Gala de ópera mexicana en el Palacio de Bellas Artes

Frida Portillo, Enivia Muré, Iván López Reynoso, Armando Gama y Víctor Hernández y la Orquesta del Teatro de Bellas Artes © Bernardo Arcos Mijailidis

Una de las maneras más originales de celebrar el mes patrio en México por parte de la Ópera de Bellas Artes fue la de programar un repertorio injustamente olvidado: la lírica mexicana, que cuenta con un vasto repertorio desde mediados del siglo XIX a lo va del siglo XXI, cuya música ha sido sustituida en los escenarios mexicanos por el tradicional repertorio italiano, francés o alemán y que desde hace un par de décadas afortunadamente se presenta con mayor frecuencia.

El corto pero preciso programa, debido a la contingencia, duró cerca de una hora y contó con solamente nueve interpretaciones, todas obviamente de compositores mexicanos interpretadas por un elenco orgullosamente nacional.

Zaira Soria © Bernardo Arcos Mijailidis

La primera en impregnar con su voz las paredes del recinto marmóreo fue la soprano Zaira Soria con el aria ‘Virgencita del alma’ de la ópera Los compañeros de la hoja (1911) del compositor jalisciense José F. Vázquez (1896-1961). Se trata de una interesante plegaria en un estilo un poco adelantado a su época: una melodía muy solemne y misteriosa que Soria interpretó con pasión y claridad. 

Posteriormente, el tenor Víctor Hernández interpretó intensamente la romanza de Gastón ‘Sempre la stessa vision de Anita (1908) del capitalino Melesio Morales (1838-1908). Originalmente compuesta para los festejos del primer centenario de la independencia de México, el libreto en italiano creado por el napolitano Enrico Golisciani sitúa la escena durante la segunda intervención de Francia en México; musicalmente tiene un parecido con el repertorio verdiano temprano, que con la pasión de Hernández fue apreciable.

De la ópera Edith (1912) del tlaxcalteca Estanislao Mejía (1882-1967), la soprano Dhyana Arom ofreció el aria del protagónico homónimo ‘Vois! Que la nuit… Dieu puissant!’, que cuenta la historia de “Edith la hermosa”, esposa del rey Harold Godwinson II de Inglaterra, alrededor del año 1000. La música de Mejía tiene un enorme parecido con el repertorio bizetiano para soprano (particularmente la Micaëla), que Arom, con agudos un poco estridentes pero con una línea melódica elegante, hizo match perfecto con el estilo francés. 

Luego vino el primer ensamble: se trató de la escena final de La mulata de Córdoba (1948) de uno de los máximos exponentes mexicanos en el extranjero, el tapatío José Pablo Moncayo (1912-1958), cuya música transpira realismo mágico. Su estilo musical, aunado las voces de Frida Portillo, mezzosoprano; José Manuel Chú, tenor y Rodrigo Urrutia, bajo-barítono, ofrecieron un momento introspectivo con el apoyo del coro dirigido por Luis Manuel Sánchez, pues las palabras inmortalizadas por Xavier Villaurrutia sobre la música de Moncayo nos sitúan en segundos en la mítica ciudad de Córdoba.

Para marcar la mitad del espectáculo tocó el turno de lucirse a la Orquesta del Teatro de Bellas Artes bajo la joven batuta de su director titular Iván López Reynoso, quienes ofrecieron el Intermezzo de la ópera Atzimba (1901) del duranguense Ricardo Castro (1864-1907), cuya música asemeja en demasía a los pasajes sinfónicos y obras de cámara de su contemporáneo italiano Giacomo Puccini. Tras un merecido aplauso a la orquesta, hizo su entrada al escenario la soprano Enivia Muré para interpretar una romanza de la ópera Keofar (1893) del mexiquense Felipe Villanueva (1862-1893), quien no concluyó el título pues falleció a los 31 años víctima de pulmonía, aunque algunos de sus amigos se encargaron de finalizarla. De ahí se desprende la romanza de Marfa, titulada ‘De mi amor el sol hermoso’, que con un inconfundible estilo verdiano maduro muy ad hoc para la voz de Muré, ésta encarnó a la sufrida mujer que arrancó una ovación de los asistentes por su intensa y emotiva presentación.

Rodrigo Urrutia, José Manuel Chú y Frida Portillo © Bernardo Arcos Mijailidis

El programa dio un brinco en el tiempo hasta finales del siglo pasado para presentar, de la ópera Alicia (1995) del capitalino Federico Ibarra (1946-) con texto en español de José Ramón Enríquez, la Escena del Jabberwock. Considerado en su versión original en inglés como uno de los mejores poemas sin sentido que, con la adaptación de Enríquez, la música “medieval” de Ibarra y las voces de Zaira Soria como la Falsa Tortuga, Víctor Hernández como el Gato de Cheshire, Rodrigo Urrutía como Grifo, el barítono Armando Gama como la Oruga y nuevamente la participación del coro, hicieron sumamente entretenido el momento. 

El primer y único dueto del evento llegó con la soprano Dhyana Arom y el tenor José Manuel Chú, quienes interpretaron ‘Tengo que decirte adiós’ de La Güera (1982) de Carlos Jiménez Mabarak (1916-1994), el dúo entre María Ignacia Rodríguez, célebre personaje de la época de independentista, mejor conocida como “La Güera Rodríguez” y uno de sus famosos amantes Simón Bolívar; podría reclamársele a la Ópera de Bellas Artes que Chú merecía cantar un aria como solista.

Para finalizar, de Melesio Morales se interpretó el Cuarteto con coro-Final del Acto I de la ópera Ildegonda (1866), con Enivia Muré como la protagonista homónima, la mezzosoprano Frida Portillo como Idelbene, el tenor Víctor Hernández como Rizzardo y Armando Gama como Rolando. Cabe mencionar que el parecido musical de este título al bel canto serio donizettiano (especialmente Anna Bolena y Maria Estuarda) es abrumador. Podría pasar sin problema incluso por un Bellini desconocido, aunado al texto típico italiano de la época, pues el libreto pertenece a Temiscole Solera, uno de los libretistas preferidos por Verdi en su etapa inicial. El cuarteto de solistas junto con el coro y orquesta hicieron una clausura muy emotiva y digna de loas, pues salvo algunos detalles de pronunciación (en las doppie) de las primeras líneas, el resto estuvo verdaderamente bien logrado. 

Mención aparte requiere esa cereza del pastel de muy buen gusto y perfectamente en estilo, cuando Muré lanzó al final del conjunto un Re natural sobreagudo (evidentemente ‘opcional’ pues no está escrito en la partitura original), cerrando la gala mexicana con esa tradición belcantista.

Dhyana Arom © La Razón

La Ópera de Bellas Artes tuvo un gran acierto y un garrafal error en este performance. Un grave desatino fueron las ridículas e innecesarias acciones supuestamente sanitarias implementadas por el recinto, pues ningún teatro del mundo abre al público con solo 20% de ocupación, la farfallosa atomización del espacio escénico tras un artista y otro con un triste chisguete al aire de alguna solución y, ni mencionar las obscenas mamparas divisorias transparentes entre el cantante y el público (inexistente en las cuatro primeras filas, pues estuvieron desocupadas) que, utilidad aparte, causaron un terrible daño acústico, pues el anfiteatro —y sobre todo la platea— recibieron de forma adulterada el sonido generado en el escenario.

Estas medidas absurdas no han sido implementadas por ningún teatro de la Tierra, aún teniendo capacidad superior al 50% de aforo. Son acciones exageradas que aportaron más problemas que beneficios y que, si fueran erradicadas, lo único que lograrían serían beneficios. 

De aplaudirse en cambio, fue la elección del programa y del elenco, pues escogieron adecuadamente un repertorio amigable, ligero y certero tanto para el recinto como para el elenco. Todas las voces estuvieron de acuerdo con los títulos seleccionados, y no está de más reforzar que el repertorio mexicano de calidad puede estar a la par del tradicional europeo, y que cada vez que Bellas Artes programa música mexicana quedamos satisfechos. Ojalá suceda aún más a menudo y sobre todo con elencos nacionales.

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