??Iphigénie en Tauride en Zúrich

[cmsmasters_row data_width=»fullwidth» data_padding_left=»5″ data_padding_right=»5″ data_top_style=»default» data_bot_style=»default» data_color=»default»][cmsmasters_column data_width=»1/1″][cmsmasters_text]

Cecilia Bartoli como Iphigénie en Zúrich © Monika Rittershaus

Febrero 8, 2020. Fue en el Festival de Salzburgo 2015 cuando Cecilia Bartoli interpretó el rol de Iphigénie por última vez. (Como curiosidad, en aquella oportunidad participaron los mexicanos Rolando Villazón y Rebeca Olvera). Pero, por fortuna, la espera ha terminado para los seguidores de la mezzosoprano y del clasicismo temprano, gracias a la puesta en escena de la quinta y última gran obra de Gluck, Iphigénie en Tauride.

Una producción interesante, minimalista, intensa y oscura estuvo firmada por Andreas Homoki —quien además es el intendente de la Opernhaus Zürich desde 2012—. En ella, el regista alemán procuró siempre el color negro en la escena, desde el escenario, los vestuarios y el maquillaje; una forma física de representar la depresión y la tristeza que vive la protagonista, hija de Agamenón. Aunado a recuerdos o flashbacks cinematográficos que se intercalan desde la introducción hasta la caída del telón, la puesta en escena juega con tonos entre blancos y negros y con un diseño de iluminación muy inteligente ideado por Frank Evin. Sin escenografía tradicional y únicamente un cuchillo como utilería, el equipo de Homoki realizó una propuesta más que elemental, enfocado en transmitir los sentimientos de Iphigénie más que representar visualmente la península de Tauride; una característica del trabajo de Homoki. 

La ahora también directora de la Ópera de Montecarlo, Cecilia Bartoli, es cautivadora en el escenario. Con un color radiante en sus agudos así como robusto y sonoro en sus graves, aunado a su magistral técnica vocal, encarnó a la sacerdotisa en un francés perfecto; sus dotes histriónicos salen a relucir ya que el drama y la música tan transparentes de Gluck exigen a alguien capaz de proyectar ansia y desesperación, tristeza y agonía, durante la hora y cuarenta minutos que dura esta propuesta sin intermedio, para terminar con un emotivo final feliz, sin descuidar nunca lo vocal. Curiosamente, al ser un título sin las clásicas coloraturas por las que es famosa, Bartoli prescindió de sus famosas gesticulaciones que tan polémica la han vuelto en el panorama mundial. Sin lugar a dudas se llevó la noche al ser vitoreada por sus vecinos zurigueses y la notable cantidad de italianos presentes en el teatro.

El Oreste interpretado por barítono francés Frédéric Antoun fue igualmente aplaudido por su elegancia vocal y gran musicalidad. Su compatriota el tenor Stéphane Degout encarnó un Pylade potente, entonado y convincente. Por su parte, Diane fue interpretada por la soprano noruega Birgitte Christensen, quien sustituirá a Bartoli como Iphigénie en las últimas funciones de la temporada. 

Mención aparte requiere la Orchestra La Scintilla dirigida por el italiano Gianluca Capuano, que con una batuta enérgica, clara y precisa hizo justicia a la partitura del clasicismo vienés con un soberbio manejo de matices típicos de esa época y complicidad con Bartoli. Ya han hecho buena mancuerna en producciones anteriores. Sabiéndose la partitura casi de memoria y cantando con los coros y solistas, el director milanés buscó una discreta modernización del estilo, haciéndolo un poco más “lírico” menos “clásico”, agilizando o rallentando los tiempos, lo cual fue un gran acierto; de igual forma, el coro del teatro realizó un muy limpio y digno trabajo. 

[/cmsmasters_text][/cmsmasters_column][/cmsmasters_row]

Compartir: