Die Zauberflöte en Houston

Norman Reinhardt (Tamino) y Andrea Carroll (Pamina) en las producción de Die Zauberflöte, de Barry Kosky, en Houston © Lynn Lane

Febrero 6, 2022. Cada tanto surgen producciones escénicas que —por su originalidad, imaginación y diseño— llaman la atención y se convierten en una moda entre los teatros, y particularmente los más importantes en Norteamérica deciden programarlas y ofrecerlas a su público. Muchas veces estos espectáculos sirven también para revivir títulos ausentes en la programación de los teatros. Algunos notables ejemplos, que son ya clásicos o activos operísticos, son, por ejemplo: Turandot de David Hockney o Madama Butterfly de Robert Wilson. 

La Flauta Mágica de Barry Kosky, que se originó en la Komische Oper de Berlín en el 2012, ya forma parte de ese grupo de novedosos montajes que continúan siendo representados por todo el país al paso de cada temporada. Por su concepción y la estrecha relación que siempre ha existido entre la ópera de Los Ángeles y los estudios de Hollywood, fue ahí donde tuvo su estreno en el 2012 en Estados Unidos. En aquel entonces se anunció como una producción de “estilo cinematográfico”. Ahora le tocó su turno a la Gran Ópera de Houston. 

La idea de Kosky gustó por la mezcla de fantasía, surrealismo, magia y emociones humanas, contenidas en la historia de la ópera, situando a los personajes dentro de un filme del cine mudo en el que interactuaron con divertidas y coloridas animaciones proyectadas sobre una enorme pantalla blanca a sus espaldas. Fue visualmente interesante para el espectador, y mérito del director, lograr una precisa sincronización entre los cantantes y las proyecciones. Como en el cine mudo, se omitieron los diálogos y se sustituyeron por supertítulos acompañados por las fantasías de Mozart tocadas al piano. Los vestuarios correspondieron a los años 20 del siglo pasado. El continuo cambio de imágenes fue a lo largo de la función una distracción, pero, aun así, a esta Flauta mágica no le faltó su magia. 

El elenco mostró buen nivel, como la soprano Andrea Carroll, que personificó una afable y creíble Pamina, con un canto brillante, musical y seguro. Sorprendió la soprano Rainelle Kraus en el papel de la Reina de la Noche, por el despliegue explosivo y pirotécnico de sus agudos, muy claros y emocionantes en ambas arias. Norman Reinhardt estuvo correcto como Tamino, con un timbre ligero, colorido y muy apto para este repertorio. Thomas Glass fue un divertido Papageno, con la usual dosis de sobreactuación que se le suele dar a este personaje, y Anthony Robin Schneider fue un solemne Sarastro, de profunda y cavernosa voz.

Muy bien el estuvieron el resto de los cantantes, así como el coro del teatro que cantó con notable entusiasmo. La dirección orquestal estuvo a cargo de la británica Jane Glover, quien concertó de una manera fácil, ligera y fluida, permitiendo a los músicos la libertad para desempeñarse con vitalidad y alegría. 

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