Die Zauberflöte en Toronto

Ilker Arcayürek (Tamino) y Anna-Sophie Neher (Pamina) en Die Zauberflöte en Toronto © Michael Cooper

Mayo 6, 2022. En su vuelta a la presencialidad, un estrepitoso éxito se apuntó la Canadian Opera Company con la reposición de La flauta mágica de Wolfgang Amadeus Mozart en la bellísima producción escénica de Diane Paulus y un elenco de destacados intérpretes. 

En lo vocal, el tenor turco-austriaco radicado en Suiza Ilker Arcayürek compuso un convincente y bien intencionado príncipe Tamino, parte que mostró dominar con nobleza y convicción. La voz es viril, bien conducida y proyectada con efectividad, aunque un tanto pesada y opaca para Mozart; repertorio en el que no pareció sentirse del todo cómodo y que probablemente no sea el más adecuado para exhibir lo mejor de su interesante capital vocal. A su lado, el bajo-barítono canadiense Gordon Bintner retrató un pajarero Papageno rebosante de juventud y espontaneidad con una voz de atractivo color, generosa, clara articulación y rica de recursos expresivos. Actor muy desenvuelto, dominó la escena en cada una de sus intervenciones. Su canción ‘Der Vogelfänger bin ich ja’, excepcionalmente cantada, le permitió meterse al público en el bolsillo y hacerse acreedor a una buena parte de las ovaciones finales. 

Descollante de vocalidad, el bajo americano David Leigh se paseó con descomunal autoridad por los abismos de la tesitura de la parte del sabio sumo sacerdote Sarastro, luciendo una voz potente de profundos y cavernosos graves. Su aria ‘O Isis und Osiris’ estuvo entre los grandes momentos vocales de la noche y compensó con su magnífico canto una prestación escénica en general estática y de escasos recursos histriónicos. Como el libidinoso sirviente Monostatos, el tenor canadiense Michael Colvin dio una vez más muestra de sus notables cualidades vocales e interpretativas. Un lujo desmedido significó contar con el barítono local Russell Braun para la parte del Orador, personaje que concibió con gran humanidad y emoción, con una voz de aristocrático timbre, una línea de canto homogénea y un decir intencionado y sensible. 

Del elenco femenino, la ascendente soprano canadiense Anna-Sophie Neher sedujo con su caracterización de la joven Pamina, destacando, por un lado, por su canto delicado, su emisión clara y flexible y su fraseo pleno de emoción y sutilezas; y por otro, por su dominio de todas las facetas psicológicas de su personaje. Técnicamente irreprochable, la soprano noruega Caroline Wettergreen mostró poseer tanto las notas agudas como la agilidad requerida para sortear los escollos de las terribles arias de la vengativa Reina de la noche, brillando particularmente en su segunda aria ‘Der Hölle Rache’, donde a su impecable canto imprimió una enorme fuerza interpretativa. Proveniente del taller de jóvenes cantantes de la casa, la soprano Midori Marsh confirmó con su breve pero contundente caracterización de Papagena su enorme futuro. El terceto de damas compuesto por Jamie Groote, Charlotte Siegel y Lauren Segal se divirtieron y divirtieron al público, al mismo tiempo que complementaron sus voces a la perfección, resultando además perfectas en su juego escénico. Por su preparación y entrega a los requerimientos de la puesta en escena, los niños-genios también se ganaron su parte en las ovaciones finales. El resto de roles comprimarios fueron defendidos con profesionalismo por elementos locales. El coro de la casa al mando de Sandra Horst mostró entusiasmo aportando calidad al resultado final de la representación. En lo estrictamente musical, todo un acierto resultó la dirección orquestal del alemán Patrick Lange, quien a cargo de los músicos de la casa brindó una lectura de buen ritmo, precisa y elegante sin afectación de la partitura mozartiana. 

Con algo de inspiración de la película de Ingmar Bergman, el inteligente montaje escénico que firmó Paulus fue todo un dechado de inspiración y creatividad. La acción fue situada en el año 1791, el mismo año que tuvo lugar el estreno de la ópera, y echando mano a la idea del “teatro dentro del teatro” plantó la representación de la ópera en una casa de campo burguesa como un regalo del dueño de casa para su hija. Así fue como en el primer acto pudieron verse sirvientes, cortesanos y familiares asistiendo a la ópera, y cuyas relaciones quedaron expuestas con claridad durante la ejecución de la obertura. 

En términos generales, la idea funcionó bien: atrapó al público y llevó a buen puerto sin sobresaltos el desarrollo de la acción. Sólo el simbolismo masónico tan propio de esta ópera de Mozart quedó diluido en medio de este nuevo contexto. La utilización de bellísimas marionetas de animales confeccionados en cartón paseándose por el escenario fue otro de los muchos atractivos que hicieron las delicias del público asistente.

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