Turandot en Berlín

Lyudmila Monastyrska como Turandot en la Staatsoper unter den Linden de Berlín © Matthias Baus

 

Septiembre 25, 2024. Una obra en dos partes, la de antes y la de después de la muerte de Puccini. Dos partes que no se unen bien, como lo hacen los dos Sigfridos de Wagner que se unen bien después de la pausa de 12 años entre 1857 y 1869. 

Es posible que, si Puccini hubiera vivido más tiempo, su Turandot hubiera encontrado un problema casi insoluble. ¿Qué hacer luego de la muerte de Liù? El concertador del estreno en 1926, Arturo Toscanini, expresó su opinión dejando caer su batuta con las palabras, «Qui finisce l’opera, perché a questo punto il maestro è morto». Y si bien eso es cierto, también es cierto que el trabajo de Franco Alfano, especialmente su segunda versión, se ajustó a los esbozos de Puccini.

Sea como fuere, Turandot existe con el agregado de Alfano, si bien resulta bastante increíble que después de la muerte de Liù se escuche un glorioso dueto de amor al estilo Hollywood. La trama es concreta e interesante, pero necesita un poco de ayuda hoy en día y esa responsabilidad recae sobre los hombros de los directores de escena capaces e inteligentes. Y claro que los hay a pesar de los desastres directoriles que se ven hoy en día. Las soluciones más inteligentes han sido hasta ahora aquellas que han creado un ambiente psicológico denso e incluso donde (como en caso de la producción de Nuria Espert) Turandot se suicida. 

Hoy en día se busca coherencia dramática del comienzo al fin, algo difícil de lograr. Philipp Stolzl es uno de los directores más populares en Alemania, y quienes hayan visto su Rienzi en la Deutsche Oper berlinesa recordaran las carcajadas suscitadas después del momento en que Rienzi, personificando a Hitler en su residencia de montaña en Berchtesgaden, da una voltereta como si fuese un gimnasta. También habrá que recordar que su Trovatore en la Staatsoper unter den Linden fue mucho menos exitoso. En el caso de Turandot, por suerte hay coherencia. 

La escena está dispuesta en un estado tiránico al estilo maoísta, con vestidos estilo militar en color celeste. Altoun, también vestido de uniforme, es mucho más joven de lo usual. Este estado tiránico usa la imagen de Turandot como propaganda mientras la princesa se encuentra encerrada dentro de su propia imagen, aquí representada por un gigantesco títere movido con cuerdas por agentes del estado. Esta gigantesca muñeca contiene a la Turandot real, prisionera detrás de rejas. Al presentarse Calaf (que resuelve los acertijos) ve la oportunidad de liberarse y muere en los brazos de Calaf.

No será convencional, pero es creíble y coherente con el resto de la producción, que había sido destinada para Anna Netrebko pero que tuvo como protagonista a la soprano ucraniana Liudmyla Monastyrska, quien descolló vocalmente. Su registro dramático exhibió excelente volumen, sin perder color en el fortissimo, las notas agudas con ataque preciso, sin portamentos, agregando como se esperaba una rendición excelente de ‘In questa reggia’. 

La soprano rusa Elena Stikhina fue una Liù no muy frágil, resuelta, corajuda, de canto sutil y fraseo exquisito. Su ‘Signore ascolta’ tuvo no solo control vocal sino un delicioso filado y su muerte conmovió al más duro. Riccardo Massi convenció con un Calaf lírico, de voz tierna, sin forzar y sin perder color como muchos cantantes tienden a hacer para fingir un registro más dramático. Massi exhibió una buena línea de canto durante toda la función con una atractiva y nada exagerada versión de ‘Nessun dorma’. 

Florian Hoffmann fue el joven Altoun y René Pape hizo una versión de lujo de Timur. Muy buenos y bien coreografiados los tres cortesanos Ping, Pang y Pong personificados por Jaka Mihelač, Andrés Moreno García y Siyabonga Maqungo, tres voces claras de rendimiento excepcional. 

Magnífico el coro de la casa, si bien tuvo algunos desencuentros con la directora Keri-Lynn Wilson, que hizo escuchar (no se sabe por qué) los fortissimi más estruendosos que se han escuchado en este teatro. Excepto por esto, Wilson dirigió con buen pulso y aceptable fraseo. Como tributo a Puccini en el centenario de su muerte, fue un éxito a teatro lleno.

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