Juana sin cielo en Bellas Artes

María Katzarava como Juana «la Loca»

«Cada día tengo que llevar a cabo más elecciones
acerca de qué es bueno, importante o divertido,
y luego tengo que vivir con la pérdida de todas las demás opciones
que esas elecciones descartan»
David Foster Wallace

Mayo 31, 2022. La Ópera de Bellas Artes (OBA) presentó el estreno en México de Juana sin cielo, ópera en un acto para soprano, coro y orquesta del compositor barcelonés Alberto García Demestres (1960), sobre textos del poeta granadino Antonio Carvajal (1943).

La obra —encargo del Ayuntamiento de Granada y la Orquesta Ciudad de Granada, con patrocinio del banco Bankia y de la Fundación Caja-Granada— tuvo su estreno absoluto en el Auditorio Manuel de Falla de Granada, España, los días 15 y 16 de noviembre de 2019, con la participación protagónica de la soprano mexicana de origen georgiano María Katzarava, para quien fue pensado el único rol solista.

La OBA, por su parte, programó cuatro funciones, realizadas los pasados 22, 24, 29 y 31 de mayo, también con Katzarava como protagonista, en lo que significó el mayor reto profesional de su trayectoria, ya que semanas antes del estreno la cantante, hija de violinistas, perdió a su madre (la señora Velia Hernández) y a su padre (el señor Archil Katzarava) el jueves 26 (fecha original en la que se celebraría la tercera función del ciclo, pospuesta para ser la última).

La fortaleza personal y artística de Katzarava quedó de manifiesto al cumplir el compromiso a pesar de su lacerante dolor, a la usanza de tantos personajes operísticos que suben al escenario y muestran al público que el teatro y la vida en ocasiones se funden en un mismo ramillete de sentimientos. 

“Por hoy, me despido de Juana sin cielo. Cierro este ciclo a la vez lleno de felicidad, pero también lleno de una profunda tristeza de la cual hoy por hoy no puedo ya con ella”, escribió la soprano en sus redes sociales al concluir la última presentación. “Gracias a la vida y a Dios por permitirme terminar con bien estas funciones tan importantes para mí. Ahora me daré un descanso porque ya simplemente no puedo seguir con tanto dolor adentro. Nos vemos pronto y eternamente agradecida por tanto apoyo, cariño, amor, cuidado y sostén emocional.”

Juana sin cielo lleva a la escena lírica a uno de los personajes más importantes de la historia española y reivindica su figura ante diversos e injustos maltratos de la opinión pública provocados por intrigas políticas y familiares: la reina Juana I, apodada “la Loca”, quien ocupó el trono de Castilla entre 1504 y 1555; y el de Aragón y Navarra de 1516 a 1555.

Aunque ese personaje emblemático de lo que hoy puede mirarse como violencia de género (retomado en el arte y la cultura por escritores de la talla de Benito Pérez Galdós), desde 1506 dejó de ejercer propiamente el poder, además de que a partir de 1509 vivió encerrada en el Palacio Real de Tordesillas, primero por orden de su padre Fernando “el Católico” y luego de su hijo, el rey Carlos I.

Aunque Juana sin cielo lleva la descripción de ópera, es también una cantata que utiliza al coro como comentarista, al estilo griego, de los hechos expuestos; un monodrama de lamentación incesante que pone en palabras y música un alma en pena, con recuerdos fantasmales de su suplicio.

El texto de Antonio Carvajal no se trata de un libreto, ni funciona desde la perspectiva de la dramaturgia, puesto que no es la trama de una historia, su conflicto o resoluciones, sino la aproximación poética a un personaje, a su circunstancia y atmósfera. 

Y es cierto que en esas palabras en español —latín o incluso francés—, pueden encontrarse no sólo citas de Sófocles, Catulo o Job, sino elementos formales del uso de la palabra, como su significado, ritmo, rima, exploración semántica, aforística, metafórica, tropos o su belleza eufónica intrínseca.

Pero al no ocuparse de desarrollar un argumento, la materia textual de inmediato entra en un loop en el que se reiteran una y otra vez, de distintas formas pero como leitmotiven, las premisas de doña Juana: su linaje, la traición, la muerte de su esposo Felipe “el Hermoso”, el maltrato, su aflicción, las numerosas tierras de las que fue reina.

Así, durante cerca de 100 minutos, la anécdota histórica es acompañada por una tensa música lineal en la que predominan larguísimos pedales, alientos y percusiones, sin respiro para nadie. Menos aún para la soprano, sometida a una intensidad horizontal que no exige de su cantar ornamentaciones o delicadezas, sino poderío y estamina. Una atlética capacidad de resistencia, no solo ante la omnipresente demanda que tiene en la obra, sino de cara a una intensidad tan sostenida que bien puede conducir a la irritación auditiva del escucha.

Juana sin cielo en Bellas Artes

La posmodernidad se refleja en la música compuesta por Demestres, que trasluce una ilustrada conciencia de diversos periodos musicales. Hay una suerte de multifonía, expresada en las voces líricas y orquestales, pero también en los géneros y estilos que aglutina: desde marchas y danzas cortesanas, hasta célebres arias operísticas parodiadas u homenajeadas a la manera de un sarcástico descompositor: ‘Casta diva’ de Norma de Vincenzo Bellini; ‘Sola, perduta, abbandonata’ de Manon Lescaut de Giacomo Puccini; ‘Carlo, il sommo imperatore’ de Don Carlo de Giuseppe Verdi; o ‘Regnava nel silenzio’ de Lucia di Lammermoor de Gaetano Donizetti.

“La tensión trágica sobrevuela la obra desde el inicio hasta el final, si bien mantiene esa tensión dramática necesaria, sin perder un ápice de ironía, de sarcasmo, incluso de un sentido del humor que consuela frente a tanta desdicha (…) Retorciendo la tradición hasta conseguir que un acorde mayor, aparentemente simple, siempre esté adobado con notas que lo llevan al límite de la tonalidad o, por contra, pasajes que son aparente caos sonoro luzcan una candidez y una emotividad que puede confundir al oyente, porque el uso de la atonalidad es asumido como un canal más de expresión de una pasión sencilla, humana, la técnica al servicio del texto, de la música, del Arte”, argumenta Demestres en las notas del programa.

María Katzarava, en vocalidad y esfuerzo como una Isolda de Aragón y Castilla, se impuso al reto exigido por la partitura. Con un esplendor de facultades sometido justo a una especie de prueba, más que a delinear todo el arsenal de recursos expresivos que tiene su canto siempre conmovedor, pero ahora también impregnado de una pasión estrujante, por el trance personal con el que subió a escena. Por eso la cantante fue recompensada con una emotiva ovación final.

De la escenografía se encargó Fernando Feres, con vestuario de Carlo Demichelis, movimiento escénico de Vicky Arcaico Casas, iluminación de Rafael Mendoza y maquillaje de Cinthia Muñoz.

La puesta en escena contó con el trazo de Diego del Río, que en esencia consistió en dejar transitar en su encierro el “actual” ente en pena de doña Juana e ilustrar con figurantes los pasajes evocados por la protagonista, puestos en acción por una Juana niña (Assira Abbate) y una Juana joven (Yoalli Covarrubias), así como por la corte de personajes que complementan las premisas históricas: Fernando, “el Católico” (Ulises Martínez); Carlos V (Gonzalo de Esesarte); Felipe, “el Hermoso” (Óscar Cotán); el Cardenal Cisneros (Fernando Huerta); y una Cortesana (Analucía Santibáñez).

Jaloneos, sometimientos y luto, como el que experimentó en más de un sentido María Katzarava —una de las sopranos más notables de la historia lírica de nuestro país— durante en este ciclo de funciones.

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