Der Rosenkavalier en Nueva York

Samantha Hankey (Octavian), Lise Davidsen (Marshallin) y Erin Morley (Sophie) en la producción de Robert Carsen de Der Rosenkavalier en el Met © Ken Howard

Marzo 31, 2023. El Metropolitan Opera House de Nueva York presentó El caballero de la rosa de Richard Strauss, obra clave en la creación musical de dicho compositor y considerada por muchos como un gran homenaje a la ópera clásica dentro del lenguaje posromántico straussiano. 

Esta partitura se construye con una gran serie de homenajes a varios estilos y épocas. En ella encontramos referencias, principalmente, a Mozart y los valses vieneses como ejes centrales de una búsqueda sonora y estilística muy peculiar e irreplicable, llena de inspiración, fluidez dramatúrgica, fuerza, lirismo y emotividad. Esos son, a la vez, los principales ejes de la producción firmada por Robert Carsen, convertida ya en una de las favoritas del Met, por su poderoso tratado estético, filosófico, humano y temporal. 

Carsen sitúa su concepto en la Austria de 1911, justo antes de la Primera Guerra Mundial (y año en el que fue estrenada esta ópera), para contarnos una historia de sátira, machismo demodé, amor y desamor, y sobre el inevitable paso del tiempo. Las constantes referencias a las fuerzas armadas, a cañones, a militares y a ocupación son, a la vez, el contexto ideal para escenas tan radicalmente opuestas: el esplendor grandilocuente del primer acto en la mansión de la Marschallin (Mariscala), o la perdición decadente del tercero en un burdel de mala muerte. 

El mayor acierto de esta propuesta es que la narrativa del discurso dramatúrgico cobra aún más fuerza: un triángulo amoroso que está destinado a dejar de serlo, por el irremediable curso natural de la vida, situado a su vez en un entorno bélico que nos da a entender que todo es una ilusión que puede romperse tras el primer golpe de cañón, como bien refleja la última escena de la producción.

Lise Davidsen como la Mariscala fue un triunfo incuestionable. En su debut en el rol, se muestra en plenitud de facultades vocales y musicales, con finura interpretativa y con una técnica de canto impecable. Su conmovedor monólogo del primer acto fue uno de los momentos más emocionantes de la noche. Es poseedora de un timbre lírico dramático en su mejor momento, y prueba de ello es que todos los teatros más importantes del mundo se pelean por tenerla en sus temporadas. 

Igualmente, Samantha Hankey como el joven Octavian fue una grata sorpresa. Nos encontramos ante una intérprete entregada, que conoce el personaje a la perfección y que domina el escenario. Con una emisión vocal impecable logra conmover y prestar colores a las distintas facetas de su complejo y extenso personaje, ya sea como el joven inquieto, ingenuo y enamorado Octavian, o como la supuesta sirvienta Mariandel. Erin Morley regaló una interpretación fresca y sutil de la joven Sophie. Si bien su timbre se veía en ocasiones opacado por el tamaño de las voces de Hankey y, sobre todo, de Davidsen, sus intervenciones solistas fueron bordadas con delicadeza, particularmente la escena de la presentación de la rosa del segundo acto, que cantó con transparencia, agudos prístinos y gran musicalidad. 

Günther Groissböck ofreció un Barón Ochs de gran altura, entrando al juego con la propuesta de Carsen de acentuar la ridiculez de este personaje grotesco y ruin, con un absoluto dominio del escenario y del complejo rol, que es musicalmente de los más difíciles escritos para la tesitura de bajo. El canto no es siempre agradable, pero esto va en sincronía con el concepto propio de Ochs. El Faninal de Brian Mulligan fue de buena factura, con un timbre nítido de barítono lírico que hacía muy buen contraste con el burdo personaje del Barón. 

Correctos, el Valzacchi de Thomas Ebenstein y la Annina de Katharine Goeldner, si bien en el gran concertante del segundo acto entraron antes de tiempo causando un par de compases de descuadre en el resto del elenco. René Barbera fue un tenor italiano de lujo, al igual que lo fue la dirección concertadora de la maestra Simone Young al frente del coro y orquesta del Met. Young controló cada compás de la obra con gran maestría, pues entiende el lenguaje straussiano y plasma las distintas caras estilísticas de esta compleja partitura. Salvó en más de una ocasión a sus cantantes, acompañándolos tersamente y corrigiendo al momento las dudas que pudieran presentarse. 

La orquesta del Met no siempre estuvo a la altura: los dos solos de trompeta estuvieron inseguros en afinación y con vibratos muy amplios, y la sección de metales no tuvo su mejor noche, con varios acordes desajustados e inestables. Una noche redonda, de esas que no se olvidan con facilidad, por la conjunción tan afortunada de todos los elementos que la conforman.

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