
Un re in ascolto en Bellas Artes

Escena del estreno de Un re in ascolto de Luciano Berio en el Teatro de Bellas Artes © INBAL
“Los monstruos malos quieren
que el mundo sea como ellos”
Lo que más me gusta son los monstruos
Emil Ferris
Julio 1, 2025. Un rey alfeñique para la oreja. Desea escuchar lo que se dice de él en su reino. Nada bueno, seguro. En su palacio, una troupe de artistas —muy a lo Ariadne auf Naxos—, ensaya La tempestad —muy shakespeareanos—, una obra teatral cuya entraña dramática es la traición, el derrocamiento y el exilio del duque Prospero. Actúan, cantan, hay bufonadas. El alfeñique político, egocéntrico, masoquista y vanidoso, comienza a pasarse películas en la mente y se identifica. Se mira en el espejo del poder en el trono, en una estética lírica difusa, hipertextualizada. Aunque la diatriba igual lo detona. Entendió Pedro, cuando escuchó que le dijeron a Juan.
El protagonista, sensible y delicado, apocalíptico, se mortifica y emprende una suerte de catarsis en ese cataclismo de su reinado, acaso imaginario, en el que quizá ni lo topaban. El rey se puso el saco de Prospero y confunde su realidad con la del teatro, si es que alguna vez pudo distinguir esos límites, y en ese limbo, que es también el del hechizo del arte, concluye la breve anécdota de Un re in ascolto (1984), ópera en dos partes con música y libreto en italiano de Luciano Berio (1925-2003), que la Compañía Nacional de Ópera (CNO) presentó por primera vez en México —estreno en el Teatro del Palacio de Bellas Artes y en Latinoamérica—, la noche de este martes 1 de julio.
Programar esta producción —que tendrá dos funciones más, los próximos 3 y 6 de este mes—, sin duda es una apuesta y sintoniza con el centenario natal de Luciano Berio y con el 40 aniversario luctuoso de Italo Calvino (1923-1985), toda vez que uno de sus cuentos sirve de base para el libreto. (Ver NOTA *, al calce.)
Se trata, en realidad, de un título con escasa presencia en los escenarios mundiales, pese a que sus promotores lo ubiquen como obra imperdible de la segunda mitad del siglo XX. De hecho, Un re in ascolto pertenece a esa clase de repertorio que necesita la etiqueta de ópera contemporánea como si fuera una discapacidad que requiere de la benevolencia del espectador, o del adjetivo experimental como consideración de su limitado éxito. Y, en pleno siglo XXI, no se trata necesariamente de que el público operístico promedio no la entienda. Es simple descarte.

Josué Cerón (Prospero) y el Coro del Teatro de Bellas Artes © INBAL
Un re in ascolto es el despliegue músico-escénico de un manual de técnicas de arte contemporáneo —periodo que no es sinónimo de actual—, que ya han agotado batallas y discusiones sobre sus posibilidades y limitaciones desde el siglo pasado, donde parecerían haberse envejecido.
Tanto la sintaxis musical como dramatúrgica —y así lo aspira y reclama la puesta en escena— se alimentan de la fragmentación, de la yuxtaposición espacial y discursiva, de la repetición, la seriación, la secuencia, la variación, la acumulación, la alteración, la hibridación, etcétera.
La exploración de planos y lenguajes mestizos y simultáneos no tradicionales en busca de nuevas expresiones e impresiones estéticas, la suma de ángulos y prismas que muestran y amplían realidades subjetivas diversas, crean en el espectador una experiencia inmersiva igual o más poderosa que aquello que se narra o, al menos, pone en escena o “en sonidos”. O, de plano, no le permite entrar. Porque todo cabe o puede ser. O no. Es un mundo en el que las certezas palidecen y se relativizan.
Dichas técnicas, que a la vez brindan estructura a Un re in ascolto, dotan de un aparente dinamismo la obra, que además de intertextualidad y apropiación cultural, sonoridades y texturas únicas, incluida la electrónica, admite vertientes reflexivas, poéticas o filosóficas, algunas francamente ociosas o bizantinas. Pero lo cierto es que, como buena parte de la creación artística que se alimenta de esas herramientas, corre el riesgo de diluir significados, concreción y enfoque, al tiempo que siembra ambigüedad, caos controlado, falta de rumbo o, peor aún, indiferencia del público ante la extrema procuración estética de la forma y no tanto del fondo.
El cuerpo de solistas de esta producción estuvo integrado por el barítono Josué Cerón (Prospero), las sopranos Nicola Beller Carbone (Venerdì), Cecilia Eguiarte (Protagonista), Hildelisa Hangis (Soprano 1), Jacqueline del Rocío Medina (Soprano 2) y Elizabeth Mata (Enfermera); los tenores Evanivaldo Correa (Regista), Chac Barrera (Tenore) y Luis Alberto Sánchez (Dottore); las mezzosopranos Frida Portillo (Mezzosoprano) y Araceli Fernández (Moglie); el barítono Ricardo López (Baritono); los bajos José Luis Reynoso (Avvocato) y Carlos Santos (Basso), así como los pianistas Daniel Cruz (Pianista 1) y Andrés Sarre (Pianista che canta).

Cecilia Eguiarte (Protagonista) © INBAL
El reto y duración de sus participaciones dentro de la obra son particularmente diversas y si bien tampoco puede ser convencional la valoración de sus labores (que incluyen técnicas vocales extendidas, canto clásico y melódico interrumpido o desgarrado, o en falsete, etcétera; además de múltiples expresiones escénicas: rondas, formación de flujos, cavilaciones, sátiras, simple presencia, un largo etcétera), puede en cualquier caso destacarse la rigurosa entrega técnica de Josué Cerón (sin duda una de las mejores actuaciones de su carrera, aunque lamentablemente en un personaje aterido y poco memorable), el lirismo versátil de Cecilia Eguiarte, o el potente timbrado de Evanivaldo Correa (a quien se le ha apreciado en varias ocasiones en Bellas Artes, aunque ya es deseable escucharlo en algún papel menos estridente o neurótico, que permita aquilatar otras cualidades de su instrumento y su manejo canoro).
En el mismo apartado, por sus interacciones, deben consignarse los créditos de los bailarines Nicole Alva, Quetzalli Cortés, Elías Deras, Efraín Félix, Alejandro Márquez, Adrián Matta, Sara Montero, María del Mar Náder, Naomi Pérez, Luis Arturo Rodríguez, Pablo Villegas y Amaya Zoé.
En conjunto, se mostró una propuesta articulada y precisa, en una creativa maquinaria de relojería puesta en escena por Martín Bauer, músico, compositor y gestor cultural argentino, con un aprovechamiento máximo de la funcional escenografía del bonaerense —en su nueva era de colonización operística, una de las vías más seguras de llegar a Bellas Artes es pasar o haber pasado por Argentina— Matías Otálora.
A partir de un andamio al fondo del escenario, estructura sobre la que podían transparentarse acciones de la troupe o proyectarse una composición de videos abstractos o figurativos, panorámicos o en close-up, armónicos o disonantes con el resto de los discursos, e incluso las tomas de circuito cerrado en el teatro —lo que permitió evocar el trabajo de Otálora y Marcelo Lombardero en la presentación de Avis de tempête de Georges Aperghis en el Festival CulturaUNAM, en septiembre de 2024—. El montaje cobró relieve en sus dimensiones, nunca mejor dicho, con la iluminación de Raúl Farías, el movimiento de Vivian Cruz y, con particular lucimiento, el vestuario y maquillaje de la española Joanna Nogueiras Yankelevich. Sus diseños, en sí mismos (batas negras, lechuguillas, trajes de oficios, prendas de artistas ambulantes, de nobleza y más) no solo remarcaron el rol particular o colectivo de los participantes, sino que resultaron viajes temporales y atmosféricos, que pudieron trasladar de la gracia y la sátira, hasta la rareza lúgubre y desquiciante de la soledad y la alucinación.
El director alemán Wolfgang Wengenroth, al frente de la Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes —esta última agrupación con Rodrigo Cadet como director huésped—, realizó una concertación notable, al mantenerse atento para proyectar cada elemento que puede ser deconstruido en sonido, tiempo, articulación o emocionalidad discursiva, sin por ello dejar de ofrecer una lectura integral y fluida.
La complejidad esférica de la partitura fue bien sorteada por Wengenroth, actual titular de la Orquesta Sinfónica de San Juan, en Argentina, y su orden y pericia fueron indispensables para transitar por un título que estira —y en muchos sentidos rompe y destroza— los límites y convenciones tradicionales de lo operístico, coordenadas extremas en las que quién sabe si sobreviva algo de este arte multidisciplinario. O mucho público para presenciarlo.

Andrés Sarre (Pianista che canta), Evanivaldo Correa (Regista) y Nicola Beller Carbone (Venerdì) © INBAL