?? Così fan tutte en Valencia

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Escena de Così fan tutte en Valencia © Miguel Lorenzo

Octubre 2, 2020. La trama de un cambio de parejas es solo la punta del iceberg en Così fan tutte. En tres minutos se está inmerso en los dilemas de la moral, con la fidelidad como asunto principal, y no duda en zambullirse en los pliegues de la psicología para señalar sobre lo inútil de poner límites a lo que somos. Tarde o temprano aparecerá nuestro verdadero yo. La mayoría somos como Dorabella y Fiordiligi, de carne y hueso, y eso es lo que Don Alfonso quiere recordarles los novios de ellas, Guiglielmo y Ferrando, quienes las tienen idolatradas. Y viceversa, porque ellas también aprenderán que los dos jóvenes están hechos de piel y sangre.

El Palau de les Arts, la joven casa de ópera de Valencia, ya ha presentado en 2009 esta obra con los mimbres de aquellos tiempos en el que todavía se podían permitir presupuestos elevados y no existían las limitaciones que la pandemia ha venido a marcar. En esta ocasión el apartado teatral se inscribe en “concepto escénico” y se traduce en unos pocos elementos corpóreos sobre un escenario reducido y en el recorte de algunas arias y recitativos hasta dejar a la obra, que no debía tener pausa, a una duración de dos horas y media. Es de agradecer que se busquen soluciones antes que la cancelación de lo programado. El público lo sabe y también es flexible con lo que va a ver.

A la propuesta escénica de Silvia Costa le faltó un poco de sal y de pimienta que aportara vivacidad, ironía o descaro al espacio minimalista que, por otro lado, no encontró firme apoyo en el diseño de iluminación de Marco Giusti. El vestuario en blanco y negro fue la pieza idónea para un mermado espacio de acción y se convirtió, con lo que cada solista puso de su parte, en el contrapunto para acariciar el drama de estas parejas de enamorados.

El reparto resultó compacto y creíble, ajustado y entregado a la propuesta escénica que, sin entusiasmar, tampoco defraudó: fue un espectáculo estático pero atractivo visualmente, respetuoso con el espíritu de la obra. Descollaron, por afinidad mozartiana y buen material vocal, la mezzosoprano Paula Murrihy (Dorabella), el barítono Davide Luciano (Guglielmo) y la soprano Marina Monzó (Despina). Esta última tiene un timbre atractivo y maneja con inteligencia su instrumento canoro, mientras que Luciano apunta maneras para afrontar pronto personajes más densos dado el cañón vocal que lleva consigo. 

Anizio Zorzi Giustiniani se encargo correctamente de Ferrando y el bajo Nahuel Di Pierro, de Don Alfonso, que no solo pide voz sino también cierta presencia escénica. La soprano Federica Lombardi (Fiordiligi), a pesar de poseer valiosas cualidades, no tiene el registro grave con el suficiente calado que requiere el personaje. En el foso, al frente de la estupenda Orquesta de la Comunitat Valenciana, el director Stefano Montanari se encargó de poner, muchas de veces de más, los condimentos que sobre el escenario hicieron falta. Algunas veces sus rápidos tempi pusieron en aprietos a los solistas. Montanari —conocido además como violín solista— dirigió desde el pianoforte, instrumento utilizado en los recitativos, y tuvo que hacer gala de su agilidad para estar en esto y aquello en cuestión de segundos. Su lectura es la de un maestro con personalidad, que conoce la partitura y la interpreta a su gusto, un poco pasado de desmelene. Como arranque de temporada en las condiciones actuales y con un aforo del 50%, el Palau ha salido avante y esperamos que la situación se normalice para poder disfrutar de más ópera en las condiciones necesarias. 

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