Ascanio in Alba en Bellas Artes

Gamaliel Reynoso, Anabel de la Mora, Agnieszka Slawenka y Édgar Villalva en Ascanio in Alba en Bellas Artes

La Ópera de Bellas Artes (OBA) —en colaboración con el 49 Festival Internacional Cervantino (FIC)—, por fin pudo llevar a la escena Ascanio in Alba, K. 111 (1771), fiesta teatral en dos actos de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) con libreto de Giuseppe Parini (1729-1799), título que tenía contemplado desde antes de la irrupción de la pandemia de Covid-19 causada por el virus SARS-CoV-2.

Tras la suspensión de actividades líricas durante más de año y medio como parte de la emergencia de salud, el proyecto de esta ópera temprana de Mozart fue retomado por la OBA, institución dirigida por Alonso Escalante Mendiola, y se presentó en el Teatro del Palacio de Bellas Artes los días 21, 26 y 28 de octubre de este 2021. Si bien el semáforo de riesgo epidemiológico en la Ciudad de México tenía luz verde durante la puesta de este título, de cualquier manera se mantuvieron ciertas medidas de precaución sanitaria en el recinto y condicionaron el formato de presentación de la obra.

Por ejemplo, la Orquesta del Teatro de Bellas Artes dirigida por su titular, Iván López Reynoso —quien esta vez también cobró protagonismo como continuista al clavecín—, tocó al fondo del escenario, en una disposición un tanto extraña, como también ocurrió con el Coro preparado por el maestro Carlos Aransay, fragmentado en ambos lados de la escena. Que el concertador estuviera de espaldas al elenco, además de una potencial distracción para el público (¿es posible, así, centrarse en el trazo escénico?), incidió en el óptimo ensamblaje sonoro entre la música y las voces. 

Es cierto que no ocurrió ningún desastre, pero uno de los retos de esta obra en particular (pues lo es en general de casi todo propósito operístico) es la máxima integración virtuosa de todos sus elementos en una conjunción musical brillante en su dinamismo lírico, ante la carencia de sustancia dramática de la que adolece Ascanio in Alba, pieza concebida por encargo con motivo de la boda entre el archiduque Fernando, hijo de la emperatriz María Teresa, y María Beatriz de Este, hija del príncipe de Módena. De ahí que este título mozartiano, más que la descripción de ópera, la tiene de fiesta teatral (¿serenata? ¿agasajo nupcial?).

El concepto del montaje resultó poco afortunado para proyectar la luminosidad de la obra —que sólo pareció reflejarse en el colorido vestuario diseñado por Violeta Rojas—. Se realizó a partir de una cámara penumbrosa, casi desnuda de elementos decorativos, de no ser una telaraña de cables y tubos en lo alto del escenario que, encendida, pretendió brindar astralidad a la representación y con ello, tal vez, darle connotaciones cósmicas.

Incluyó, además, algunos edificios de escala diminuta y desproporcionada respecto de los cantantes, quienes se pasearon entre ellas o se subían en esas pequeñas estructuras de Alba, dando como resultado un diorama inverosímil, adornado sin congruencia o mayor sentido estético.

El responsable de la puesta en escena fue Miguel Santa Rita —debutante en ópera— y la “escenografía” correspondió a Adrián Martínez Frausto, quien ya acumula cierta experiencia en su labor, tanto en Bellas Artes, como en algunos otros teatros del país.

La primera aproximación de Santa Rita al género fue notorio a través de un trazo difuso a los solistas que, además de dispersión entre numerosos figurantes de relleno, incluyó un incesante movimiento de manos y aleteos de brazos —¿sería un lenguaje simbólico o simple intento de complementar enfáticamente la actuación?—, así como giros sobre sus propios ejes y, por lo tanto, canto hacia atrás y no hacia el público lo que, por momentos, entorpeció la proyección del sonido hacia la sala.

En ese apartado vocal, la soprano Anabel de la Mora lució la belleza de su canto en el rol de Silvia. Su centro se apreció cálido y expresivo, mientras que su zona aguda fue expuesta con pinceladas firmes, de transparencia cristalina. Y, aunque en términos de coloratura le resulta más cómodo cantar staccatos que florituras —en el caso de Ascanio in Alba, de una reminiscencia barroca—, fue la intérprete que más se apegó al estilo de la obra.

Y es que en el elenco, de manera general, se contó con voces de timbre grato, pero algunas aún con trechos de desarrollo y solvencia. Entre las de mayor madurez técnica, sin duda, puede apuntarse la participación de la soprano polaca Agnieszka Slawinska, a quien el público mexicano ya había apreciado en diversas actuaciones en nuestro país, como cuando cantó el rol de Clémence, condesa de Trípoli, en L’amour di loin de Kaija Saariaho, en 2019. Su canto es educado y mantiene en control sus facultades, por lo que en el papel de Venus su voz se apreció particularmente contenida, como si su instrumento, de alcance más voluminoso y expansivo, le quedara grande a la vocalidad del rol.

La debutante soprano Diana Rojas interpretó al Fauno con buenas cartas de presentación en los agudos, pero con un canto cada vez más tirante hacia el final de la obra, lo que comprometió la libertad de su emisión y la grácil musicalidad de sus líneas. El tenor Édgar Villalva cantó con seguridad y simpatía el rol de Aceste, aunque como en el caso de De la Mora, cierto estilo de ornamentación le viene mejor que otra, lo que al final siempre es perceptible.

El papel epónimo de Ascanio fue encargado al también debutante contratenor Gamaliel Reynoso, quien posee musicalidad, vigor y calidez, puntos destacables de su labor, que no se traducen por necesidad en homogeneidad de emisión y de fraseo. El énfasis —fuerza y volumen— de su canto se concentra al inicio o al final de sus frases, aunque hace menos interesante el centro de sus locuciones, que parecieran apagarse. Para evitarlo, sus intervenciones acusan de pronto cierto empuje que puede llevarlo al forte, al fortissimo y al “fortisísimo”, lo que puede sacarle de estilo.

En cualquier caso, si todo debut es bueno, hay que subrayar que gracias a estas funciones —en este recinto o en el género operístico— hubo varios, lo que impulsa la cantera de talento mexicano y ello resulta valioso y loable. Sólo hay que discernir que una compañía nacional, de ópera o cualquier otro arte, no debería perder de vista que sus objetivos y alcances deben ser más robustos que el simple sueño profesional cumplido de sus noveles participantes.

Para los que no pudieron verla de manera presencial en el Palacio de Bellas Artes, el domingo 31 de octubre se presentará, además, una función virtual en las plataformas del FIC 49, a las 19:00 horas, dirigido por Mariana Aymerich.

https://festivalcervantino.gob.mx/actividad/412/ascanio-in-alba-de-wolfgang-amadeus-mozart

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