?? Die Zauberflöte en Washington

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Sydney Mancasola (Pamina) y Michael Adams (Papageno) en Washington © Scott Suchman

Noviembre 23, 2019. Aprovechando el clima festivo previo a las Navidades y buscando sumar audiencia infantil a sus huestes, la Washington National Opera subió a escena el masónico Singspiel de Mozart La flauta mágica en una muy divertida versión en lengua inglesa que fue todo un derroche de magia y fantasía.

El principal atractivo de esta producción fue la puesta en escena que firmó Christopher Mattaliano, quien con gran inteligencia logró hacer una interesante conexión entre la dinámica teatral y las estáticas ilustraciones del célebre Maurice Sendak, famoso por su libro Where the Wild Things Are (Donde viven los monstruos), que sirvieron como fundamento visual para una propuesta ágil, atractiva y teatralmente muy efectiva. Factor determinante en su éxito fue la labor de Neil Peter Jampolis, quien, a cargo de la escenografía y la iluminación, contribuyó en gran medida a dar vida y construir el ambiente fantástico que dio marco a la ópera.

El elenco se movió en un altísimo nivel general. Del lado de las voces masculinas, David Portillo brilló a más no poder, imponiendo un príncipe Tamino de muy cuidada hechura y estilo. Con un voz lírica perfectamente adecuada para la parte, ni su color metálico ni su pronunciado vibrato lograron desmerecer un canto de calidad y que se reveló particularmente seguro en los agudos. Como su plumífero amigo, Michael Adams fue la estrella de la noche, desplegando una voz de importantes cualidades, con interesantes detalles líricos y expresividad. En la escena, arrancó risas por doquier por la variedad de recursos histriónicos con los que arropó su simpática composición de Papageno.

Wei Wu convenció a medidas: si bien destacó por la calidad de un timbre sólido y una impoluta línea, sus graves resultaron demasiado claros para imponer autoridad a la parte del sumo sacerdote Sarastro. El todoterreno David Cangelosi hizo maravillas a cargo de la parte de Monostatos, personaje al que dotó de una voz siempre justa tanto en el color como en las intenciones y para cuya extrovertida composición escénica aprovechó cada detalle que pudiese poner en evidencia el carácter lujurioso, ambicioso e inescrupuloso del sirviente de Sarastro. En la voz de Kevin Short, la parte del Orador adquirió un nivel de excelencia poco usual.

Del lado de las voces femeninas, Sydney Mancasola concibió una inocente y frágil Pamina, muy próxima al ideal, con una bellísima voz y un canto cuidado y expresivo. De la Reina de la noche de Kathryn Lewek se apreció por un lado un bagaje técnico que le permitió salir airosa a la pirotecnia vocal que le exigieron sus dos temibles arias; y, por otro, su capacidad para traducir en su canto la fuerza dramática requerida por la parte. Con seductores medios vocales, Alexandra Nowakowski impuso una deliciosa Papagena que fue muy celebrada por el público. Imposible imaginar un trío vocalmente más competente y chispeante que el compuesto por Alexandria Shiner, Deborah Nansteel y Meredith Arwady para el conjunto de Damas al servicio de la reina.

Muy bien, el coro dirigido por Steven Gathman, que hizo gala de un sonido compacto y sonoro y siempre controlado en cada una de sus intervenciones. Después de alguna que otra falta de precisión en la obertura inicial, la dirección musical de Eun Sun Kim supo ir de más en mejor, ganando en seguridad a medida que avanzó la noche e imponiéndose finalmente por una lectura construida con buen ritmo, cuidada concertación y atenta a poner en evidencia la poesía y el lirismo de la música de Mozart.

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