Rigoletto en Trieste

Amartuvshin Enkhbat (Rigoletto) en Trieste

 

Mayo 16, 2025. Fue un Rigoletto como no se veía desde hace años, el que se presentó en el escenario del Teatro Lírico Giuseppe Verdi de Trieste. Un elenco excepcional animó el escenario del debut. 

Daniel Oren dirigió la Orquesta del Verdi con extraordinaria maestría, atento a todos los matices de la espléndida música del compositor de Busseto, infundiendo a los músicos una constante atención al desarrollo de la escena. Se podía sentir desde la platea el esfuerzo, incluso físico, que el director hacía al dirigir la ópera de un Giuseppe Verdi llegado a la madurez expresiva. 

El protagonista, Amartuvshin Enkhbat, barítono mongol, encendió la platea del teatro con su ejemplar interpretación del jorobado verdiano. Una voz así no se escuchaba desde hacía tiempo en Trieste. El público le suplicó varias veces y el cantante accedió a la solicitud de bis con el telón cerrado. Una interpretación plena y completa fue la suya, canora, pero también expresiva, capaz de transmitir todas las emociones que Verdi escribió para este famoso jorobado. 

Drama potente y melódico al mismo tiempo, lleno de pasiones, traiciones, amor filial y venganza, enfatiza el acento sobre las tensiones sociales que con la revolución francesa resaltaron los abusos de la aristocracia. No es casualidad que el libreto de Francesco Maria Piave esté basado en el drama de Le roi s’amuse de Victor Hugo, que destaca la corrupción de la corte y la condición subordinada de las mujeres, incluso la absoluta indiferencia hacia el destino de las mujeres por parte de los poderosos. 

La obra fue encargada en 1850 por el Teatro la Fenice de Venecia. El tema tratado creó muchos problemas con la censura austriaca, que gobernaba en ese momento la ciudad de la laguna y que no toleraba la evidente crítica. Por eso el rey se convierte en un duque de una corte mucho más antigua, como ya hacía Shakespeare, que utilizaba reyes del pasado para atacar a sus contemporáneos. El tema dominante de Rigoletto es la maldición y la moraleja que se obtiene es “quien la hace, la paga”, porque Rigoletto es un hombre grosero, que desafía a todos con la maldad de sus comentarios. Tanto así que que dice: “Che coglier mi puote? Di loro non temo. Del duca il protetto nessun toccherà.” (“¿Quién me puede atrapar? De ellos no temo. Al protegido del duque nadie tocará.”)

La maldición, en cambio, lo alcanzará, golpeándolo en su bien más precioso, su hija Gilda. No tuvo piedad por la hija de Monterone; de hecho, la ridiculizó por el deshonor que había caído sobre el hombre, que luego fue arrestado: “Tu che d’un padre ridi al dolore, sii maledetto!” (“Tú que te ríes del dolor de un padre, ¡maldito seas!”) grita el hombre al bufón, que desde ese momento será perseguido por el pensamiento de la maldición, hasta la muerte de Gilda; y las notas sombrías e inquietantes se intercalarán perenemente en la continuación de la música para recordar que el destino se ensañará con Rigoletto, algo de lo que de alguna manera él ya es consciente y teme por ello. De nada sirvió la advertencia a la hija de quedarse en casa. Sabe bien lo que su “patrón” podría hacer, sin miramientos ni a él. 

Gilda es ingenua, llena de impulsos amorosos, esconde al padre el encuentro con el joven que se le ha acercado y que le ha declarado su amor. La chica no sabe que el estudiante pobre que se ha declarado como Gualtier Maldè es en realidad el Duque de Mantua, quien profesa amor a cualquier mujer de la que se encapriche por el tiempo de una noche. Gilda fue la soprano española Sabina Puértolas, talentosa cantante, que después de sus estudios en Pamplona continuó su formación en Italia, precisamente en el ámbito de la ópera verdiana. Con su interpretación, sacó a la luz el personaje de la joven enamorada, angelical en el encuentro con el duque, apasionada hasta la muerte cuando decidirá hacerse asesinar en lugar del poderoso, jurándole amor eterno, más allá de la evidencia de los hechos. Su voz brillante alcanzó picos difíciles, a las que a menudo Verdi obliga a sus sopranos. 

El Duque de Mantua fue interpretado por el tenor méxicoamericano Galeano Salas, quien se conmueve al saber que la joven fue raptada por la jauría de malhechores que lo rodean. Se pregunta, “E dove ora sarà quell’angiol caro? … Colei che potè prima in questo core destar la fiamma di costanti affetti?”, (“¿Y dónde estará ahora ese ángel querido… Aquella que pudo despertar primero en este corazón la llama de constantes afectos?”), pero no la perdonará. Salas expresó en escena, con su voz brillante y clara, la frescura del joven que puede lograr todo con la ligereza de su rango. Pero luego, en la ópera emerge —también destacada en la representación de una Mantua oscura y peligrosa— la otra cara de la moneda: la humanidad despreciable y condenada. 

Maddalena y Sparafucile fueron la mezzosoprano Martina Belli y el bajo Carlo Striuli), los dos hermanos que se apoyan en las actividades criminales, viviendo al margen de una ciudad corrupta. La bella Maddalena conquista al duque, que se sirve de sus lujuriosos servicios. Gracias a ella salva su vida, la que Rigoletto quería quitarle para vengarse del agravio a su hija. Una escena oscura en la que Verdi también hace caer la tormenta con los sonidos de los truenos y las luces de los relámpagos, para resaltar mejor la maldición que se cumple. 

Completaron el elenco los óptimos cantantes Carlotta Vichi (Giovanna), Gabriele Sagona (Monterone), Miriam Artiaco (la contessa di Ceprano), Enzo Peroni (Borsa), Fabio Previati (Marullo), Dario Giorgelè (il conte di Ceprano) y, para concluir, Damiano Locatelli, Giuliano Pelizon y Daniele Cusari (oficiales de la corte). 

La dirección escénica de Vivien Hewitt no presentó grandes originalidades, salvo la apertura de la obra en la corte del duque con el entretenimiento que se remite a los mitos de Apuleio y Homero, exaltados por Giulio Romano, pintor de los Gonzaga, en tiempos de Federico II.

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