitad de la función, comunicado a los asistentes por medio de una alerta en los teléfonos celulares, y que, dando un tinte dramático y “operístico” a la situación, los accesos al teatro sirvieron como salvoconducto para que los asistentes abandonaran las instalaciones al finalizar el espectáculo.

 

Lisette Oropesa (Gilda) y Quinn Kelsey (Rigoletto)

 

La parte vocal fue muy satisfactoria, comenzando por la Gilda de Lisette Oropesa, quien ya había cantado el mismo papel aquí en 2018, y cuya presencia fue una grata sorpresa porque tomó el lugar que dejó Rosa Feola, anunciada inicialmente en el papel. Oropesa conmovió y maravilló con el manejo virtuoso, seguro y cristalino de su voz. Cada nota y cada frase tuvo sentido en su interpretación, con la variedad de colores y la manera como se regodeó en las notas mas agudas de su parte. 

Como Rigoletto, el barítono Quinn Kelsey mostró las cualidades vocales necesarias para ofrecer una ejecución notable. Su voz es robusta, redonda y sólida. Sin embargo, su rigidez y dureza escénica, por momentos irritante, penalizaron una interpretación creíble del personaje. Por su parte, el tenor René Barbera agradó por la calidez y explosividad que le imprimió a su voz, que ha adquirido cuerpo y canta con elegancia y buena proyección. Actoralmente estuvo discreto, lo cual fue atribuible a la errada dirección escénica. 

Correctos y cumplidores, estuvieron el bajo Peixin Chen como Sparafucile y la mezzosoprano Sarah Saturnino como Maddalena, a pesar de sus poco lucidores y estrafalarios vestuarios; y Blake Denson exhibió una voz pujante y vigorosa como Monterone. Completaron el elenco el tenor Nathan Bowles como Borsa, el barítono Hyugjin Son como Marullo, el bajo brasileño Vinícius Costa como el conde Ceprano, la soprano Gabrielle Turgeon como la condesa Ceprano y el Paje, así como la mezzosoprano Madeleine Lyon, con admirable resplandor vocal en el papel de Giovanna, todos ellos miembros del estudio del teatro.  

El coro que dirige el maestro Jeremy Frank tuvo su aporte con entusiasmo, profesionalismo y cohesión; y James Conlon, al frente de la orquesta, tuvo una inspirada lectura, con conocimiento, intuición y motivación para extraer del foso un sonido pleno de armonía y conjunción. Sin duda, su ausencia se sentirá y será difícil suplirlo al frente de la orquesta, así como también en las infaltables charlas que ha dado una hora antes de todas las funciones que ha dirigido en ese teatro.

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