Die Zauberflöte en Nueva York

Tamino (Lawrence Brownlee) con las Tres damas en la producción de Simon McBurney de Die Zauberflöte en el Met de Nueva York © Karen Almond

 Marzo 31, 2023. La última nueva producción escénica de la presente temporada, una cálida acogida recibió el estreno de La flauta mágica de Wolfgang Amadeus Mozart que, firmada por Simon McBurney, se presentó en el escenario del Metropolitan Opera House por estos días. 

Estrenada en Ámsterdam en el 2012, la puesta en escena de McBurney no ha parado de cosechar éxitos a su paso por algunas de las más importantes compañías de opera europeas, y el Met no fue la excepción. En su debut en esta casa, el polifacético director y coreógrafo inglés presentó un espectáculo atractivo, equilibrado y de buen ritmo que trasladó la acción a nuestros días, buscando humanizar a los personajes de la ópera de modo que pudiesen ser reconocidos en nuestro ambiente cotidiano. Así fue como el vestuario creado por Nicky Gillibrand presentó al príncipe Tamino en ropa de jogging y zapatillas, a Papageno semejando a un vagabundo, y a la Reina de la noche como a una aguerrida viejita discapacitada, algunas veces con bastón y otras en silla de ruedas. 

A pesar de la actualización, la esencia de la trama original continuó inalterable, con la única discutible salvedad al libreto de Emanuel Schikaneder, pues Sarastro perdona a la Reina de la noche al final de la ópera. La despojada escenografía del canadiense Michael Levine sólo incluyó una única plataforma central movible que con sus múltiples posiciones fue modificando con eficacia la escena, permitiendo el desarrollo de la acción, así como una dinámica transición de escenas. Integrados al espectáculo a ambos lados del escenario, el artista visual Blake Haberman tuvo a su cargo los efectos visuales a través de proyecciones, mientras que, en el otro extremo, la experta en “foley”, Ruth Sullivan, se ocupó de los efectos sonoros. Pilares fundamentales en el éxito de la representación resultó el cuidado diseño de luces de Jean Kalman, así como las creativas coreografías del propio Mc Burney. Asimismo, hizo un importante aporte Gareth Fry, quien hábilmente resaltó (a través de proyecciones video) la interacción de los cantantes con el público. 

El elenco vocal no desentonó y del primero al último descolló en su labor. Destacado interprete belcantista, el tenor americano Lawrence Brownlee mostró mucha competencia en territorio mozartiano, haciendo gala de una voz bien timbrada, flexible y bien proyectada, así como de un impecable y expresivo fraseo. Con un humor contagioso y un carisma desbordante, el barítono neerlandés Thomas Oliemans retrató a Papageno, el vendedor de pájaros, bien servido en lo vocal, que hizo las delicias del público arrancando risas por doquier. 

Aportó gran autoridad y graves profundos, el bajo danés Stephen Milling como Sarastro, el sacerdote y jefe de la comunidad. Pletórico de histrionismo, el tenor americano Brenton Ryan cumplió con corrección con los requerimientos vocales de la parte del lascivo servidor Monostatos. Un lujo vocal desmedido resultó el bajo americano Harold Wilson, quien delineó un elocuente Orador de supremo buen gusto.

Katheryn Lewek (La reina de la noche) y Erin Morley (Pamina) © Karen Almond

Del lado de las voces femeninas, la soprano americana Erin Morley fue una magnífica Pamina: voz de rico lirismo, canto espontáneo, homogéneo y natural, variedad de colores y matices, que emocionó en cada una de sus intervenciones. La soprano americana Katheryn Lewek concibió una Reina de la noche de gran competencia, que se lució, por un lado, por la precisión, agilidad y bagaje técnico puesto de manifiesto en las coloraturas, los agudos y sobreagudos de sus endiabladas arias; y por otro, en la caracterización plena de recursos actorales que hizo de su personaje. La prometedora Ashley Emerson ofreció una deliciosa Papagena que dejó ganas de más canto. Las tres “acosadoras” damas resultaron muy sólidas, de entre las que destacó con brillo propio la talentosa y siempre profesional Tamara Mumford. A los tres niños genios, aquí convertidos en tres viejitos decrépitos, estaban bien preparados y afinados. 

Muy involucrado y entusiasmado en la nueva producción escénica, al coro de la casa se le vio participar de buen grado en las múltiples tareas exigidas por la puesta en escena, sin descuidar ni un ápice del altísimo nivel general al que nos tiene acostumbrados. Al frente de la orquesta de la casa, la directora francesa Nathalie Stutzmann hizo una lectura precisa, delicada, de tiempos ágiles y cuidadoso estilo. Su familiaridad con las necesidades de los cantantes —no hay que olvidar que divide su carrera entre sus empeños como contralto y la dirección orquestal— hizo que respire con ellos y los sostuviese en todo momento en su labor, extrayendo lo mejor de cada uno de los ellos.

Compartir: