Der Ring der Nibelungen en Berlín

Escena de Das Rheingold, en la producción de Dmitri Tcherniakov para la Staatsoper de Berlín © Monika Rittershaus

Octubre 2-9, y 15-23. En cualquier país del mundo un nuevo Anillo del nibelungo es un acontecimiento. Los wagnerianos descienden de todas partes a ver qué sucede y a escuchar los sonidos que emanan del foso. Pero cuando se trata de Berlín y en particular de la Staatsoper, las cosas cambian. No solo la Staatskapelle es posiblemente la mejor orquesta de Alemania, sino que, cuando se ha escuchado con su Generalmusikdirektor Daniel Barenboim, la experiencia ha trascendido a algo memorable. 

Quienes hayan seguido las noticias durante el verano habrán leído que Barenboim ha tenido problemas de salud y que el Anillo que él debía haber dirigido como regalo de cumpleaños (cumple 80 años el 15 de noviembre) le resultaba demasiado agotador. Una llamada a su asistente en Bayreuth, Christian Thielemann, resolvió el problema. Thielemann dirigió el primer y tercer ciclos, y otro joven asistente de Barenboim, el talentoso Thomas Guggeis, dirigió el segundo. Guggeis se encargó también de casi todos los ensayos. 

La producción estuvo a cargo de uno de los directores de escena favoritos de esta casa, Dmitri Tcherniakov. Lejos están los días cuando la atención del espectador se concentraba en los cantantes y el director y se disponían de producciones modernas e inteligentes. Tales fueron los casos de Friedrich, Kupfer, Decker, Carsen, sin olvidar el excelente Anillo en 4 días y con cuatro directores de escena diferentes en Stuttgart. Estos directores contaban con el intelecto necesario para presentar el ciclo en forma coherente y moderna, acentuando ciertos aspectos que están en la obra pero que no siempre son vistos con su debida importancia.

Desde hace ya demasiados años una nueva corriente de directores, por la mayor parte alemanes, han decidido que la historia original de Wagner (quien como todo wagneriano de ley sabe que escribió sus libretos basados en la mitología nórdica) se puede dejar de lado y proceden a reemplazar al tema con sus propias ideas. No es cuestión de que la casa de Wagner respete el contenido, ya que el Festival de Bayreuth (desde la muerte de Wolfgang Wagner, debe decirse) ha pasado a estar a la vanguardia de estas cosas. 

Michael Volle (Wotan) y Claudia Mahnke (Frick) © Monika Rittershaus

Este nuevo Anillo en Bayreuth pasó de ser vanguardista para convertirse en una atrocidad. ¿Qué ofrece Tcherniakov, entonces? Pues ofrece un Anillo que tiene lugar en un Forschungszentrum (o sea, un Centro de Investigación Científica) donde los pacientes son sometidos a estrés (como Alberich), y hay ciertos experimentos sociales que no son fáciles de adivinar y aun menos de justificar. Este Centro de Investigacion se llama ESCHE, que es también una alusión al fresno, el árbol del cual Wotan talló una rama para confeccionar su lanza, y donde se graban todos sus contratos.

Antes de comenzar Das Rheingold (El oro del Rin) y sus secuelas, un gran telón muestra el plano de un enorme edificio. ¿Se supone que es Walhalla? Sea lo que fuere, no se explica mucho y la acción comienza en un laboratorio de estrés con Alberich, a quien se le muestran toda clase de imágenes y es observado por tres psicoterapeutas (las hijas del Rin). Alberich es provocado a tal punto que destruye los aparatos electrónicos del laboratorio y se escapa con los cables bajo el brazo. Ni las tres terapeutas —ni varias personas que observaban este “experimento”— osan hacer nada. La escenografia (también de Tcherniakov) consta de varios espacios que se mueven de derecha a izquierda: una sala de conferencias, un vestíbulo donde hay un ascensor y donde están sentadas las tres Nornas (eso se sabrá mucho más adelante), una sala de reuniones del directorio de la empresa y el despacho privado de Wotan, donde hay una ventana desde donde se pueden observar otros “experimentos”, sin ser visto.

Sieglinde y Hunding se encuentran del otro lado, al igual que las tres nornas y Siegfried y Brünnhilde. También hay otro espacio de relajación adonde van algunos de los empleados a comer sándwiches y tomar un café. En el centro de este espacio hay un enorme árbol (¿el fresno?). Pues no solo están estos espacios al mismo nivel, sino hacia abajo, donde se ven enormes jaulas que contienen conejillos (wagnerianos por supuesto) y aun más abajo están los artesanos (nibelungos) en sus oficinas (Nibelheim). Allí se escapan Siegmund y Sieglinde. Esa misma habitación (que Wotan observa desde el otro lado) sirve para Mime y Siegfried… y el mismo laboratorio con las tres terapeutas (las hijas del Rin) sirve para estresar a Siegfried más adelante en Götterdämmerung (El ocaso de los dioses).

Y, hablando de tonterías, el espacio donde se encontraba el árbol (ya muerto y sin rastros) sirve ahora para que dos equipos de basketball jueguen con un cesto sobre la puerta de entrada. El lector se preguntará: ¿Cómo mata Hagen a Siegfried? Este Anillo no tiene símbolos, pero Tcherniakov lo ha pensado todo, y a ambos costados de la puerta de entrada a ESCHE hay dos banderas (¿de dónde salieron?, porque al comienzo del ciclo no estaban). Hagen toma una de ellas y mata a Siegfried con el mástil. 

Andreas Schager (Siegfried) y Peter Rose (Fafner) © Monika Rittershaus

Lo único que valió la pena de esta producción fue la Personenregie, porque se notó que los cantantes, en especial Wotan y Brünnhilde, habían trabajado duro y en forma inteligente. La acción entre ellos fue por momentos conmovedora, incluso en esas circunstancias. O sea que, como siempre, triunfaron los artistas y la música. 

Corrió el rumor de que los decorados para esta producción habían costado más de €1 millón de euros. Súmense los gastos extras de electricidad, montaje, desmontaje, más los cachets y quizá se podría pagar una temporada completa de ópera en un teatro pequeño. Pero de esto no se habla hoy en día. Wagner solía decir: “Chicos, hagan algo nuevo”, pero tirarse desde un precipicio no era su idea. Gran parte del público abucheó fuertemente a la producción. 

Thielemann es un director de orquesta que prevé todo: no hay recoveco que no ensaye. La orquesta Staatskapelle es lo opuesto: es espontánea, y está acostumbrada a cambiar de velocidad en un segundo. Pero es también una orquesta acostumbrada a hacer lo que le pide su director y Thielemann se dio el gran lujo de hacer resaltar cada sección, desde los más suaves pianissimi a los solistas en todas las secciones —maderas, trompas, flautas y bronces— tan bien adiestrados por Barenboim. Que le aplaudieron a rabiar no era novedad: el público le agradeció de pie que viniera a rescatar este Anillo. 

Pero hubo otra novedad: con Thomas Guggeis —quien estuvo a cargo de la mayoría de los ensayos y también del segundo Anillo—, pudimos ver dos ciclos, uno a continuación del otro. ¡Y qué Anillo! Guggeis es un director joven pero ya formado, y se le ha escuchado en este teatro en varios repertorios con gran éxito. Pero dirigir el Anillo no es fácil, al menos dirigirlo bien. Pero Guggeis pasó el examen con maestría, y con su propia visión, que no le debió nada a Thielemann ni a Barenboim. Fue una lectura veloz, llena de emoción, de sonido grande, a veces brutal, pero siempre bajo control. Siguió a sus cantantes y sus cantantes lo siguieron a él, logrando una comunión con ellos. 

No fue de extrañar entonces que el público (obviamente sorprendido por este joven que parecía recién salido de la escuela) le otorgara una ovación de pie. Michael Volle fue un Wotan extraordinario, vocalmente impecable, extrayendo el máximo significado de cada palabra, con fraseo inigualable, con una actuación que pasará a la historia por la cantidad de facetas que le imprimió. La voz no tuvo problemas, jamás se encontró en dificultades, con una versión de desesperación y esperanza mezclada con ambición. Un capolavoro. 

Anja Kampe no es de las sopranos de voces enormes y aceradas, sino que su sonido es más cálido, más lirico, más femenino y seductor. Si en el primer Anillo llegó un poco cansada al final, en el segundo llegó a niveles de canto superlativos. Fue una Brünnhilde muy femenina, que cantó el segundo Anillo pegándole a las notas en el centro, mucho más cómoda con tempi más rápidos.

Escena de Götterdämmerung en la Staatsoper Berlin © Monika Rittershaus

Andreas Schager fue Siegfried, una caracterización impuesta por la producción que lo limitó mucho. En la visión del director de escena, este Siegfried no era un personaje noble, curioso, esperanzado, sino un egoísta, con un dejo de traidor y malvado. Vocalmente, cantó Siegfried dando con prioridad al volumen, pero supo frasear y pasó con cierto grado de dignidad, muriendo sin saber por qué ni para qué. Claudia Mahnke fue una Fricka elegante, una mujer de negocios, cantada impecablemente. Anna Kissjudit sorprendió a todos como una Erda de voz que salía de la tierra, una contralto de voz oscura, con peso, autoridad y nobleza. Freia fue confiada a la chispeante y atractiva Anett Frisch. Stephan Rügamer fue un Mime de ley, desacertado como persona y vocalmente lleno de matices. 

Johannes Martin Kränzle fue Alberich, un hombre ya cansado de todo pero con un solo propósito. Como Fasolt, Hunding y Hagen, Mika Kares dio por sentado que es hoy uno de los bajos más villanos, con una voz cavernosa, extensa, autoritaria y muy expresiva. Peter Rose fue Fafner, mucho más lírico, el gigante que parece más inteligente. Robert Watson cantó un Siegmund lírico, de voz atractiva pero poco potente, aunque su caracterización fue convincente. Vida Miknevičiūté cantó Sieglinde con preponderancia al volumen, pero actuó en forma tierna. 

Victoria Randem cantó un simpático Pajaro del Bosque. Lauri Vasar convenció totalmente como un pusilánime Gunther, y un párrafo especial para todas las valquirias y las nornas y las hijas del Rin, cantadas en forma impecable, con voces claras, ensayadas a la perfección. Si hubo muchas dudas con respecto a la producción, musicalmente fue un triunfo de proporciones que se recordarán por muchos años y que ha sido un gran tributo al Generalmusikdirektor Barenboim. 

Cabe mencionar que Thielemann, Pappano, Jordan, Weigle, Guggeis… fueron todos asistentes de Barenboim, quien cumple 80 años el 15 de noviembre de 2022. ¿Cuántos directores pueden dejar este legado sin precedentes? Este fue su mejor regalo de cumpleaños.

Compartir: