?? Cavalleria rusticana en Chicago

[cmsmasters_row data_color=»default» data_bot_style=»default» data_top_style=»default» data_padding_right=»5″ data_padding_left=»5″ data_width=»fullwidth»][cmsmasters_column data_width=»1/1″][cmsmasters_text]

Anita Rachvelishvili cantó el rol de Santuzza en Chicago bajo la dirección de Riccardo Muti © Eileen Chambers

Febrero 8, 2020. Chicago Symphony Hall. Ya convertida en una tradición de muchos años y en la actualidad una de las fechas más esperadas de cada temporada de la Orquesta Sinfónica de Chicago es la inclusión de un título operístico. Con la llegada de Riccardo Muti a la dirección de la agrupación, la elección natural han sido obras del repertorio italiano, que incluye ya memorables ejecuciones de óperas como Otello, Aida, Turandot y el Réquiem de Verdi, por mencionar solo algunas de las que se han escuchado en la sala de conciertos sede de la orquesta, como también de gira, especialmente en Carnegie Hall, donde la orquesta tiene una cita todos los años.

Con motivo de su décimo aniversario al frente de la orquesta, el célebre director napolitano eligió dirigir Cavalleria rusticana de Pietro Mascagni. A priori parecía que un concierto de una hora quince minutos, sin intermedio, sería muy poco para la ocasión, pero Muti y su orquesta demostraron lo contrario, ofreciendo una velada de emocionantes pasajes orquestales y corales. Cavalleria rusticana es una obra que se presta para el lucimiento de la orquesta, como aquí quedó demostrado. La homogeneidad y el sonido que emergió de la sección de cuerdas y metales de la orquesta fue brillante, conmovedor y apasionante, por la amplia gama de colores y matices que Muti le imprimió con su autoritaria y segura mano, aunado a su maestría al concertar un repertorio que le pertenece y ejecuta con la dinámica y la precisión de un motor muy bien aceitado.

Sobresaliente estuvo también el Coro de la Sinfónica de Chicago en su desempeño, ubicado detrás de los músicos y que, además de ocupar todas las butacas traseras de la sala de conciertos cuya forma es circular, cantaron con ímpetu e intensidad en cada una de sus intervenciones. El elenco de solistas, con nombres de primer nivel, como en todas las óperas ejecutadas por la orquesta, cumplió su cometido de manera satisfactoria. Fue el caso de la Santuzza de la mezzosoprano Anita Rachvelishvili, que desplegó sensualidad y maestría con su opulento instrumento, cargado de intensidad y dramatismo. Por su parte, el tenor Piero Pretti dejó una grata impresión por la calidez de su timbre, ofreciendo un Turidu febril y creíble. 

No corrió con la misma suerte el barítono Luca Salsi en el rol de Alfio, quien tuvo altibajos pues cantó por momentos con desmedida fuerza y en otros con cierta pasividad, como si el papel le quedara justo o incómodo. Un lujo fue escuchar a la mezzosoprano Sasha Cooke, quien sobresalió en el breve papel de Lola, por su insólita y refinada elegancia vocal y un timbre de nítidos visos y matices. La mezzosoprano Ronita Miller confirió autoridad al personaje de la Mamma Lucia, con su voz oscura, vigorosa y voluminosa. 

[/cmsmasters_text][/cmsmasters_column][/cmsmasters_row]

Compartir: