Arabella en Madrid

Josef Wagner (Mandryka) y Jacquelyn Wagner (Arabella) en el Teatro Real de Madrid © Javier del Real

Febrero 9, 2023. Limpio, luminoso y desnudo, así lucía el escenario esta noche en el Teatro Real de Madrid. Arabella, una de las ópera menos representadas de Richard Strauss, bien merece una reflexión pulcra como la que han planteado en esta producción el director de escena Christof Loy y el maestro David Afkham la frente de la orquesta. 

La obra plantea un tema afortunadamente caduco: la libertad de la mujer para enamorarse y elegir marido, concatenado con otros muchos estigmas sociales de la época, algunos aún arraigados en nuestra sociedad. El planteamiento del fructífero libretista Hugo von Hofmannsthal en cuanto a los personajes es equilibrado y muestra una gran cantidad de personajes, desde la muchacha resignada (Arabella) hasta la muchacha víctima del egoísmo familiar (Zdenka), pasando por pretendientes caprichosos y despiadados y alguno que otro enamorado de la vida. Arabella ha aceptado su destino y papel de salvar a su familia de la ruina a la que les ha condenado su padre el Conde Waldner, un personaje llevado a través del timbre característico y metálico del bajo-barítono Martin Winkler, quien adquirió un carácter bufo a la par que decadente.

La acción comienza con la apertura de grandes paneles blancos que se deslizan para dar paso a una habitación de hotel, austera y algo desastrada, con las ventanas cubiertas quizás no solo para ocultar la luz del día, sino la vergüenza por la que está pasando la familia Waldner, arruinada y con la esperanza de encontrar marido para una de sus hijas, condenando a la otra hija a ocultar su feminidad. La escena muestra la desesperación tragicómica que centra al personaje de Adelaide (la Condesa Waldner) encarnada, nada más y nada menos, que por la gran artista Anne Sophie Von Otter, elegante en su paso por las tablas e impecable como siempre en el ámbito vocal. Cual sea el estilo musical al que se acerque, su personaje evoluciona desde la preocupación por el futuro de la familia hasta la futilidad, sin abandonar el lastre social que supone en esa época el «guardar las apariencias». 

Las líneas melódicas del personaje principal de Arabella nos presentan un carácter cálido, de gran lirismo y legato que plasma la profundidad de sus pensamientos, tanto en sus palabras como en sus momentos musicales protagónicos. Para dar espacio a esos pensamientos, Christof Loy nos transporta a los paneles blancos, separando la escenografía para adentrarnos en el interior de los sentimientos, creando un espacio de desarrollo de las emociones, donde todo artilugio y elemento sobra, quedando la mera teatralidad de los personajes.

El futuro incierto que espera a Arabella tras esa noche de Martes de Carnaval, cuando elija a quien será su esposo, no le resta de cierta esperanza por la llegada de su príncipe azul, un príncipe que llega y se «destiñe», víctima de la cruel sociedad vienesa.

Jaqueline Wagner —que viajó de Viena a Madrid apenas el día antes de esta función para sustituir de la soprano Sara Jakubiak— nos propuso a una muchacha con las ideas claras en lo emocional e impecable en la parte vocal. Timbre bello y amplio en su registro, delicada y con bello fraseo. Llevó al personaje a través de todas las exigencias que enfatiza la música y que se soportan desde una línea serena y muy romántica, que transmite ese abismo donde la mujer se siente perdida sin la tutela de un hombre, hasta el momento en que acepta al forastero rural, Mandryka, como su futuro esposo.

Ese forastero, rudo y torpe en costumbres urbanas, es su tabla de salvación ante un sistema burgués que prepara matrimonios de conveniencia, en detrimento de la libertad femenina. Un enlace que no se aparta del interés familiar, pero que llega inesperado, ingenuo, cual Tamino enamorado de una Pamina que conoce a través de un retrato… quizás eso lo haga diferente. Mandryka fue perfectamente sostenido en toda su exigencia vocal por el barítono austríaco Josef Wagner, quien supo plasmar escénicamente tanto la parte adorable y tierna del personaje naif y enamorado, como la del despechado y acusador juez, que desgarra a Arabella con insultos ante su supuesta falta de fidelidad. 

Otra víctima de este carácter polarizado de Mandryka es la joven Fiakermilli, agredida sexualmente por éste a causa de su despecho por Arabella, al creer que ésta le es infiel con Matteo. Elena Sancho Pereg fue la cantante española que brilló dentro de un cast de voces prodigiosas, siendo magnífica en toda su actuación, mostrando una vertiginosa agilidad que resolvió con pasmosa facilidad. A gran altura estuvo su interpretación dramática, que nos sirvió a un frágil personaje bufón, instrumento de risas y vejaciones ante una sociedad impasible y frívola ante el horror. 

No podemos dejar de hacer una reflexión respecto a la escena del baile que Loy presenta sin ningún tipo de vestuario uniforme, a excepción de la Fiakermilli, quizás con la intención de hacer ver que en esa podrida sociedad vienesa, impostar y fingir ser un personaje era el hábito natural de sus ciudadanos. 

Sarah Defrise (Zdenka) con Arabella y Mandryka © Javier del Real

Los tres pretendientes fueron correctos en sus intervenciones, destacando la voz del tenor Mathew Newlin, de timbre lírico, bien proyectado y gran actor. La hermana de Arabella, Zdenka, fue excelentemente interpretada por Sarah Defrise, quien en la escena final destapa la realidad y confiesa su engaño a Matteo, llevada por el amor sin mesura de las consecuencias que podía entrañar tal acción. Esta escena de nuevo se centra en el plano psicológico de los personajes, intención bien marcada por el regista en los cubículos de paneles blancos. Se hace el silencio, mutis de la orquesta, la música cesa y se da paso a la actuación de los intérpretes que supieron sostener la tensión dramática que suponía el desenlace del malentendido, que salva a Arabella de la difamación, condenando su relación con Mandryka a un perdón dañado… Desteñido el príncipe, la princesa remonta y construye, porque así somos las mujeres: luchadoras, salvadoras de las situaciones más difíciles a través de la indulgencia. 

El lienzo ha tomado color, la iluminación efectista de Reinhard Traub cierra los actos I y III con un efecto iluminador, optimista en el amor y el perdón, y condena al oscuro el acto II, el de la de traición, la mentira y el desengaño…

Una vez analizadas los aspectos vocales y escénicos de esta fantástica producción,  metámonos en la parte orquestal. La función no habría sido igual sin contar con la magistral interpretación que desde el podio ofreció David Afkham, uno de los ganadores de la noche, quien arrancó aplausos y vítores en cada uno de sus saludos. 

Arabella llegó al público en el año 1933, heredera del wagnerismo pero en un lenguaje mucho más colorista, repleta de valses, polcas y brillantes melodías, menos densas que su predecesora Elektra, lo cual podría haber supuesto un paso atrás para el compositor en su evolución. Nada más lejos de la realidad. Arabella presenta tal entramado armónico y tímbrico que la presentación de las emociones del texto desde la música retroalimenta el gesto teatral en perfecta simbiosis. Todas esas acciones pudieron ser enmarcadas para el público asistente, quedando al descubierto ante la minuciosa interpretación de Afkham, quien con delicadeza comprometida resaltó aquellas líneas que el oyente necesitaba escuchar y que caracterizan a los diferentes personajes y remarcan las intenciones dramáticas.

La Orquesta Sinfónica de Madrid se mostró orgánicamente dúctil de la mano del director alemán, quien sacó la mejor versión de la OSM especialmente en el preludio del tercer acto, donde no midió el espectro sonoro, en plena libertad y lucimiento de una orquesta que no suele responder tan correctamente al tal magno entramado sonoro, ni a todas las batutas. La OSM salió de la brocha gorda a la que muchas veces somete el foso de ópera, para pasar a un sinfonismo refinado y cuidado en sus detalles por Afkham. Alguien dijo en un ocasión  que David Afkham era lo mejor que le había podido suceder a la Cultura de Madrid… Esperemos poder seguir disfrutando de él, no solo en el que ya es su «casa», el Auditorio Nacional gracias a su reciente y afortunada renovación por el INAEM, sino también en el coliseo madrileño.

Terminamos de pintar nuestro lienzo, a través del vaso agua que Arabella le entrega a Mandryka:

—Mandryka: “¿Confiarás en mi? ¿Seguirás siendo como hasta ahora?”

—Arabella: “No puedo ser de otra manera ¡Tómame como soy!”

Así es Arabella: una mujer auténtica y abnegada. Esta historia, como cualquier otra comedia, acaba aparentemente bien, pero ¿permitirán los desaciertos moralistas que los protagonistas sean felices y coman perdices? 

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