
Tristan und Isolde en Lieja

Escena de Tristan und Isolde de Richard Wagner en el Grand Théâtre Royal de Wallonie-Liège © J. Berger
Febrero 5, 2025. Jean-Claude Berutti puso en escena a un hombre convaleciente de un (se supone) grave accidente que, saliendo de su traumatismo pasó por un momento de alucinación durante el cual revivió en su cuerpo la leyenda de Tristán. Se enamoró de su enfermera, a la que llamó Isolde —ella, naturalmente, le correspondió— y dio a los demás personajes del hospital los nombres y los papeles de los personajes de la leyenda con cierta lógica: el médico-jefe fue el rey Marke, a su enfermero lo llamó Kurwenal, y así sucesivamente fue pegando a cada persona un personaje de la historia.
¿Y por qué no? Leyenda y sueño pueden perfectamente entrar en simbiosis (¿en competencia?) en un relato fantasmagórico como el que nos ocupa. Lo difícil en estos casos es llevar la distorsión respecto del libreto original hasta el final de la noche. El director lo consiguió con mano de maestro —y la noche fue larga en este caso—, llevándonos al propio hospital en el último acto con el fin de darnos generosamente las llaves del intríngulis para nuestra perfecta comprensión de su idea.
Rómpase una lanza en pro del trabajo de Julien Soulier. Sus videos crearon en los tres actos tan distintos el clima necesario para el desarrollo de la historia. La presencia de un mar sosegado en el primer acto contrastó con el revuelo existente al interior del navío que transportaba la prometida del rey y su amante. Ello y el realismo del hospital en el tercero encuadraron la sorprendente realización del jardín en el acto intermedio: un jardín a vista de pájaro proyectada sobre la pared al fondo del escenario fue desplegándose lentamente de 90 grados para poner el jardín en su posición plana, normal, descubriendo entonces el bosque en profundidad, mucho más allá de las dimensiones del teatro. Rudi Sabounghi, responsable de la escenografía, contó con el apoyo de Jeanny Kratochwil para el vestuario, y con él situó la escena a finales del siglo XIX, y también contó con el trabajo de iluminación de Christophe Forey. En conjunto, el escenógrafo propuso un decorado de gran clase que contribuyó no poco a clarificar los lugares, los personajes y la época en la que transcurría la acción.

Escena del primer acto de Tristan und Isolde en Lieja © J. Berger
La orquesta de la casa estuvo al mando de su director habitual, Giampaolo Bisanti. A través de su biografía se colige que su vida profesional le ha llevado más bien hacia la música italiana, por lo que habrá que aplaudir más fuerte su interpretación de la partitura wagneriana, y si algún reproche se le pudo hacer fue únicamente de obligar a los cantantes a utilizar el forte en numerosas ocasiones para que sus voces atravesaran el foso.
Fue esto mismo lo que ellos hicieron sin temor y sin fatiga durante toda la noche. Independientemente del cansancio que debieron ocultar, la decisión del maestro produjo en el escenario un aumento de la tensión dramática, sí, pero a la vez una pérdida de musicalidad de las voces. Las bellas melodías del drama, que las hay, quedaron en su mayoría expresadas en una forma de Sprechgesang (hablar cantando) que, si bien quedó justificado para los papeles de Tristan y de Kurwenal en el tercer acto, pareció algo brusco en otros momentos. Se salvaron de la quema por fortuna, entre otras, las secuencias de la noche de amor, el llamamiento de Brangäne del segundo acto y el aria final de Isolde.
Micheal Weinius (Tristan) mostró una emisión generosa, un timbre claro con una pizca de metal que no molestó. Trazó el imposible tercer acto con estilete de oro y, a pesar de sus limitaciones físicas, bien guiado por el director de escena, dio una versión dramática muy aceptable. Liana Haroutounian mostró una salud vocal envidiable. Muy tranquila en el agudo forte, se mantuvo también con tranquilidad en el registro grave. Expresó violencia incontenible en los diálogos del primer acto y se expresó con sumisión amorosa en las escenas que siguieron con su amado. Interpretó con fuerza y lirismo, a la perfección, su esperada aria final.
La mezzo Violeta Urmana (Brangäne) dio las réplicas a Isolde con igual tesón y, a pesar del pequeño vibrato que acompañó su canto, consiguió un momento de gloria en la escena de su llamada a los amantes en el acto segundo. El público aplaudió con justicia la versión de Kurwenal de Birger Radde, de emisión más que potente, prosodia clara, tranquilidad absoluta en todo el diapasón, presencia impecable. Evgeny Stavinsky como Marke, a pesar de su elegante emisión, no pudo con la duración de sus reproches hacia su sobrino Tristan, que curiosamente dirigió hacia el público durante un buen rato. Alexander Marev (Melot) cumplió. Vaya finalmente un bravo para la canción inicial del timonel, Zwakele Tshabalala.
Un Hospital Love Story en el Grand Théâtre Royal de Wallonie-Liège.