?? Die Verlobung in Kloster en Berlín

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La producción de Dmitri Tcherniakov ubicó la acción en una sala de ensayo de la Staatsoper © Ruth Walz

Diciembre 30, 2019. Con su complicada trama de enredos, llena de humor y bellísimas melodías, la ópera Esponsales en el monasterio de Serguéi Prokófiev basada en la comedia del siglo XVIII The Duenna del poeta irlandés Richard Brindskey Sheridan (1751-1815) ha visto pocas veces la luz fuera de Rusia, donde siempre goza de gran popularidad. Con buen criterio y buscando hacer justicia a una partitura marginada de la programación de los grandes escenarios europeos, la Staatsoper berlinesa propuso una originalísima producción que encomendó al controvertido director de escena Dmitri Tcherniakov, quien tijera en mano y valiéndose de buena parte del texto original hizo una “revisión” de la ópera con una trama nueva que —tal como explica el mismo director de escena— la sintetiza. 

En esta nueva version de la ópera, Tcherniakov ubicó la acción en un escenario único: una sala de ensayo de la Staatsoper donde reunió a los miembros de una asociación denominada “Opera-Addicts Anonymous”, compuesta por grupo de fans del género lírico que busca a través de una terapia de grupo —consistente en la creación de una ópera: Esponsales en un monasterio— desintoxicarse de su adicción operística. El resultado de la propuesta no dejó de ser controvertido, sobre todo para aquellos que esperaban encontrarse con la ópera original y que recibieron en cambio un espectáculo que, si bien careció de inventiva, distó del original compuesto por Prokófiev.

Al timón de una sólida distribución de intérpretes, Violeta Urmana desplegó una voz solar y, en complicidad de Tcherniakov, se tomó el pelo componiendo una petulante cantante de ópera en el ocaso de su carrera en esta remozada visión de la parte de la Duenna. Como Don Jerónimo, el polifacético Stephan Rügamer no solo cantó con convicción sino que además bailó, tocó la trompeta y el xilófono con desenvoltura y entusiasmo. De las parejas de enamorados, Bogdan Volkov (Antonio) dejó una muy grata impresión por la belleza de su canto; Nina Minasyan (Luisa), por su instrumento bien esmaltado y expresivo; y Andrey Zhilikhovsky (Ferdinand), por su voz redonda y generosa. 

Anna Goryachova no lució una voz particularmente atractiva, pero su labor fue correcta y compensó lo vocal con creces gracias a su divertida caracterización de Clara. Impecable, Goran Jurić hizo alarde de sus cualidades vocales y sacó buen partido del personaje de Mendoza. Debido a la revisión de la trama, los coros fueron condenados al ostracismo, debiendo cumplir su labor desde el foso o los palcos, lo que no impidió que pudiese apreciarse su buen estado de salud y preparación. Al frente de los músicos de la Staatskapelle, Alexander Vitlin hizo una lectura precisa, fresca y colorida. Una vez caído el telón, al público se le vio muy dividido. Hubo muchos que aprobaron y aplaudieron; otros muchos regresaron a casa con cara larga.

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