La forza del destino en Florencia

Saoia Hernández (Leonora) y Valentina Corò (Curra) en La forza del destino en el Maggio Musicale de Florencia © Michele Monasta

Junio 4, 2021. Una de las obras menos presentadas de Verdi es sin embargo una de las más conmovedoras, llena de inspiración y profundización intelectual de cada uno de los personajes. Y es allí donde se debe concentrar la régie: en los personajes, sus dudas, sus prejuicios, sus odios, sus tradiciones que los obligan a seguir un sendero del cual no se pueden apartar.

El Maggio Musicale Fiorentino tiene sus galardones intactos con esta obra que han presentado en forma distinguida en el pasado. Pero ahora se está en 2021 y las cosas han cambiado bastante. En lugar de un director de escena en todo el sentido de la palabra, la dirección de escena fue confiada a uno de los integrantes del grupo La Fura dels Baus, Carlus Padrissa; la escenografía, a Roland Olbeter; el vestuario, a Chu Uroz; y las efectos visuales, a Franc Aleu. De todo esto, lo más eficiente (si cabe usar esa palabra en ópera) fueron partes de la escenografía e iluminación, aún cuando también la escenografía cayó en excesos que nada tenían que ver ni con la obra ni con la acción.

Padrissa usa un concepto muy suyo que es también innecesario: ubica la acción a través de varios siglos, como diciendo que el destino siempre te agarrará. Hay ejemplos mucho mejores que este en nuestra historia, pero vaya y pase. El vestuario consistió (bien en el estilo de La Fura) en trajes estilo buzo con círculos rodeando la cabeza, un estilo estrafalario que distrajo la atención y reducía el nivel dramático de la obra a una historieta. Tampoco fue convincente vestir al Padre Guardiano (Ferruccio Furlanetto) con un enterizo de lentejuelas doradas al estilo de Helen Mirren (gran actriz); o a Alvaro (Roberto Aronica) con un traje salido de una pantomima.

Se debe preguntar uno cómo es posible que una cantante de valor como Saioa Hernández (en el rol de Leonora) accedió a usar un vestido de época por detrás y transparente por delante, dejando ver sus piernas, no particularmente bellas, mientras que Curra (Valentina Corò) mostró las suyas, largas y esbeltas, a un costado. Si alguien desea leer un poco más sobre la ridiculez de esta producción, no hay más que describir cómo se rescata a Alvaro de la muerte, sumergiéndolo en un enorme tubo de vidrio, rodeado de aparatos pseudocientíficos. Estas cosas cesan de ser divertidas cuando son el centro nervioso de una producción, y cuando son lo único que ofrece Padrissa. 

De más está decir que la acción fue estática o, mejor dicho, que no hubo dirección de cantantes, ni la tan apreciada Personenregie alemana, que se concentra en profundizar en cada personaje psicológicamente. Hubo algo más que resultó inaceptable e inexplicable. Aparentemente Padrissa pidió a Zubin Mehta (director musical) que se usara una versión híbrida, con el final de San Petersburgo. ¿Por qué accedió Mehta? El final fue una mezcolanza de imágenes, con una al fondo que rememoraba al Batistero Fiorentino, pero que era en realidad otra imagen salida de la Galeria de los Uffizzi. (Para aquellos que deseen verla, se llama La caída de los ángeles rebeldes de Andrea Commodi.) 

Dentro de esta pretenciosa, arrogante y francamente pobre producción hubo un elenco de valía. Aronica fue un Alvaro tristón, sensible, que comenzó con voz ácida, pero que de a poco encontró un buen nivel, convirtiéndose en un Alvaro de ley, de voz segura y expresiva. Amartuvshin Enkhbat (Don Carlo di Vargas) es un bajo-barítono de voz bella, de porte nada atractivo, pero sabe cómo emitir. Quizás unas lecciones de fraseo no le vendrían mal y lo convertirían en un excelente barítono verdiano. Hernández posee una voz importante, de hermoso color y con suficiente poder para trascender de lírico a lírico-spinto, como requiere el rol. Pero por alguna razón prefirió mostrar que puede ser spinto todo el tiempo, tendiendo a dar más volumen del necesario. Se espera que en sucesivas funciones (esta fue la premier) haya encontrado que el rol de Leonora ofrece oportunidades líricas enormes que hay que aprovechar. 

Annalisa Stroppa fue una Preziosilla de lujo, de bella figura. Fue la única que usó lo estrafalario que la rodeaba para aventajar su presencia dramática. Su voz es especial, con un rango amplio y de color homogéneo en todo el registro. No hay duda que su futuro está asegurado. Nicola Alaimo fue un Fra Melitone quejoso, burlón, cínico: un perfecto contraste con el severo Padre Guardiano de Furlanetto, de voz y presencia llenas de autoridad y piedad. 

Bien, el coro, dentro de una producción miserable, y bien, la orquesta, aunque los tempi de Mehta hayan sido sedosos, convirtiendo a la partitura en un puré para bebés cuando en realidad se esperaba una abundante bistecca fiorentina.

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