Adriana Lecouvreur en Bolonia

Kristine Opolais (Adriana Lecouvreur) y Luciano Ganci (Maurizio) © Andrea Ranzi

Noviembre 14, 2021. No sólo se ha tratado de otro ejemplo del retorno con fuerza (aunque nunca ha desaparecido del todo) de la obra maestra de Francesco Cilèa, sino de una ocasión muy especial. Debió de haberse presentado en la temporada anterior, pero la situación de sobra conocida hizo que se convirtiera en un filme presentado en la Rai tv con mucho éxito. 

La puesta en escena de Rosetta Cucchi funcionó mejor allí, en especial en los dos primeros actos, que le permitían movimientos de cámara y ubicaciones que en un teatro no son posibles. Lo mejor fueron los dos últimos, con la idea de la diva que cambia de época, genial la de los primeros años del siglo pasado, y muy esencial la del último, en la década de 1970, con la protagonista al final sola con Michonnet, imaginando la llegada de un Mauricio que no se materializa (el tenor canta desde las bambalinas). 

Del elenco televisado, Michonnet (Nicola Alaimo) desapareció del reparto y su sustituto en el Teatro Communale di Bologna, Sergio Vitale, lo hizo bien, aunque sin igualar a su predecesor. Probablemente lo mejor fue el cuarto acto. La protagonista de Kristine Opolais es bellísima y su actuación, de primer orden; lástima que la voz no esté al mismo nivel (sólo interesante en el agudo e inhábil en el canto de conversación; en estas condiciones, mejor no hablar del monólogo final del tercer acto porque, además, la batuta de Asher Fisch fue una pesadilla todo el tiempo, de tan pesada y fuerte). 

Luciano Ganci es un tenor de antigua escuela, lo que por un lado está bien, e intentó interpretar a su poco simpático personaje, además de cantar alguna frase a media voz, pero como muchas veces le ocurre, llegó al límite en un par de situaciones. Correcto, el coro del Teatro preparado por Gea Garatti Ansini, y en general bien los comprimarios, a excepción del inaudible Abate de Gianluca Sorrentino. El príncipe de Bouillon de Romano Dal Zovo convenció menos que en la filmación, resultando muy engolado y monótono. 

Lo mejor y más equilibrado vino de la princesa, un personaje desagradable, que Veronica Simeoni diseñó con maestría en lo vocal y en las frases insidiosas que le tocan (una pena que la última ‘Restate!´, con la que concluye el último acto, fuera suprimida por motivos de puesta en escena); su presencia, además, resultó imponente desde el vamos y en el tercer acto extraordinaria. Bastante público y buen nivel de aplausos.

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