
Salome en San Diego

Marcy Stonikas protagonizó Salome de Richard Strauss en la Ópera de San Diego © Karli Cadel
Marzo 21, 2025. La Ópera de San Diego está de plácemes, celebrando el 60 aniversario de su fundación en 1965, aunque sus orígenes se remontan a 1950, cuando se creó el llamado San Diego Opera Guild, que se encargó de traer compañías itinerantes a esta ciudad, especialmente de la Ópera de San Francisco.
Después de muchas exitosas producciones y conocidos artistas que pasaron por este escenario, colocando a la compañía entre los cinco mejores teatros estadounidenses, por razones de índole financiera, en el 2014 se tomó la decisión de desaparecer la compañía, pero gracias a una nueva administración y con el apoyo de patrocinadores y melómanos de San Diego, se logró revertir la situación y la compañía continuó adelante su camino, aunque debió reducir el número de producciones y funciones, así como prescindir de los nombres que antes solían aparecer en las temporadas.
De esta compañía guardo especiales recuerdos de mucho significado para mí, ya que aquí fue donde comenzó mi andar reseñando espectáculos y, por ello, me alegro por este aniversario. Fue el 5 de mayo de 1965 cuando se alzó por primera vez el telón en el Civic Theatre, hasta hoy sede de la compañía, pada dar inicio a la primera producción propia de la recién formada compañía con La bohème de Giacomo Puccini, mismo título con la que se inauguró la temporada actual, que además incluyó La traviata de Giuseppe Verdi y Salome, la ópera en un acto con música de Richard Strauss (1864-1949), con libreto en lengua alemana realizado por el propio compositor, basado en la traducción de Hedwig Lachmann de la obra de teatro en francés del irlandés Oscar Wilde, vista aquí por última ocasión en enero de 2012 con Lise Lindstrom en el papel estelar.
Este nuevo montaje dejó sentimientos encontrados y cierta insatisfacción, comenzando con la producción escénica traída de la Washington National Opera, que situó la acción en un tiempo indeterminado, en un amplio espacio oscuro, semivacío, con columnas de piedra al fondo del escenario, un cielo azul con tonalidades en negro, creando una sensación de zozobra dentro de un ambiente lúgubre, así como una enorme luna que se veía entre las columnas y una esfera de cristales y picos que colgaba de uno de los costados del escenario, cuya simbología y rigidez no parecían tener relación con la trama descrita en el libreto.
Además, había unas tarimas sobre las que colocaron algunos personajes, y por un lado del escenario había una pequeña sala con sillas. En el centro del escenario bajaban unas enormes cadenas que abrían la pesada puerta de metal de la celda donde se encontraba Jochanaan (el montaje fue ideado por Tim Wallace), con vestuarios no muy agraciados y de diversas épocas, de los cuales se encargó Anita Yavich, y con iluminación de Jason Bieber. El trabajo escénico de José María Condemi pareció también carecer de una definición clara sobre el camino por el que pretendía guiar a los personajes, careciendo de ese sentido de fatalismo, exotismo, sensualidad, erotismo y barbarie contenida en la ópera. Algunos movimientos no tenían sentido, cayendo en un cargado dramatismo, y momentos cruciales del libreto —como la danza de los siete velos—no se vio: la intérprete de Salome solo agitó una bufanda de seda con las manos. En resumen, fue un trabajo que, a los ojos de este espectador, dejó irresueltos aspectos de la historia que se explican en la parte actoral.
El teatro ha vuelto a colaborar con la San Diego Symphony como su cuerpo estable en el foso, después de mucho tiempo de contar con su propia orquesta, y en el foso estuvo presente el maestro Yves Abel, quien logró extraer con pericia los leitimotivs ligados a cada personaje y cada situación de manera provocativa, encumbrando las disonancias, el exotismo y los ritmos que reflejaban el estado psicológico de los protagonistas. Si bien la orquesta respondió a su exigente y firme lectura, hubo pasajes en los que el color orquestal pareció desvanecerse, creando un sonido opaco y velado.
En el papel de estelar, la soprano Marcy Stonikas cantó enfocándose en exhibir estilo y refinamiento, mostrando que se puede cantar con sutileza la exigente parte sin perder color, ni recurrir a una innecesaria dureza vocal, y su escena final la sacó adelante con intensidad y ardor. Por su parte, la soprano Nina Warren aportó fuerza y pujanza a su canto como Herodias, y fue una de las intérpretes más notables y valiosas de esta función, al igual que el barítono Kyle Albertson como Jochaanan, quien aportó profundidad y solidez a su personaje.
Por el contrario, el tenor Denis Petersen personificó un neurasténico y degenerado Herodes, más sobreactuado, alterado e irritante que convincente, con aspereza y sonido gutural. Correcto estuvo el tenor Benjamin Werley, quien labró un temperamental Narraboth con cualidades vocales; y correctos, con poco más que destacar, se desempeñaron el resto de los cantantes en sus papeles de acompañamiento como: la mezzosoprano Karin Wilcox (paje de Herodias), los cinco judíos cantados por Joel Sorensen, Alexis Alfaro, Bernardo Bermúdez, Tony Baek y Michael Sokol; así como el bajo-bajo barítono Travis Sharwood como el primer Nazareno y el Capadocio; el bajo Joshua David Cavanaugh como el segundo Nazareno, y los bajos Deandre Simmons y Malachi Marshall como el primero y segundo Soldados, respectivamente; además de la soprano Leslie Ann Leytham en el Esclavo.
Entre las funciones del viernes y domingo, se agregó una función adicional en la que el papel de Salome fue interpretado por la soprano Kirsten Chambers, quien se ha hecho notar por sus convincentes recreaciones del papel de la princesa idumea en importantes escenarios como el del Metropolitan Opera de Nueva York, pero que lamentablemente no fue posible reseñar en esta ocasión.

Nina Warren (Herodias) © Karli Cadel