Sondra Radvanovsky y Piotr Beczała en Madrid
Noviembre 3, 2024. Dentro del ciclo “Voces del Real” se presentaron dos de las más importantes y solicitadas figuras de la lírica actual: la soprano americana Sondra Radvanovsky y el tenor polaco Piotr Beczała en un exigente y variopinto programa en el que repasaron arias y duetos de los compositores Giacomo Puccini, del que se cumple próximamente el centenario de su fallecimiento, así como también de Antonin Dvořák y Umberto Giordano.
Ovacionadísimo, aún antes de emitir nota alguna, Beczała abrió el concierto con una espléndida interpretación de ‘Donna non vidi mai’ de Manon Lescaut con una voz de gran belleza, un fraseo soñado, una cuidadísima línea de canto y un elegante legato que dejó el listón muy alto para el resto del programa. Siempre en terreno pucciniano, le siguieron las arias ‘Recondita armonia’ y ‘E lucevan le stelle’ de Tosca, ambas interpretadas con gran gusto, un canto fluido, dúctil y sin sobreactuaciones expresivas.
Después de la pausa, Beczała brilló a más no poder en la endiablada, pero preciosa aria del príncipe de Rusalka de Dvořák, donde además de finos matices hizo gala de agudos fáciles, sólidos y brillantes. En el final de la segunda parte, su ‘Come un bel di maggio’ de Andrea Chénier de Giordano resultó conmovedora tanto por su rico lirismo como por la variedad de emociones y las sutilezas con las que cinceló su canto.
En lo que respecta a la soprano americana Sondra Radvanovsky, su desempeño tuvo altos y bajos. En el inicio, y en el que sería uno de sus mejores momentos de la noche, la soprano americana presumió de su voz carnosa, potente y rica en armónicos con la que dispensó una ‘Sola, perduta, abbandonata’ sin mácula, que fue ovacionadísima por el público. Le siguió un ‘Vissi d’arte’ donde, muy interiorizada con su personaje, puso toda la carne en el asador y entregó una interpretación de canto noble, refinado y apasionado, pero que expuso, sobre todo en los momentos más liricos, un esmalte metálico y una línea de canto no siempre del todo homogénea.
Otro de sus grandes momentos vino con la canción de la luna ‘Mesiku na nebi hlubokem’ de Rusalka, donde con un perfecto control técnico dominó su caudalosa voz y despachó sinnúmero de crescendi y diminuendi de ensueño. Mas allá de algún excesivo efecto dramático, ‘La mamma morta’ fue de muchos kilates, destacando particularmente por su compromiso y entrega para retratar con una enorme variedad de colores vocales y matices belcantistas los complejos sentimientos de la heroína de Giordano.
En los duetos de Tosca, Rusalka y Andrea Chénier, la complicidad y la química entre ambos intérpretes fue evidente e hizo que su desempeño se potenciara cada vez que compartieron escena. Al frente de la orquesta titular de la casa, la directora canadiense Keri-Lynn Wilson dirigió con atención a las voces sin descuidar la labor de los músicos y se hizo acreedora, en buena ley, a una parte de los vítores finales por su loable trabajo dirigiendo las piezas orquestales de Puccini incluidas en el programa: el Preludio sinfónico en La mayor y ‘La tregenda’ de Le Villi. Un público enfervorizado obligó a los cantantes a ofrecer propinas. Beczała lo hizo con un suntuoso ‘Amor ti vieta’ de Fedora de Giordano; y Radvanosky con ‘Pace, pace’ de La forza del destino de Verdi, de alto impacto.
Lejos de ser ideal para el actual momento vocal de ambos artistas, se ofreció como ultima propina el famoso brindis de La traviata de Verdi, que aportó poco al programa pero que, habida cuenta de los aplausos, pareció dejar contento al público.