A Sweet Silence in Cremona… en Cremona

Escena de A Sweet Silence in Cremona © Salvo Liuzzi

Mayo 8, 2022. Cremona ocupa un lugar central en una obra situada, justamente, en esa ciudad. Nunca antes se había concretado el espejo ideal entre público y teatro, con una obra inspirada en un hecho que realmente ocurrió recientemente (en 2019 se impuso el silencio en las calles limítrofes del Museo del Violín para conseguir las condiciones óptimas para realizar unas grabaciones) y en el que se menciona varias veces a un personaje, el alcalde, que se sienta en la sala todavía en el cargo. 

Una pizca de extrañamiento viene dada por el hecho de que todo el mundo canta en inglés. También se encuentran en escena cinco italianos y un argelino, así como un perro y un violín (este último, sin embargo, solo vocaliza). Pero, ¿no estamos acostumbrados a escuchar japoneses, antiguos egipcios, sacerdotes galos y mineros estadounidenses expresarse en nuestra lengua? ¿O amantes veroneses en francés o dragones y tribunos romanos en alemán? El teatro y la vida son la misma cosa y no lo son: verdad e invención se intercalan en una adorable paradoja, que hace aún más encantador el libreto de Mark Campbell para A sweet Silence in Cremona. 

Se trata de una coproducción internacional, comisionada por la New York University, la Casa Italiana Zerilli-Marimò, NYU Florence, y que en el Teatro Ponchielli encontró su primer hogar a la espera de los próximos estrenos en Florencia y en la Gran Manzana. El público lombardo acudió en gran cantidad, y el teatro se decoró para la fiesta con pinceladas del arcoíris: ya se notan los aires del Gay Pride del próximo mes. 

La obra está realmente bien hecha y demuestra en su brevedad —dura una hora (“¡gran mérito!”)— la perfecta técnica de la escritura teatral de Campell. Comienza con la ligereza de la comedia, presentando a la humanidad obligada al silencio por deferencia a los violines del museo: la señora Mariolina disfruta de la tranquilidad; Giulia está ansiosa por el inminente nacimiento de su primer hijo, mientras que Federico, su esposo, está ausente; Valentina mima al perro Attila, que tanto nos recuerda a Brian Griffin; Ettore se lamenta de que esta orden del alcalde «liberal y amigo de los inmigrantes» pueda arruinar su zapatería, aunque será el joven repartidor argelino Yassine —en la zona para entregarle flores a Giulia de parte de su consorte— quien comprará un par de zapatos para su hermanita. Yassine es también quien, en su entusiasmo por la ciudad donde se mudó con su familia, invita a no quejarse y a aprovechar el silencio para soñar con la música. Dicho y hecho, la atención se centra en un lutier que termina su creación y la apoteosis final se libera en el solo del violín/soprano coloratura. 

El muchacho extranjero que elige a Cremona como «my home» se refleja en la internacionalidad de las insignias de los laudistas, que llegaron a establecerse aquí desde todo el mundo para aprender y practicar esa antigua arte. Si el libreto de Campbell —quien no en vano ganó el premio Pulitzer y es un autor muy prolífico en el género—funciona muy bien, es también por la unión con las notas del siciliano Roberto Scarcella Perino, excelente exponente de esa escuela de teatro musical tan fértil en Estados Unidos (Bernstein y Menotti, por decir sólo los nombres más conocidos en nuestro medio): hace falta maestría para destilar una hora de teatro musical que sabe hablar de arte e integración sin inmovilizarse ni tomarse a sí mismo demasiado en serio o, peor que nada, tomarse a la ligera al público y sus necesidades. 

Todo el equipo que hizo este debut merece un aplauso. De la Orchestra Monteverdi Festival debe mencionarse al menos a la solista Lena Yokoyama, del violín que se une a la voz violín de la soprano Sara Fanin, también intérprete puntual de Valentina. El perro Attila comparte cara y voz con el lutier, que son las del barítono Ramiro Maturana, admirable para delinear partes tan diversas. La mezzosoprano Antonella Di Giacinto fue una deliciosa Mariolina y no se puede permanecer indiferente ante el cambiante monólogo de la soprano Costanza Fontana como Giulia en una espera agridulce. Pietro Di Bianco, bajo-barítono, fue tan incisivo como Ettore, en contraparte al perfectamente adecuado Yassine del tenor Gianluca Moro: con physique du role, presencia ágil y dinámica, articulación clara y una voz brillante, ideal para el papel que es clave para unir la acción. 

Giuseppe Bruno dirigió con claridad y ejemplar sentido del teatro. Cecilia Ligorio firmó uno de sus más exitosos trabajos, precisamente porque en proporciones mínimas logró hacer poesía de la simplicidad, en el elegante y funcional montaje escénico de Tommaso Lagattolla, también creador de los bien caracterizados vestuarios, que no tienen una sombra de caricatura. Tampoco se puede pasar por alto la aportación de la iluminación de Oscar Frosio y las proyecciones de vídeo de Imaginarium Studio, que incluso en el pie de foto aparente consiguen mantener la adecuada estilización en una Cremona caricaturesca, verdadera y fantástica al mismo tiempo. La ópera contemporánea está más viva que nunca. Basta solo con no tenerle miedo. Incluso en el restaurante después del espectáculo se podían ver a personas del público felicitando a los intérpretes, al libretista y al compositor.

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