Día de la mujer con la OSIPN

Itia Domínguez con la OSIPN

Marzo 4, 2023. El 8M (8 de marzo) se ha convertido en tiempo y espacio puntual para visibilizar a detalle múltiples agendas temáticas relacionadas con las mujeres, inquietudes sociales e individuales que involucran sus luchas, la ruptura de viejos esquemas patriarcales y la conquista de derechos, respetos y orgullos.

En pocos ámbitos del acontecer cultural la brecha de géneros sigue siendo tan notoria como en el de la música clásica y ello se observa en la programación de diversas orquestas que celebran conciertos (que no dejan de remarcar incluso sin querer que se trata de fechas más especiales o celebratorias que cotidianas) con música de compositoras, dirigidos o interpretados por mujeres. ¿Será posible distinguir género, preferencias, afinidades o identidad genérica de un compositor o intérprete (no vocal) si a ciegas se escucha solo la música que pone frente al público? 

En cualquier caso, numerosas agrupaciones musicales en México, como otras internacionales, ofrecieron programas en el contexto del 8M y eso está muy bien porque la lucha por las causas de las mujeres continúa. 

Por ejemplo, el Tercer Concierto de la Primera Temporada 2023 de la Orquesta Sinfónica del Instituto Politécnico Nacional (OSIPN) hilvanó un interesante programa de cinco obras presentado los pasados 2 y 4 de marzo en su sede: el Auditorio Alejo Peralta del Centro Cultural Jaime Torres Bodet, en Zacatenco, bajo la dirección invitada de la maestra Gina Enríquez y con la participación de la mezzosoprano Itia Domínguez.

Como primera pieza se interpretó D’un matin de printemps (1917-1918) de la compositora francesa Lili Boulanger. En ella, la compositora muestra una sutil alegría vital que acaso contrasta con la propia vida de la autora, condicionada por la enfermedad y el sufrimiento que la llevarían a una muerte prematura, a los 24 años de edad. 

Esa frescura y alegría de una mañana primaveral, que se traslada a colores y timbres orquestales casi debussyanos y a sutilezas faureanas, sin renunciar a una voz personal, encontraron orden y calidez bajo la batuta de Enríquez, aunque en términos de balance la presencia de las maderas, en general los alientos y las cuerdas graves, resultaron más acentuados que las intervenciones de los violines, que cuando se notaron más fue en los pizzicatos. Esa percepción de falta de cuerpo en las cuerdas agudas orbitaría a lo largo del programa.

De la propia Gina Enríquez se interpretó como segundo número Vuela. Homenaje al águila real, obra para mezzosoprano y orquesta estrenada en marzo de 2020 por la Orquesta Filarmónica Mexiquense bajo la batuta de Gabriela Díaz Alatriste y la voz de Grace Echauri. Por la fecha de su primera presentación, de puerta a la pandemia y sus estragos, este título que toma uno de los más rotundos símbolos mexicanos como base de inspiración, pasó desapercibida.

Para esta ocasión, que por lo dicho fue una suerte de reestreno, la mezzosoprano Grace Echauri no asumió el compromiso, pese a ser anunciada en la cartelera. La cantante tuvo participación por esas fechas con la Orquesta Sinfónica del Estado de México y Gabriela Thierry fue la opción sustituta para cumplir con los conciertos. Pero una laringitis también se lo impidió. La tercera carta —y la vencida— fue la mezzosoprano Itia Domínguez, quien con rigor y profesionalismo abrazó el reto de la obra, a menos de 24 horas de la primera presentación.

Vuela. Homenaje al águila real consta de tres movimientos: Vuelo majestuoso. Vuelo de almas y Vuelo de raíces. A través de la expresividad musical de la marcha, el himno o el huapango, y con texto de la propia Enríquez y la poeta Ruth García, los incisos de este suerte de poema sinfónico y lírico enfoca la grandeza del águila real, especie en extinción, no solo en su anatomía (pico y garras de gran poder), y capacidad para surcar los aires de manera elegante y solemne, sino también en la alegoría mítica y el simbolismo que tiene en la historia mexicana: posada en el nopal devorando la serpiente como coordenada para la fundación de la Gran Tenochtitlan, en su estampa guerrera y noble o al cobrar sentido como entraña fecundadora de patria e identidad nacional.

Luciendo un luminoso vestido con motivos dorados, como su cabellera y color vocal, Itia Domínguez brindó una interpretación vibrante que abonó al orgullo nacionalista (muy distinto del patrioterismo) y a las raíces de mexicanidad. 

En el primer movimiento, la voz de la mezzosoprano sorteó con arrojo y dicción transparente la escritura recargada en el registro alto, mientras que dotó de un lirismo andante y emocional el segundo movimiento, en el que la zona central y grave de su emisión recorrió el auditorio con una cobertura brillante y redonda, para ser coronada con nuevos agudos más cómodos o menos tirantes en su redacción. 

El movimiento final es una exacerbación de sentimientos y deseos prósperos y de unidad para la nación. El instrumento de Itia Domínguez desplegó sus alas justo como un águila real, mientras la música evocaba en variaciones el Himno Nacional de México y ese otro himno nacional alterno en el que se ha convertido el Huapango de José Pablo Moncayo. 

La Orquesta Sinfónica del Instituto Politécnico Nacional, bajo la dirección de Gina Enríquez

El conocimiento de la obra mostrado por Gina Enríquez resultó obvio en su ritmo e intención sonora y tal vez el mayor mérito de su concertación fue lograr que alientos, metales y percusiones sonaran vehementes, incluso brillantes en células de fanfarrias, pero contenidos: sin desbordarse sobre las discretas secciones de cuerda, que ciertamente cumplieron un mejor papel en el siguiente número del programa: El planeta misterioso de Patricia Moya.

Esta otra pieza, estrenada por la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México en octubre de 2022, es una expresión musical de la experiencia pandémica de la compositora. La angustia por la irrupción del virus, el desconcierto de sus consecuencias catastróficas o el ulular de las ambulancias, pero también ciertas luces de esperanza y vuelta a la normalidad se entretejen no en movimientos estructurados o divisorios, sino en pasajes de una deliciosa continuidad, por lo demás no a través de un sonido trágico o solemne, como podría suponerse a partir de la temática, sino más bien por medio de la alegoría cifi, de una historia planteada con tintes casi hollywoodenses.

El nombre de las cinco partes o mejor dicho transiciones de El planeta misterioso describen con elocuencia quizá la entraña melódica de la obra y el tipo de acercamiento a una pandemia que si bien azotó al mundo, a través de la música de Patricia Moya se pudiera pensar bajo el cristal de alguna película de ficción como Mars Attacks! de Tim Burton y, claro, de un soundtrack con el sello de Danny Elfman: los seres se mueven flotando en el Planeta Covid-19; se ponen en marcha para atacar; el ataque al Planeta Tierra; desolación y muerte; y nenace la esperanza: los Covid-19 son vencidos. 

La cuarta obra del programa fue Ciclos de Esperanza de Velasco, originalmente estrenada en 2012. En sus cuatro movimientos: I. La gota del tiempo; II. Imperfección; III. Anhelo; y IV. Totalidad, la compositora se enfoca a través del sonido y su ritmo en la repetición, en la rutina, en el andar ansioso de la vida cotidiana, en el cuestionamiento contemplativo y acaso nostálgico, así como en la plenitud que se alcanzan cuando se logra entregarse al momento. 

Los aires del danzón y de Arturo Márquez (en su momento supervisor de la composición de la obra junto con Jorge Torres Sáenz) resuenan en la partitura de Esperanza de Velasco y así fueron proyectados también por la directora por medio de la OSIPN, como un ciclo (todo en la vida se rige por ellos) que, completo o no del todo, es el motor temático de la pieza.

Como número final se interpretó Arrecife (2017) poema sinfónico también de la directora Gina Enríquez. En esta obra, quizá con más claridad incluso que en Vuela. Homenaje al águila real, se aprecia el espíritu y preocupación conservacionista del planeta, de las especies y de los ecosistemas, que permean el catálogo de Enríquez. 

El incontenible movimiento del mar, su ímpetu y plasticidad, así como la belleza del coral y de la naturaleza misma, tanto como la amenaza de su destrucción y desequilibrio, relucen con un ritmo implacable y embelesador, en el que esta vez de nuevo destacaron metales, alientos y percusiones. 

Sobre esto y más permitió hablar y sobre todo escuchar el 8M, al menos en este concierto. Por lo tanto, dicha oportunidad no debería ser experimentada sólo una vez al año.

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