Gala Beethoven con la OSM

Los solistas de la Novena de Beethoven, Anabel de la Mora, Guadalupe Paz, Andrés Carrillo y Carsten Wittmoser © Bernardo Arcos Mijaildis

“La belleza sólo le pertenece al que la entiende,
no al que la tiene”
Carlos Fuentes

La Temporada de Verano 2022 de la Orquesta Sinfónica de Minería llegó a su fin, con cinco Galas de Clausura, realizadas en la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario, durante la semana que concluyó este domingo 28 de agosto de 2022. Bajo la batuta de Carlos Miguel Prieto, su director artístico, la OSM completó un total de nueve programas con el compositor Ludwig van Beethoven (1770-1827) como centro gravitacional de su propuesta. 

Visto desde diversos ángulos, este ciclo que alcanza su punto final puede aquilatarse como un logro. Y es que la agrupación musical no sólo retomó las festividades por el 250 aniversario de Beethoven, que habrían ocurrido durante 2020 de no ser por la irrupción de la pandemia provocada por el virus SARS-CoV-2 causante de la Covid 19, sino que precisamente regresó al escenario luego de dos años de silencio impuesto por las condiciones sanitarias en México y el mundo. Retomar cierta aura de normalidad donde la orquesta se reencontró con el público es, por sí mismo, celebratorio.

En ese entorno de desafíos, la OSM configuró el terreno para apostar por un sonido de identidad más sólido y unificado, que maride con su historia de agrupación sonora integrada con múltiples talentos provenientes de otras orquestas. 

Ello ocurrió durante la temporada a través de la conjunción de obras emblemáticas del genio de Bonn, con otras de autores como Claude Debussy, Johannes Brahms, Hector Berlioz, Joaquín Rodrigo, Gustav Mahler, Kaija Saariaho, Wolfgang Amadeus Mozart o Piotr Ilich Chaikovski, con un importante inciso en los compositores nacionales Silvestre Revueltas, Manuel M. Ponce y Gabriela Ortiz. 

En esas semanas de julio y agosto, algunas de ellas extenuantes y acaso saturadas como las que albergaron los Programas 3 y 4, con la interpretación de seis de las nueve sinfonías de Beethoven, de igual manera se contó con la presencia de solistas destacados como el guitarrista Pablo Sáinz Villegas, el pianista Jorge Federico Osorio, el trompetista Pacho Flores o los violinistas Julian Rachlin y Paul Huang.

Precisamente la Gala de Clausura abrió con el Concierto para violín y orquesta en Re mayor Op. 61 de Beethoven, en virtuosa y memorable interpretación del taiwanés Huang. Al mando de su “exWieniawski” Guarnieri del Gesù de 1742, el violinista mostró un fraseo cristalino, de articulación sólida y sonido sutil, elegante y dispuesto para el matiz delicado en su diálogo con la orquesta. 

La ligereza de sus trazos le permitió flexibilidad suficiente para dibujar microcosmos sonoros en donde incluso la disonancia en los trinos encontró su justa belleza, con integridad expresiva y musical.

Paul Huang fue el solista del Concierto para violín y orquesta en Re mayor © Bernardo Arcos Mijaildis

Como encore, Huang hilvanó tres piezas a solo del soundtrack de El violín rojo (cinta del director François Girard, que cuenta con música de John Corigliano): “Tema”, “Pope’s Betrayal” y “Pope’s Concert”, cuyo prístino abordaje fue recompensado con euforia, aplausos y aclamaciones.

Luego del intermedio, la OSM en conjunto con el Coro de la Orquesta Sinfónica de Minería y las participaciones solistas de la soprano Anabel de la Mora, la mezzosoprano Guadalupe Paz, el tenor Andrés Carrillo y el bajo Carsten Wittmoser, abordaron la icónica Sinfonía número 9 en Re menor Op. 125 “Coral”, en la que Ludwig van Beethoven hace partícipe por primera vez en la historia del género sinfónico a la voz humana cantada.

Un asunto no menor en materia de textura y expresión sonora, pero sobre todo en cuanto solventar la necesidad discursiva de Beethoven, puesto que no sólo era musical, sino enriquecida en forma previa o paralela por conceptos y reflexiones del humanismo y sus más elevados ideales. 

En los primeros tres movimientos de esta obra consentida de intérpretes y públicos planetarios, en cierto modo, la OSM encontró oportunidad para poner en relieve el resultado del trabajo de toda su temporada, que incluyó también programas familiares y ensayos abiertos con nuevos horarios en una siembra didáctica que tal vez coseche nuevos públicos y contribuya a formar al actual.

Trabajo musical que desde luego no es perfecto, pero sí con un ensamblaje logrado, capaz en su decoro de emprender dinámicas, matices y colores vivos de manera conjunta en sus secciones —más allá de detalles o, de pronto, cierta necesidad de hondura emocional—, sin perder fuelle o consistencia.

Pero si hasta ese momento la gala era más que disfrutable, el panorama cambió con la entrada de los cantantes, ya desde que Carsten Wittmoser pronunciara su primera frase. Impresentable en afinación, con una voz cascada capaz sólo del trémolo, ya no de sostener notas musicales. Lamentablemente, no es ésta la primera actuación en estado ruinoso de este bajo alemán avecindado en México desde hace varios años. Es su actual constante y, a estas alturas, debería ser penoso ya no para el público, sino para él mismo presentarse en tales condiciones.

El tenor Andrés Carrillo, con voz mucho más entera, tampoco logró muchos ataques y frases musicales en su canto. Empujando su instrumento para hacerse escuchar en un contexto sonoro ciertamente denso, pues los solistas fueron colocados al centro del escenario, en medio de la orquesta y el coro, tampoco se ayudó él mismo. Acaso Anabel de la Mora y Guadalupe Paz intentaron apegarse a la base de su canto, pero sus voces de cierta manera también naufragaron en ese océano de sonido beethoveniano concebido, casi por completo, en el silencio. El coro, entusiasta, comprometido y febril tuvo gran protagonismo, pero poco matiz y escasa reflexión del texto poético.

La Novena, como se le conoce a esta archifamosa obra que plasma en su último movimiento la Oda a la Alegría de Friedrich Schiller, hace pensar que como se le conoce, se le comprende, lo que sin duda genera aproximaciones obvias a ella.

Sin embargo, su enigma se mantiene por sus imborrables líneas melódicas y por su significado vigente que puede ir de lo romántico idealista, a lo utópico, a la fantasía indeseable o, más recientemente, a la positividad tóxica de quien vislumbra fundirse en un abrazo universal, generando expectativas incumplidas en quienes no podrían integrarse por su diversidad de emociones y pensamientos.

La Orquesta Sinfónica de Minería estuvo de regreso bajo la entusiasta labor de Carlos Miguel Prieto. Con sus propuestas llenó de sonido el verano capitalino. Al menos ofreció esa opción de normalidad musical, lo que fue apetecible y reconfortante después de las tormentas de los años previos. Pero ningún regreso es para siempre y ni siquiera sostenido. Habrá que esperar a 2023 para el siguiente reencuentro. 

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