?? Fatma Said en Barcelona

Malcolm Martineau y Fatma Said © Silvia Pujalte

Mayo 27, 2021. La joven soprano egipcia Fatma Said, cada vez más conocida, se presentó en la sala de cámara del Palau de la Música con un programa muy modificado con respecto al que se anunció inicialmente, esto debido a la dificultad de ensayar causada por el dichoso virus. 

Fue más “tradicional” del que propuso en su debut en Barcelona el pasado mes de octubre en el ciclo de Lied LIFE Victoria de la Fundación Victoria de los Ángeles. Aquí lo hizo con la colaboración de la Asociación Franz Schubert y nada menos que en compañía de Malcolm Martineau, cuyo trabajo fue verdaderamente memorable e hizo que el nivel del recital subiera muchos puntos… Porque —si el programa resultó un tanto heterogéneo (se entiende, por las mencionadas restricciones)— no ayudó a concentrarse, y si la soprano demostró que pudo hacer frente a un concierto de este tipo, no pareció estar particularmente inspirada, aunque tuvo buena presencia, gran elegancia y derroche de simpatía.

Voz no muy grande (habría que sentirla en una sala de mayores dimensiones y con una orquesta, incluso barroca), buena proyección de sonido, estilo adecuado, técnica correcta (bellísima la media voz y los sonidos filados, buen agudo, aunque pareció limitado en su extensión con algo de vibrato metálico en el extremo —por fortuna, no muy exigida—, un registro grave natural no demasiado bello ni pleno, aunque sin exageraciones y suficiente aunque no pleno). Precisamente el fragmento más interesante resultó ser (y no creo que lo haya cantado antes aquí) una canción de cámara escrita por el compositor también egipcio, Adbel-Rahim.

Personalidad y/o experiencia vital hicieron que lo más logrado fueran las piezas de carácter frívolo o irónico firmadas por Poulenc y Ravel (‘Tout gai’, la última de las Cinco melodías griegas, fue también el más comprensible y eficaz). Pero cuando una canción solo en apariencia “superficial” como ‘Hôtel’ del primero de los nombrados nos remitió a las interpretaciones en absoluto superficiales de la Crespin o bien, hoy mismo, de la Antonacci, se pudieron apreciar las limitaciones de enfoque de esta inteligente artista, y aun más cuando fuera de programa nos ofreció su versión de ‘Les chemins de l’amour’. 

Ya no digamos cuando se enfrentó con páginas de inspiración “oriental” o similares del Lied romántico germano (con ‘Widmung’ de Schumann, en traducción pedestre, y una ‘Suleika’ de Mendelssohn buena y punto; los otros fragmentos de ambos compositores sonaron correctos pero irrelevantes). Mejor estuvo en la melodía de Bizet (‘Adieux de l’hôtesse arabe’) donde, sin llegar al nivel de su articulación perfecta del alemán (sus estudios los realizó en Berlín), la pronunciación mejoró respecto del Ravel inicial. 

Una bonita sorpresa fue su dominio del castellano en obras de Nin y Obradors (la ampliamente conocida, del último, ‘Del cabello más sutil’, estuvo muy bien realizada aunque sin la suprema fusión de sentimiento y belleza vocal de las versiones de referencia de Victoria de los Ángeles o Teresa Berganza). Mejor aún, por expresividad, las arias de zarzuela: canción de Marinela (de La canción del olvido, de Serrano), así como de Pastora (de La patria chica, de Chapí) y, también fuera de programa, el difícil zapateado de La tempranica de Giménez, que tampoco ahuyentó el recuerdo de las maestras antes mencionadas. 

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