
Romeo y Julieta en Bellas Artes

La Orquesta y el Coro de Bellas Artes interpretó la sinfonía Romeo y Julieta de Hector Berlioz © Compañía Nacional de Ópera
“¡Dios! Qué tema tan fino”, me dije,
temblando de placer por adelantado
Hector Berlioz
Febrero 2, 2025. La sinfonía Romeo y Julieta Op. 17 y H. 79 de Hector Berlioz (1803-1869) fue la obra elegida para dar inicio a la gestión del argentino Marcelo Lombardero al frente de la Compañía Nacional de Ópera. El domingo 2 de febrero, el Teatro del Palacio de Bellas Artes recibió al público interesado en esta pieza poco frecuente en la programación del repertorio sinfónico (ya no se diga lírico), marcando así el inicio de esta nueva etapa en la agrupación operística más significativa del país.
Estrenada en el Conservatorio de París, en 1839, bajo la batuta de su compositor, la sinfonía dramática Romeo y Julieta es una obra ambiciosa y compleja que demanda virtuosismo por parte de la orquesta, sus tres solistas, el coro y el director concertador, premisa que no siempre se conjuga con su interpretación.
Con libreto de Émile Deschamps, este título retoma la tragedia de William Shakespeare sobre los célebres amantes de Verona y sus familias rivales, pero también incluye algún agregado en el argumento y elementos originales en la partitura que la hacen única, como el representar a los protagonistas y buena parte de la historia no a través de las palabras o la acción escénica, sino de la música y por tanto del sonido mismo, con el coro y dos de los solistas como narradores, testigos o comentaristas (muy griego) y solo el tercero como un explicador religioso y moralista de los sucesos o las dudas generadas.
No obstante, a pesar de sus retos y su valor histórico, la obra no es de las más recurridas en las carteleras sinfónicas, lo que la convierte en una propuesta interesante, aunque no siempre es capaz de convocar entusiasmo desbordante en el público contemporáneo.

Edgar Villalva © Compañía Nacional de Ópera
La mezzosoprano Rosa Muñoz cantó con lirismo y solvencia etérea, con lucimiento de su voz en ‘Premiers transports que nul n’oublie’. El tenor Edgar Villalva tuvo una participación breve, pero cumplió con corrección los retos vocales de su intervención, en el conocido pasaje ‘Bientôt de Roméo la pâle rêverie… Mab! la messagère’. Por su parte, el bajo-barítono Óscar Velázquez, en el personaje de Frère Laurent, aportó el acento dramático al discurso vocal. Si bien su intención fue adecuada, por momentos enfrentó un volumen orquestal que impidió escucharlo con mayor claridad, lo que afectó el color y la profundidad de su voz, a pesar de su reconocida resonancia y experiencia en roles dramáticos, incluso wagnerianos.

Stefan Lano al frente de la Orchestra y Coro del Teatro de Bellas Artes © Compañía Nacional de Ópera
La Orquesta del Teatro de Bellas Artes realizó un trabajo limpio, sin fallas, aunque sin ser particularmente evocador o emotivo. La batuta del estadounidense-suizo Stefan Lano condujo a la agrupación por un sonido claro y educado, aunque parco en sensaciones. Los tiempos seguidos, que podrían ser un factor para aproximarse a la interpretación, resultaron flemáticos, incluso para una obra sinfónica de por sí extensa. En el programa de mano, la duración aproximada se estimaba en 90 minutos (algunas otras orquestas rondan los 95), pero en esta ocasión fueron casi 110, lo cual habla de una lectura cansina, donde se diluyó parte de la pasión pretendidamente febril de los amantes de Verona.
El coro, bajo la dirección huésped de Alfredo Domínguez, también cantó bajo control y siguió la ruta trazada por la batuta, aunque su dicción francesa podría pulirse para alcanzar mayor claridad y nitidez en su imagen sonora.
En rigor, este concierto sirvió para apreciar las capacidades y los retos que enfrentan los grupos artísticos de la Compañía Nacional de Ópera, y en buena medida también el gusto e interés del público al que se dirigen sus actividades en esta nueva etapa. Pero ya se verá con mayor detalle, cuando de verdad haya ópera en el escenario del Palacio de Bellas Artes, a partir de marzo, con la presentación por fin de Lady Macbeth de Mtsensk de Dmitri Shostakóvich. Como dice el viejo y conocido refrán, el que porfía, mata venado.