Salome en Houston

Salomé «en concierto» con la Houston Symphony

Junio 9, 2024. Con un festival dedicado a la obra del compositor Richard Strauss (1864-1949), uno de los más célebres del siglo XX, concluyó la temporada de la Houston Symphony. La iniciativa de su director titular, el maestro checo Juraj Valčuha, incluyó a lo largo de varias semanas obras pertenecientes a la tres principales facetas de trabajo del director de orquesta y compositor alemán: la sinfonía, los lieder y la ópera. 

Así, se pudieron escuchar el interludio sinfónico Traum durch die Dämmerung (Sueño a través del crepúsculo) de su ópera Intermezzo, Ein Alpensinfonie (Sinfonía alpina) y las sublimes Vier Letzte Lieder (Cuatro últimas canciones), que marcó el debut con la orquesta de la soprano estadounidense Rachel Willis-Sørensen, entre otras obras. 

Sin embargo, lo más notable del festival fue sin duda la inclusión de Salomé, la ópera en un acto cuyo estreno se llevó a cabo en Dresde en 1905. La ejecución de esta ópera se anunció como “Salome en concierto”, por lo que se esperaba que los solistas con partituras sobre un atril, o sin ella, cantaran detrás de la orquesta y frente al público. Sin embargo, y de acuerdo con mi experiencia asistiendo a teatros y salas de concierto, la mención de “opera en concierto” se ha convertido en un término muy amplio, inadecuado, superficial y ambiguo, que muchos directores de escena han comenzado a utilizar como licencia para escudarse y hacer trabajos actorales y escénicos, incompletos, incomprensibles, inconclusos, indefinidos o poco convincentes. 

Al entrar a la sala de conciertos, el público se encontró que toda la parte trasera y los costados del escenario, que rodeaban a la orquesta, no había butacas en la parte trasera: estaban cubiertas por una instalación que parecía representar el interior de lo que parecería una caverna, con enormes pantallas y espejos, donde se realizaron videotransmisiones de Jochanaan en una prisión, o imágenes de bailarinas cubiertas de velos. Estos diseños fueron creados por James Maloof. Además, hubo un uso constante y cambiante de radiantes iluminaciones en tonalidades azul y rojo, ideadas por Jim French; y los poco lucidores vestuarios diseñados por Molly Irelan. 

La dirección escénica – aquí llamada “dirección creativa”— correspondió a Adam Larsen, cuya intención fue la de transportar al público al interior del intenso mundo del psicodrama de Strauss, que además de no lograr convencer o agradar, creó múltiples distracciones para el público, ya que era evidente la carencia de una idea clara de dirección escénica, con cantantes caminando o interactuando entre los músicos de la orquesta, sin sentido o un porqué claro, con gestos y movimientos exagerados, entre varias otras inconsistencias, en las que no valdría la pena ahondar, pero que como ejemplo bastaría mencionar “la danza de los siete velos”, un momento trascendental de la historia, que aquí pasó desapercibida para la mayoría del público, por la abigarrada mezcla de iluminación y videos y por la inexplicable ausencia de la escena, en ese momento particular, del personaje principal. Lo cierto es que no se trató de una ópera en versión concierto, apegándose estrictamente a lo que ello significa, como tampoco se notó un aporte real o sustancial al desenvolvimiento de la historia con este experimento semiescénico, o como se le pueda definir. 

Afortunadamente, la parte musical compensó la parte visual del espectáculo, satisfaciendo plenamente, comenzando con la experimentada batuta de Juraj Valčuha quien, gracias a su vocación operística, logró resaltar los momentos más cadenciosos, los leitmotiven y las melodías con sus cambios y cargados simbolismos, así como los pasajes momentos ardientes y explosivos de la partitura, con la seguridad, el control y la precisión con la que habitualmente conduce, prestando atención a las dinámicas, los colores, los matices, y particularmente las voces. Los músicos de la orquesta se notan confiados, libres y expresivos en todas sus secciones cada vez que tienen en el podio a tu titular.

La soprano Jennifer Holloway, quien hasta poco año cantaba papeles del repertorio de mezzosoprano, tiene una voz adecuada para el papel por su peso, color y proyección; y cantó la exigente parte con facilidad, convicción y aptitud, con intensidad dramática y sensualidad en la parte de Salomé. La presencia de la mezzosoprano Linda Watson —que le aportó una tonalidad vocal oscura y tersa al personaje de Herodías— y el barítono Mark S. Doss —un cantante de amplio recorrido que dejó su huella personificando con amplitud y profundidad el papel de Jochaanan— solidificaron un buen elenco. 

Por su parte, el tenor británico John Daszak desplegó una voz robusta con buenos agudos, como el desquiciado y depravado Herodes. El tenor Issachah Savage cantó con temple y buenos medios el rol de Narraboth; y la mezzosoprano Hannah Ludwig tuvo un buen desempeño vocal en el papel del paje de Herodías. Completaron el extenso elenco, cumpliendo con sus papeles asignados, Bile Bruley, Rafael Moras, Marc Molomot, Christopher Bozeka y Joseph Barron como los cinco judíos; así como el bajo Daniel Scofield en el doble papel del primer nazareno y el capadocio; el barítono Navasarad Habokyan como el segundo nazareno, y los bajos Matthew Anchel y Andrew Porter como el primero y segundo soldados, respectivamente; además de la soprano Meryl Domínguez en el personaje del esclavo.

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