Del Teatro Nacional al Palacio de Bellas Artes II
Hoy, 29 de septiembre de 2024, se celebran los 90 años de la inauguración del Palacio de Bellas Artes en 1934. Las obras, iniciadas treinta años antes, en 1904, durante el Porfiriato, fueron interrumpidas por la Revolución. Esta es la segunda parte de la historia del principal recinto cultural de México.
Las obras para la conclusión de Teatro Nacional fueron retomadas en 1932 por el arquitecto Federico E. Mariscal y el ingeniero Alberto J. Pani y concluidas en marzo de 1934.
Seis meses después, el sábado 29 de septiembre de 1934, siendo presidente de México el General Abelardo L. Rodríguez, se inauguró oficialmente el Palacio de Bellas Artes cuya cimentación había iniciado en 1904 con el proyecto del arquitecto italiano Adamo Boari, y cuya construcción se detuvo por varios años a consecuencia del estallido de la Revolución Mexicana y por la falta de recursos económicos.
Boari regresó a Italia en 1916, pero continuó aportando ideas para el monumental proyecto, como la enviada en agosto de 1923 en donde, previendo el aumento del tráfico vehicular en la Ciudad de México, elaboró una propuesta para tal efecto. Adamo Boari murió en Roma el 24 de febrero de 1928.
“Dígase lo que se quiera, nuestro Teatro Nacional es la obra de un genio que acaba de morir en medio de la indiferencia más injusta y desleal: el arquitecto Adamo Boari, a quien los arquitectos no hemos tributado ni el más sencillo homenaje conmemorativo, quien sufrió las consecuencias del olvido, cuando no de ultraje, y a quien se tuvo lejos, como desterrado, de la obra en que puso toda su alma de artista, como lo hizo en nuestro encantador edificio de Correo”. (Luis Prieto Souza. El Universal, 1928).
El acto oficial de inauguración, el sábado 29 de septiembre de 1934, inició a las 10:17 horas con el Himno Nacional Mexicano de Jaime Nunó y Francisco González Bocanegra, que interpretaron los coros del Conservatorio Nacional de Música y la Orquesta Sinfónica de México, bajo la dirección de Carlos Chávez, seguido de los discursos del Presidente de la República y el jefe del Departamento de Bellas Artes, Antonio Castro Leal, continuando después con la Sinfonía Proletaria, Llamadas, del propio Chávez.
“El general Rodríguez con su acompañamiento quedó instalado en el palco de honor, precisamente frente al foro, en el primer piso a las diez horas diecisiete minutos, produciéndose entonces la parte más emocionante del programa: la ejecución del Himno Nacional, por un coro de cerca de mil voces, acompañado por la Orquesta Sinfónica bajo la dirección de Carlos Chávez. Las notas de nuestro himno arrebataron al auditorio que estalló en una ovación ensordecedora, descargando así su electrizamiento… Pero este momento de vibrante emoción fue tan breve como el fulgurar de un relámpago. Inmediatamente después vino el desmayo, y al entusiasmo sustituyó el decaimiento… Pero si no satisfizo la mediocridad del programa matutino, hay que confesar, que la parte con más apasionamiento atacada, fue la inclusión, en él, de la sediciente Sinfonía proletaria, de Carlos Chávez, a la que bautizó con el título de Llamadas… Se produjo completo silencio, y el presidente de la República dijo estas brevísimas palabras, en pie, desde su palco: “Hoy, 29 de septiembre de 1934, declaro inaugurado el Palacio de Bellas Artes, centro de divulgación cultural, uno de los puntos básicos del programa revolucionario”… Calcúlase que no menos de veinte mil personas se agolparon anoche en los alrededores del Palacio de Bellas Artes, para exigir a voces estentóreas se les dejara franca la entrada a la segunda parte de la inauguración. La multitud era tan arrolladora y la reclamación del derecho de acceso tan enérgica, que la policía hubo de intervenir para detener la avalancha humana… Las personas, que poseían billetes de entrada adquiridos en taquilla o invitaciones oficiales, hubieron de penetrar al edificio por la avenida Hidalgo, en vista de que por la de Juárez era punto menos que imposible atravesar por entre aquel agitado océano de individuos ansiosos de llegar al interior del recién abierto edificio.” (Excélsior, 30 de septiembre de 1934).
El acto inaugural concluyó por la noche con la Sinfonía número 6 en Fa mayor, Op. 68, mejor conocida como Sinfonía Pastoral, de Ludwig van Beethoven, y la representación de la obra teatral La verdad sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón por la Compañía Dramática del Palacio de Bellas Artes, y con la participación de la primera actriz María Tereza (sí, con Z) Montoya, Alfredo Gómez de la Vega, Rosa Arriaga, María Cañete, Isabela Corona, Ricardo Mondragón, entre otros.
Así reseñó la propia María Tereza Montoya la noche previa a la inauguración:
“Primer acto, teníamos que salir María Cañete y yo en una carroza tirada por un par de caballos. Nos subimos a la carroza, en el momento de salir a escena echan los reflectores, para que la salida tuviera más lucimiento, los reflectores asustan a los caballos. Éstos se paran de manos, la carroza casi se vuelca y María Cañete y yo por el suelo, con el mismo susto de los caballos. Si esto llega a pasar al día siguiente, la noche del debut, hubiera sido un fracaso, afortunadamente fue en el ensayo general. El día del estreno se les vendó los ojos a los caballos para que no se cegaran con los reflectores y todo salió bien. Nunca olvidaré las noches anteriores al debut. ¡Qué ajetreo!, todo eran carreras, no creíamos que se podía debutar el día que estaba anunciado. ¡Faltaba un telón! Yo vi coser ese telón gris que tiene el Bellas Artes y ayudaba a sostener, junto con otros compañeros, el terciopelo, cientos de metros, varias máquinas cosiéndolo. La víspera del debut era algo de locura, nadie fue a comer ni a cenar, todo eran tortas… (María Tereza Montoya. El teatro en mi vida, Ediciones Botas, 1956).
El majestuoso y nuevo teatro de México, presentó durante el resto del año 1934, célebres recitales, como el acontecido el 30 de septiembre a las 11:00 horas, del violinista ruso Jascha Heifetz[1], acompañado al piano por Emanuel Bay, interpretando sonatas de Brahms, Beethoven y Bach, además de La siesta de un fauno de Debussy con transcripción del propio Heifetz; Sumare, de Saudades do Brasil, Op. 67, de Milhaud; y Tzigane, rapsodia para violín y piano de Ravel.
El Cuarteto Londres se presentó el mismo 30 de septiembre a las 19:00 horas, además de los días 3, 5, 6, 10, 12, 13, 14, 15 y 16 de octubre, interpretando obras de Debussy, Haydn, Frank Bridge y los diecisiete cuartetos de Beethoven.
El 1 de octubre la Sinfónica de México, con Carlos Chávez y Silvestre Revueltas como directores, ofreció la Sinfonía número 1 en Do mayor, Op. 21, de Beethoven con Revueltas en el podio; Obertura Rosamunde, de Schubert; Suite de El pájaro de fuego, de Stravinski y Llamadas, sinfonía proletaria, de Chávez, dirigidas estás últimas obras por él mismo, con la participación del Coro del Conservatorio y el Coro de las Escuelas de Arte Para Trabajadores.
El célebre Ballet Ruso de Montecarlo, fundado y dirigido por el coronel y empresario Wassili de Basil[2], ofreció dieciséis funciones en donde su compañía bailó: La Sílfide, música de Fréderic Chopin, orquestación de Vittorio Rieti y decorados de Aleksandr Benois[3]
Petrouchka, música de Igor Stravinski, decoraciones de Benois.
El bello Danubio, coreografía de Léonide Massine[4], música de Johann Strauss, orquestación de Roger Désormière y decorados de Vladimir Polunin.
Escuela de baile, música de Boccherini, adaptación de Massine.
El sombrero de tres picos, coreografía de Massine, música de Manuel de Falla, con decorados y trajes de Pablo Picasso[5]
Juguetería fantástica, música de Gioachino Rossini, decorados y vestuario de André Derain y coreografía de Massine.
Además: Cuentos rusos, Union Pacific, Príncipe Igor, La playa y Los presagios.
Eran directores de orquesta, Ernest Ansermet[6] y Efrem Kurtz[7].
“Desde la última —definitivamente última— estancia de Ana Pavlova en México, no habíamos podido conocer y aplaudir sino elementos de ballet aislados, danzarines solistas. Esta circunstancia explica, en parte, el entusiasmo con que el público acogió la noticia de que el Ballet de Montecarlo figuraría entre los espectáculos escogidos para la temporada inaugural del teatro del Palacio de Bellas Artes. Revistas y libros especiales en la materia nos habían traído anticipadamente la fama y los nombres de algunos de los nuevos animadores del ballet ruso creado en Francia; el de Alexandre Benois, entre ellos. Nos disponemos, ahora, a comprobarlo. Claro está que parte de un programa, por ejemplo Las Sílfides, no basta para formarse una idea cabal acerca del espectáculo. Por esa razón, el cronista se reserva su parecer y solo adelanta en estas líneas su bienvenida a los artistas que integran el Ballet de Montecarlo, que anoche hizo su deseada presentación.” (Francisco Monterde, El Universal, 3 de octubre de 1933).
Aprovechando al experimentado Ernest Ansermet que estaba dirigiendo las funciones del Ballet Ruso de Montecarlo, la Orquesta Sinfónica de México lo tuvo como huésped el 8 de octubre, en un programa conformado por la Obertura de El holandés errante, Los “Murmullos de la selva” de Sigfrido y el “Viaje de Sigfrido por el Rin” de El ocaso de los dioses de Richard Wagner, y el estreno en el Palacio de Bellas Artes de la Sinfonía número 9 en Re menor, Op. 125, Coral, de Beethoven, que cantaron Estela Álvarez, soprano; Abigail Borbolla, contralto; Ignacio Guerrero, tenor y Fidel Marín, bajo, con los coros del Conservatorio Nacional de Música y del Colegio Alemán, preparados por Luis Sandi y Paula Bach-Conrad.
El día 18 se celebró el Concurso de Bandas de Música, con la obra Allegro sinfónico, de Juan León Mariscal, en donde participaron las bandas de Policía, de Velino M. Preza; las bandas de Jalisco, dirigido por Antonio Hernández; de Hidalgo, por Leonardo Domínguez; de Guanajuato, por Manuel Rosas; de Artillería, por el capitán Humberto M. Campos; de Zapadores, por el capitán Isauro S. Pérez; y la Banda del Estado Mayor, que dirigió el capitán Genaro Núñez.
Otro memorable concierto de la Sinfónica de México sucedió el 19 de octubre, con Ansermet dirigiendo al gran pianista chileno Claudio Arrau[8]. La primera parte estuvo integrada por el poema sinfónico La siesta de un fauno y el tríptico sinfónico Nocturnos -Nubes, Fiestas y Sirenas- para orquesta y coro femenino de Claude Debussy.
La segunda parte presentó los estrenos en México del Concierto para piano y orquesta de vientos, y la cantata-ballet Les noces (Las bodas), ambas de Igor Stravinski, teniendo como solistas vocales a Lupe Medina de Ortega, soprano; Paz Lozano, mezzosoprano; Ignacio Guerrero, tenor y Francisco Alonso, bajo. Los solistas pianistas fueron Francisco Agea, Ana C. de Rolón, Ángela Tercero y Eduardo Hernández Moncada, y los percusionistas Carlos Luyando, Noé Fajardo, José Pablo Moncayo[9], Felipe Luyando, Julio Torres y Alfonso Álvarez, y el Coro del Conservatorio.
El mismo Claudio Arrau, en plan estelarísimo, ofreció seis recitales: el 24 de octubre, los días 18, 21, 25 y 28 de noviembre, y el 5 de diciembre, en donde interpretó doce preludios y fugas del Clave bien temperado de Bach y Les collines d’Anacapri, Jardins sous la pluie, Golliwogg’s Cakewalk, de Debussy.
“Con alma, con pasión, con frescura sin igual, con técnica incomparable, con pureza sorprendente, luciendo portentosa memoria y musicalidad completa, tocó Arrau, logrando levantar el entusiasmo de numerosos conocedores que partitura en mano lo siguieron, los 12 primeros preludios y fugas del Clavecín bien temperado de Bach. Los precios reducidos de las entradas, el prestigio del ejecutante, las facilidades dadas a profesores y estudiantes, nada de eso fue bastante para conseguir un lleno completo de la sala, como merece la trascendencia cultural de estas ejecuciones. Arrau como pianista es muy grande. Sus ejecuciones de Bach y de Beethoven, especialmente, se reconocen como inmejorables en Alemania. ¿Por qué, pues, este escaso interés que hace desperdiciar una oportunidad de valor educativo tan importante? Grandes y pequeños músicos ha tenido y tiene el Clavecín bien temperado como el evangelio de la música. Schumann recomendó que se considerara como el pan cotidiano porque él solo hace músicos excelentes. Hans von Bülow dijo que en caso de un nuevo diluvio bastaría conservar en el arca el Clavecín bien temperado de Bach porque en él solo se condensaba el saber musical humano.” (Gerónimo Baqueiro Fóster. Excélsior, 10 de noviembre de 1934).
La Compañía Dramática del Palacio de Bellas Artes representó la obra El Simún, de Henri-René Lenormand, durante seis funciones en octubre y siete en noviembre, dirigidos por Alfredo Gómez de la Vega, con escenografía de Roberto Montenegro,[10] traducción al español de Enrique González Martínez[11] y música de Víctor Manuel Guillermo.
“De los diversos factores que han intervenido, bajo la dirección artística del Departamento de Bellas Artes para dar a conocer esta obra, merece el primer lugar el traductor, porque gracias a Enrique González Martínez la poesía que El Simún contiene se ennoblece al pasar del francés al castellano, y los versos que el autor pone en labios de Giaur nada pierden de su esencia al cambiar de vaso. Corresponde el primer lugar, en la interpretación, no solo por galantería, a la primera actriz María Tereza Montoya, cuyo temperamento —ardiente, vehemente, ferviente— encontró un tipo adecuado, el de la mestiza Aiesha, para manifestarse en toda su intensidad. Mercedes Prendes afinó cualidades de ternura y delicadeza, muy femeninas, al colocarse dentro de las condiciones que requiere la ingenua Clotilde, y Elena D’Orgaz dijo con propiedad su breve parte. Alfredo Gómez de la Vega, como director y actor; Carlos Orellana, Ricardo y Jorge Mondragón y los demás actores formaron un conjunto digno de los aplausos que otorgó el público. También se tributaron aplausos merecidos al escenógrafo Roberto Montenegro.” (Francisco Monterde. El Universal, octubre de 1934).
Antonia Mercé[12] “La Argentina”, bailó y deleitó al público en siete presentaciones durante noviembre, acompañada al piano por Luis Galve. El anuncio publicitario de esta artista decía: “Todos los bailes son creaciones de Antonia Mercé ‘Argentina’. Los trajes de Antonia Mercé ‘Argentina’ han sido confeccionados por Mademoiselle Alix, 83 de Rue Faubourg-Saint Honoré, París. Las castañuelas de Antonia Mercé ‘Argentina’ han sido grabadas en discos ODEON”.
“En sus últimos conciertos, efectuados en el Palacio de Bellas Artes durante la semana que terminó ayer, Antonia Mercé, ‘Argentina’, presentó ante el público de México —que ha llenado el teatro en cada una de esas actuaciones— quince danzas españolas no incluidas en los programas anteriores (…) Nuestro público ha tenido ocasión de aplaudir a la artista en estos conciertos, a través de sus interpretaciones personales, en los diversos aspectos que su repertorio ofrece: desde las danzas más puras, como Leyenda y Almería de Albéniz, síntesis de España, y Serenata de Malats, hasta las plásticas evocaciones del pasado (…) Antonia Mercé muestra la firmeza y amplitud de su técnica, fuerza del dominio de las castañuelas (…) En su concierto de anoche interpretó la Danza de la molinera, del ballet El sombrero de tres picos, de Falla.” (Francisco Monterde. El Universal, 14 de noviembre de 1934).
También en noviembre, el día 5, la Orquesta Sinfónica de México, con Silvestre Revueltas y Luis Sandi como directores huéspedes ofrecieron el Tercer concierto Brandeburgo en Sol mayor, de Bach; la Sinfonía número 2 en en Re mayor, de Beethoven; y los estrenos mundiales de Planos, danza geométrica de Revueltas y El sol, corrido proletario, de Chávez, que dirigió Sandi, con los coros del Conservatorio Nacional de Música.
Los días 22, 24, 25, 27, 28 y 29 del mismo mes, la Compañía Dramática del Palacio de Bellas Artes escenificó Diferente, de Eugene O’Neill que tradujo Salvador Novo[13] y escenografía de Julio Castellanos y Antonio Ruiz, en donde actuaron María Tereza Montoya, Alfredo Gómez de la Vega, Carlos Orellana, Rosa Arriaga, Felipe Montoya, Dolores Tinoco, Rafael Gutiérrez y Jorge Mondragón, completando el programa con Lo primero y lo último, de John Galsworthy y traducción de Dolly de Orozco Muñoz que interpretaron Isabella Corona, Gómez de la Vega, Alberto Martí, y Manuel Zozaya.
El 23 de noviembre, la Sinfónica de México con Chávez en el podio y Arrau como solista, presentaron la Obertura Coriolano, Op. 62, de Beethoven; los estrenos en nuestro país del Concierto para piano y orquesta número 3 de Prokofiev; la Suite número 2 para pequeña orquesta de Stravinski; y el estreno mundial de Short Symphony de Aaron Copland, además de El barco y El trópico, de Caballos de vapor de Chávez. El último día del mes, la Compañía Dramática dio el primer acto de Topacio, de Marcel Pagnol y El Simún, de Lenormand.
El poeta y escritor Luis G. Urbina, nacido en la Ciudad de México en 1864, comenzó a escribir poesía y ensayos a los 17 años y colaboró durante su vida literaria en diversas publicaciones como El Lunes, Revista Azul, El Imparcial, del que fue director, El Partido Liberal, El Mundo Ilustrado, Excélsior y El Universal, entre otros.
Fue secretario particular de Justo Sierra, maestro en la Escuela Nacional Preparatoria y director de la Biblioteca Nacional. En España fue ministro plenipotenciario, en cuya función murió el 18 de noviembre de 1934. Sus restos fueron trasladados en barco a Veracruz y después a la Ciudad de México en donde recibió un homenaje de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes el 12 de diciembre, entre las 16:00 y las 10:00 horas del día siguiente.
“A las 14 horas, el cadáver fue trasladado al vestíbulo del Palacio de Bellas Artes para recibir el homenaje de la Secretaría de Educación. En el centro del grandioso vestíbulo fue instalada una plataforma en torno a la cual fueron colocadas innumerables ofrendas florales enviadas por elementos e instituciones de todos los sectores sociales, y el féretro permaneció expuesto en ese lugar durante toda la tarde y por la noche. Millares de personas desfilaron por la capilla ardiente para rendir un homenaje al poeta. A las veinte horas, el féretro fue trasladado al escenario, donde quedó instalado sobre una plataforma revestida de paños grises, e inmediatamente después se inició la solemne velada… El programa se inició con la marcha fúnebre de Chopin, ejecutada por el Cuarteto Clásico de la Secretaría de Educación; enseguida el primer actor Alfredo Gómez de la Vega recitó La vieja lágrima hermoso poema del poeta Urbina; el Cuarteto ejecutó el andante cantabile de Chaikovski; el señor Miguel Martínez Rendón dijo un poema de Urbina y, como último número del programa, el licenciado Muñoz Cota pronunció un elocuente discurso que desearíamos publicar integro; pero por falta de espacio… Terminada la velada, nuevamente el cadáver fue llevado al vestíbulo donde permaneció toda la noche y estará hasta las 9 horas de hoy. Durante toda la noche se hicieron guardias ante el féretro y el desfile de personas se prolongó hasta horas avanzadas.” (El Universal, 13 de diciembre de 1934).
Cerró el año musical con un recital la violonchelista francesa Lucienne Radisse (Neuilly-sur-Seine, 1899-Asnières-sur-Seine, 1997), que fue también actriz y esposa del periodista Jean Fannius. Actuó en películas dirigida por Henry Blanke. Entusiasta corredora de autos, prestó servicios durante la Segunda Guerra Mundial como conductora voluntaria de ambulancias. Fue condecorada con el rosetón de Artes y Letras de manos del violonchelista francés André Navarra.