A Streetcar Named Desire en Miami

Escena de A Streetcar Named Desire en Miami © Daniel Azoulay

Enero 22, 2022. Tras una ausencia de dos años impuesta por la pandemia, la Gran Ópera de Florida subió de nuevo el telón de su principal escenario, la Ziff Opera House de Miami, con la representación de Un tranvía llamado deseo, obra con la que se inauguró la 80ª temporada. Compuesta en 1995 por André Previn, se trata de una de las piezas más destacadas del repertorio operístico moderno.

El libreto de Philip Littell condensa fielmente la obra homónima de Tennessee Williams, fidelidad que se mantiene en la escenografía de Steven C. Kemp para esta producción procedente de la Ópera de Nueva Orleans, con dirección escénica de Jeffrey M. Buchman. Los tres actos transcurren en un mismo espacio: el apartamento de los Kowalski, decorado en tonos marrones en sus dos estancias, separadas por una cortina corredera. En el espacio encima de estas cuatro paredes —tres en realidad, puesto que la cuarta quedaría abierta al patio de butacas— se proyecta un diseño de líneas inclinadas paralelas, metáfora visual de la inestabilidad mental de Blanche. 

El vestuario de Howard Tsvi Kaplan, variado y rico en detalles, nos traslada a mediados del pasado siglo. Cabría esperar una mayor profundización, a través de la iluminación de Don Darnutzer, en el ambiente sórdido en el que transcurre la vida presente y pasada de los personajes, ya que el uso de un reflector siguiendo a Blanche o a Stella en sus movimientos recordaba a un género como el musical, restándole expresión dramática.

El papel protagónico de Blanche DuBois fue interpretado por una magnífica Elizabeth Caballero. Esta soprano local de origen cubano posee una voz potente, de gran versatilidad, capaz de aportar numerosos matices expresivos, como en su aria del tercer acto ‘I want magic’. Caballero usó con inteligencia su instrumento, dosificando recursos en un papel agotador por su casi constante presencia en escena, y demostró ser una magnífica actriz en su interpretación de la debilidad mental de su complejo personaje, en una escena “de locura” en ese tercer acto que recordaba a la Lucia di Lammermoor.

Rebecca Krynski Cox cantó el papel de Stella con voz bien impostada y rica en matices. Cosechó el primer aplauso de la velada tras su aria del primer acto ‘I can’t hardly stand it’ y supo interpretar muy bien la difícil relación que mantiene Stella con su esposo. 

Hay que reconocer al joven barítono neozelandés Hadleigh Adams el mérito de haber sacado adelante con éxito el papel de Stanley Kowalski, rol que inicialmente estaba destinado a Steven LaBrie. Éste se retiró apenas una semana antes de comenzar los ensayos para unirse al tour norteamericano del cuarteto vocal Il Divo, tras el reciente fallecimiento relacionado con la Covid de uno de sus miembros, el barítono español Carlos Marín. En un corto plazo, Adams logró meterse de lleno en el papel, anticipándose así en tres meses a su debut previsto en un próximo título en la Gran Ópera de Florida. Con una sólida presencia, supo mantener el equilibrio de un personaje que se desenvuelve entre la ternura y la rudeza en su relación con Stella. La escena del juego de póker, última del primer acto, resultó especialmente evocadora al recordar la famosa serie de cinco cuadros de Jugadores de cartas de Cézanne.

El tenor Nicholas Huff fue un solvente Mitch, galante y con cierta inocencia. A la magnífica escena del diálogo con Blanche en el segundo acto, siguió su aria ‘I’m not a boy, she says’, muy aplaudida. Stephanie Doche cumplió bien el papel de Eunice y Amanda Olea interpretó con la requerida solemnidad el breve papel de Mujer mexicana que vende flores para los muertos.

En el foso, la orquesta de la Gran Ópera de Florida, bajo las órdenes de Gregory Buchalter, realizó un buen trabajo, con una cuerda bien empastada y destacadas intervenciones solísticas. La música comenta, puntualiza o prepara anímicamente la acción y los interludios a telón bajado sonaron especialmente ricos en dinámicas y texturas.

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