The Handmaid’s Tale en San Francisco

The Commander (John Relyea), Serena Joy (Lindsay Ammann) y Offred (Irene Roberts) en The Handmaid’s Tale en San Francisco © Corey Weaver

 

Septiembre 20, 2024. Como ha ocurrido en temporadas recientes, con el estreno absoluto de Anthony and Cleopatra de John Adams (1947-) y los estrenos locales de The (R)evolution of Steve Jobs de Mason Bates (1977-) e Innocence de Kaija Saariaho (1952-2023), la Ópera de San Francisco continúa ofreciendo títulos contemporáneos, esta vez con las primeras representaciones en este escenario de The Handmaid’s Tale (El cuento de la criada), ópera en un prólogo y dos actos del compositor danés Poul Ruders (1949), que tuvo su estreno mundial en la Real Ópera Danesa el 6 de marzo del 2000, con título en danes Tjenerindens Fortaelling. 

Posteriormente, el libreto fue traducido al inglés, y se escuchó por primera vez en esa versión el 10 de mayo del 2003 en la Ópera de Minnesota, para después recorrer diversos teatros, principalmente de países angloparlantes, hasta llegar este año a San Francisco, un título reprogramado de la temporada 2020 que debió ser cancelada por la pandemia. El libreto en inglés es de Paul Bentley, y se trata de una adaptación de la exitosa novela homónima, publicada en 1985, de la escritora canadiense Margaret Atwood, ya que ha inspirado diversas adaptaciones para el cine, la televisión el ballet y la lírica.

La acción de la ópera se sitúa en un futuro distópico, en el año 2030, donde el territorio de los Estados Unidos es tomado por la República de Gilead, un rígido régimen teocrático, extremista y misógino del que es imposible escapar, y donde, debido a la baja tasa de natalidad, las mujeres fértiles son detenidas, encerradas, vigiladas y violadas para procrear hijos. 

Entre los personajes principales figuran el Comandante, interpretado con rigor y profundidad por el bajo John Relyea, y su esposa Serena Joy, personificada por la mezzosoprano Linsday Ammann con presencia escénica y calidad de timbre. La historia de la ópera consiste en una secuencia no cronológica de treinta escenas, en las que se muestra la vida pasada de Offred, la criada del título, gozando de libertad al lado de su marido Luke y su hija.

Offred debe soportar, al lado de otras mujeres detenidas, las barbaridades, atrocidades, abusos y el control de un grupo de mujeres conocidas como “las tías”, que se encargan de hacer cumplir las normas de esa sociedad. 

En escena hubo dos personajes de Offred: la protagonista, interpretada de manera sobresaliente por la mezzosoprano Irene Roberts en un tour de force vocal y escénico, ya que aparece prácticamente en todas las escenas —soportando, vejaciones, maltratos, con diversos cambios de vestimenta en escena, incluidos desnudos y violaciones en escena—, que fue la estrella de la función, con una voz oscura y robusta, además de un desempeño actoral notable, mostrándose como una intérprete valerosa, vulnerable, sensible y capaz. 

Por su parte, el personaje de la joven y libre Offred fue interpretado por la mezzosoprano Simone McIntosh, de características vocales y apariencia similares a las de Roberts, pero con un canto más dulce, apacible y melodioso; sin dejar de destacar el encuentro entre ambas Offred en el segundo acto, donde cantan un conmovedor dueto en el que expresan sentimientos de rabia, evocación y añoranza, preguntándose dónde se encontrará su hija. 

La obra es impactante y, por momentos, insoportable y aterradora, porque genera angustia, ansiedad y zozobra que indudablemente hacen pensar que, aunque lo que se ve en escena es ficción, hay similitudes con el mundo convulsionado de la actualidad. El compositor Ruders logró plasmar hábilmente esa intensidad en su música que, a pesar de evidenciar algunas similitudes con el minimalismo musical, e influencias jazzísticas en otros pasajes, es principalmente atonal, penetrante, osada, dinámica y enérgica. 

La directora musical Karen Kemensek pareció transmitir estas cualidades bien, pues obtuvo una buena respuesta de los músicos de la orquesta, reforzada con una amplia sección de metales, cuerdas, percusiones y el toque contemporáneo que le dio la inclusión de un piano digital y sintetizadores. Notable fue el aporte del coro, con más de 50 miembros en escena y fuera de ella, cantando de manera profesional y uniforme bajo la guía del maestro John Keene. 

La puesta en escena contó también con numerosos bailarines, comparsas y sobre todo una extensa lista de intérpretes vocales, incluidos los ya mencionados, que completaron de buena manera el elenco, y entre los que se podría resaltar el trabajo de las sopranos Sarah Cambidge como la enérgica tía Lydia, Caroline Corrales como Moira, Katrina Galka en el doble personaje de Janine y Ofwarren, y Rhoslyn Jones como Ofglen. 

El director de escena John Fulljames aprovechó bien el especio del que por momentos era un escenario repleto, y el montaje se mostró en línea con la perversión contenida en la historia, aunque quizás algunas escenas demasiado gráficas —de ejecuciones, linchamientos, ahorcamientos o violaciones— podía haberlas bajado un poco de tono o hacerlas de una manera más sutil, no por una cuestión moralista, sino porque francamente eran innecesarias. 

La puesta en escena escénica, en coproducción con la Real Ópera danesa, fue austera pero funcional, con muros que encerraban el escenario por los lados y la parte trasera, y que simbolizaban la claustrofobia y el encierro vivido en Gilad, con diseños de Chloe Lamford, videoproyecciones de Will Duke, y pocos elementos como camas de dormitorios, escritorios, sillones, que se movían con rapidez, a la par de la iluminación de Fabiana Piccoli, para hacer fluido cada cambio de escena. 

Al final, fueron vistosos los vestuarios de Christina Cunningham, en elegantes y brillantes tonos de azul, verde militar para las tías, o los hábitos rojos y cofias blancas para las criadas, que además son considerados simbólicos, ya que han sido utilizados en protestas concernientes a los derechos de las mujeres.

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