Tosca en Berlín

Escena de Tosca de Giacomo Puccini en Berlín © Hermann und Clärchen Baus

Septiembre 19, 2024. El espectáculo de 2014 que presentó Alvis Hermanis en la Staatsoper Unter den Linden ha sido desde entonces muy criticado. No me parece tan terrible, 10 años después. ¿Poca imaginación? Sí. ¿Alguna marcación desacertada? El Sacristán, el exceso de confianza de los esbirros de Scarpia con su jefe, un carcelero demasiado presente, un uso plano del escenario con buenas proyecciones de fondo, poca novedad (salvo en la escena de sexo en el segundo acto, donde la protagonista finge seducir y entregarse). 

Lo que hace esta edición memorable es, en primerísimo lugar, la dirección de Zubin Mehta que, a veces demasiado lento, exalta la belleza, teatralidad y complejidad de la partitura con una Staatskapelle para morir de éxtasis y envidia. También los coros (preparados por Dani Juris, y el infantil por Vinzenz Weissenburger). Si entre los secundarios destacó el Angelotti de Arttu Kataja, no puede decirse lo mismo del sacristán (un joven David Ostrek, tan hiperactivo como carente de graves) o del Spoletta de Florian Hoffmann, de timbre blancuzco y sin agudo. Mejor, el Sciarrone de Dionysios Avgerinos y el carcelero de Taehan Kim, ambos miembros del Estudio de Ópera del Teatro, y muy bien el pastorcito de Hugo Kern, del coro de niños.

Inmediatamente después, la prestación de Lise Davidsen en su primera Floria. Sensacional muiscal y vocalmente (no siempre son equivalentes, y menos en una ópera de este tipo), y apreciable en lo escénico; seguramente mejorará en algunas frases críticas y en su italiano, pero ofreció todo el tiempo un canto fuera de serie (se le aplaudió ya desde su entrada en escena) que, por supuesto, obtuvo justa recompensa al finalizar ‘Vissi d’arte’. 

Freddie De Tommaso fue un Mario ideal en el segundo acto, pero cantar del mismo modo los otros dos no parece el mejor modo de acercarse a Cavaradossi. Sobre todo, en el primero faltó cualquier poesía en el fraseo y quedó solo el revolucionario. Su insistencia en demostrar el poderío de su agudo termina siendo monótona. Gerald Finley no es un mal Scarpia, pero intriga que —no siendo la voz de volumen y color ideales para la parte (pese a ello, su técnica hizo que se le oyese la mayor parte del tiempo— no haya intentado una visión más “intelectual” del personaje, más alejada de estereotipos: osciló entre un sanguíneo forzado y un abusón bastante gris. El teatro estuvo prácticamente agotado, y hubo verdaderas ovaciones al final del primer acto y del tercero (tras el segundo hubo solo una pequeña pausa), con Mehta obligado a salir dos veces o más solo.

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