Simon Boccanegra en Nápoles

Ludovic Tézier (Simon) y Mattia Olivieri (Paolo) en Simon Boccanegra de Giuseppe Verdi en el Teatro San Carlo de Nápoles © Luciano Romano

Octubre 13, 2024. Una versión de concierto de una de las más grandes óperas de Verdi, que de a poco va ocupando el lugar que le corresponde en el repertorio, no parece en principio demasiado apetecible. 

Pero cuando hay un reparto de estrellas, y la mayoría adecuadas a sus respectivas partes, las cosas cambian. Y además hay dos alicientes: los cantantes no permanecen fijos en el escenario y, aunque van vestidos como en un concierto, interactúan de forma persuasiva. Por otro lado, hay proyecciones lumínicas y unos telones o velos muy bonitos (obra de Kengo Kuma de Tokio, con la colaboración de Taichi Kuma y Marco Imperadori del Politécnico de Milán) que finalmente hacen prescindible la parte escénica y nos evita sobresaltos.

Por supuesto que en una obra tan compleja es imposible que todos rayen a la misma altura. Pero nadie quedó por debajo de lo que se puede esperar de un gran teatro en una versión de altura, incluido el pequeño rol de Pietro, muy bien abordado por el joven Andrea Pellegrini.

Por supuesto que la dirección es fundamental, y Michele Spotti, muy joven, afrontó por primera vez la partitura. Los resultados fueron muy buenos y seguramente serán mejores: en estos momentos la nota lírica pareció un tanto parca (preludio a la romanza de Amelia) y algún momento de gran fuerza dramática (el comienzo de la escena del Consejo) se quedó algo corto. Muy bien la orquesta. El coro, preparado por Fabrizio Cassi, estuvo bien pero el registro agudo del sector femenino puede mejorar y la posición en el escenario —obligada— afectó los momentos en que las voces deben sonar lejanas.

Marina Rebeka cantó bien su Amelia/Maria, pero hay que reconocer que ni es voz verdiana ni su centro y grave responden siempre igual que su agudo (impecables los trinos y buenas sin exagerar las medias voces). Francesco Meli hace tiempo tiene el papel de Gabriele Adorno en su repertorio. Esta vez convenció más, aunque el agudo se muestra en varios momentos al límite y algunos piani parecen más bien falsetes.

Las voces graves fueron soberbias. Mattia Olivieri agregó un nuevo personaje —y esta vez uno de esos malvados verdianos de cuidado— y su Paolo fue sin duda el mejor que he visto por la variedad en el fraseo y la belleza de una voz que logró siempre plegar a la caracterización del personaje. 

Michele Pertusi es una institución entre los bajos y su Fiesco es bien conocido y justamente admirado. Tal vez su registro grave —nunca poderoso— acuse cierto desgaste, pero el personaje del aristócrata implacable resultó impagable.

El protagonista es el sueño (confesado o no) de cualquier barítono que se precie de serlo. Ludovic Tézier lo ha abordado ya varias veces y en esta ocasión estuvo resplandeciente en todos los sentidos del término. Es la tercera o cuarta vez que lo veo y fue sin duda la mejor. El dominio técnico y la belleza vocal son casi abrumadores, pero su interpretación, sus matices en la voz y en la actuación, resultaron tan memorables como para justificar la ovación que recibió al final de un público que llenaba la enorme sala. Bravo. 

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