Fedora en Milán

Chiara Isotton (Fedora) y Fabio Sartori (Loris) en la Scala © Brescia e Amisano

Octubre 30, 2022. Fedora es una ópera anacrónica, fechada, con un libreto un poco confuso y repleto de lugares comunes. Solo dos grandes intérpretes pueden levantar su suerte y hacerla parecer casi una obra maestra de finales del siglo XIX. Se recuerdan las memorables funciones del dúo Freni-Domingo sobre el escenario scaligero hace aproximadamente treinta años. 

Hoy en la Scala he asistido a un espectáculo del que tengo la certeza de que a los dos protagonistas no les faltó profesionalismo y dedicación. Chiara Isotton, que sustituyó de último minuto en el papel principal a la indispuesta Sonya Yoncheva, ofreció una prestación in crescendo desde el punto de vista vocal. Sobre todo, agradó en las páginas más íntimas y expresivas, mientras que en la parte aguda pareció un poco forzada.

Fabio Sartori interpretó un Loris muscular, por momentos estentóreo y monocorde, aunque tuvo todas las notas, y los agudos parecieron siempre fáciles.  Pero lo que les ha faltado a los intérpretes fue justo ese carisma vocal y escénico que los hace ver como personajes creíbles en un espectáculo que de por sí tiene poco de creíble. 

En ese sentido, Serena Gamberoni, fue la mejor en el escenario. Su Olga, cantada con gracia e ingenio, y que fue vocalmente agradable, convenció justo porque el retrato que le dio la soprano trentina pareció verosímil. A su vez, más convencional y monótono estuvo el De Siriex de George Petean. 

La conducción de Marco Armiliato apuntó mucho hacia la flexibilidad del fraseo y sobre la individuación de un color apropiado para la partitura de Umberto Giordano, pero los tiempos en ocasiones contenidos y con una cierta carencia de tensión al final penalizaron la teatralidad, aunque indudablemente, el tejido orquestal creado por el director genovés fue refinado y agradable.

En cuanto a la producción escénica, en esta ocasión a Mario Martone, como dice la expresión: ‘La ciambella non è riuscita con il buco’; es decir, no todo salió como debería, ya que —después de muchos espectáculos elogiados por la crítica y el público, por ejemplo su último Rigoletto— en esta ocasión el director de escena napolitano, después del inicio del primer acto, que hacía esperar una atrevida actualización de la trama (porque en la ópera aparecen hechos cruentos en la Rusia de la segunda mitad del siglo XIX, y como sabemos hoy Rusia se encuentra en el centro de eventos bélicos de los que no se vislumbra todavía una conclusión), del segundo acto en adelante se rehizo, como también él mismo lo ha afirmado, con algunas pinturas de Magritte, dando así al espectáculo connotaciones surrealistas que, sin embargo, no han limitado su estilo mordiente e incisivo. Tal vez fue una oportunidad desperdiciada. 

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