Alzira en Bilbao

Escena de Alzira en Bilbao © E. Moreno Esquibel

Abril 27, 2022. Cuando en 2006 la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera (ABAO) se embarcó en el proyecto “Tutto Verdi”, jamás imaginamos que pasaríamos hasta por una pandemia. Ahora, 16 años después del Rigoletto con el que dio inicio la puesta en escena de todas las óperas del Genio de Busseto, caemos en cuenta de los años que han transcurrido y lo mucho o lo poco que ha cambiado el mundo.

El punto final lo pone una de las obras menos representadas de Giuseppe Verdi, Alzira, a la que él mismo señaló como una “ópera fea”. Pero el talento del compositor, ancho y largo, se hace notar en esta creación que ya contiene páginas de gran interés. La obertura y el final son momentos de indudable belleza, sin menosprecio a los pasajes para el tenor en el segundo acto y las grandes escenas donde la protagonista tiene un gran lucimiento. 

Alzira se estrenó en 1847, por encargo al compositor del Teatro San Carlo de Nápoles, y tuvo una recepción más bien tibia. El libreto, de Salvatore Cammarano, tiene los ingredientes básicos de un conflicto que no alcanza a cuajar del todo. La obra, en el siguiente lustro a su estreno, también se vio en varias ciudades italianas y del extranjero, incluída España. Y ahora, casi 170 años más tarde de su última representación en la Península Ibérica, vuelve a tomar forma corpórea, y además en una puesta en escena que recibió el Premio Opera XXI el año pasado a la mejor producción latinoamericana. 

La base para el libreto lo encontró Cammarano en el drama Alzire ou les Américains de Voltaire, aunque el italiano le dio tal giro que la lectura ‘voltairiana’ sobre las culturas precolombinas cambia de sentido en la ópera. 

El apartado musical tuvo el primer gran acierto en la lectura del maestro Daniel Oren, que se adentró en el drama verdiano sin remilgos, haciendo sonar a la Bilbao Sinfonietta con pasión teatral, enérgica y cuidadosa con los solistas. La caída de cartel de la soprano Hui He como defensora del personaje epónimo hizo que pudiésemos disfrutar de Carmen Solís en el rol, escrito un tanto al estilo de Elvira en Ernani. Solís posee un instrumento ancho, pastoso, de agudos penetrantes y redondeados. Estupenda en el dúo ‘Il pianto… l’ambascia… di lena mi priva’ con el Gusmano interpretado por el también estupendo barítono Juan Jesús Rodríguez, en su papel de conquistador. Y conquistó con sus cualidades canoras en el que su fraseo noble y vibrante brilla en la robustez del caudal sonoro. 

El tenor Sergio Escobar fue Zamoro, el inca justo enamorado de Alzira, que mostró su poderío y elocuencia con una voz rotunda que merece que el cantante busque enriquecer en matices. El bajo David Legares (Ataliba), el tenor Gerardo López (Otumbo) y la soprano María Zapata (Zuma) hicieron real aquella frase que dice que no existen personajes pequeños. Los tres brillaron con intensidad en sus cometidos. Correctos el barítono Josep Miquel Ramón (Álvaro), el tenor Vicenç Esteve (Ovando) y el Coro de Ópera de Bilbao, preparado por Boris Dujin.

La puesta en escena del director peruano Jean-Pierre Gamarra intenta escapar de los tópicos más ligados a la dualidad indígena-conquistador y en parte lo consigue. La escenografía sencilla pero funcional y efectista (Lorenzo Albani) no logra vencer el estatismo y los básicos movimientos de actores. La acción tampoco es que sea una verbena pero el movimiento de la masa coral casi pasó desapercibido. Gamarra no sitúa la acción en un marco espacio-temporal fácil de intuir. El vestuario es lo que da pistas, dado lo abstracto de la escenografía, siendo a veces siglo XVI y en otras como primera mitad del siglo XX, utilizando prendas étnicas y otras de inspiración actual. El montaje permite seguir el argumento con cierto distanciamiento y disfrutar a tope con la música de Verdi. 

Enhorabuena a Bilbao Opera por conseguir llegar al final, 28 óperas se dice rápido, del “Tutto Verdi” con el llamativo cierre que representa la pusta en escena de Alzira. 

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